Mis padres tenían muchas ganas de ser abuelos. En numerosas ocasiones, durante reuniones familiares, navidades y fiestas similares, han manifestado cuánto anhelaban tener nietos para mimar y consentir.
Cada Nochebuena y Nochevieja yo ya sabía que me iban a dar la cena con la dichosa preguntita: “¿Cuándo nos darás nietos?”. Y cómo estábamos con toda la familia, pues solían unirse mis tíos a la charla; hacían bromas sobre que se me iba a pasar el arroz y generaban en mí una ansiedad y una angustia que debía disimular con una sonrisa.
Lo mejor de todo es que llevan con la cantinela desde siempre; aunque no tuviera pareja estable, ni trabajo, ni unos medios para mantener a ese futuro bebé, ellos expresaban su deseo de ser abuelos.
Cuando empecé con mi pareja actual, la presión aumentó, como os podéis imaginar. Al final, decidimos buscar el churumbel. Fue una decisión propia y consensuada con mi marido. Quiero pensar que la presión que ejercían mis padres sobre mí no tuvo nada que ver. Nosotros decidimos que queríamos ser papás y nos pusimos a ello.
Por supuesto, nadie se enteró de que yo había dejado de tomar la píldora. Lo que menos necesitaba en ese momento era a mi madre detrás preguntándome cada mes si ya me había quedado embarazada.
Desde el momento en que anuncié mi embarazo, mis padres no pudieron contener sus lágrimas y su entusiasmo. No pasaba un día sin que hablaran de todos los planes que tenían para sus futuros nietos: paseos por el parque, tardes de juegos, vacaciones en la casa de la playa y un sinfín de actividades que deseaban hacer con su nieto.
Sus promesas y palabras me hicieron sentir que contaría con su apoyo incondicional y con su ayuda. Sin embargo, al poco tiempo de nacer mi hijo, la realidad comenzó a mostrar otra cara.
Al principio, venían a vernos a menudo y siempre me traían algún detallito para el bebé. Pero mi pequeño creció, y con pocos meses de vida tuve que plantearme que hacer con él cuando tuviera que volver a incorporarme al trabajo tras finalizar mi baja por maternidad.
Le planteé a mi madre si ella pudiera quedarse con el niño mientras yo trabajaba. Me daba mucha pena dejarlo tan pequeño en una guardería. Me dijo que no, que ella no se atrevía a quedarse con un bebé tantas horas. Lo entendí y finalmente llevé a mi hijo a la escuela infantil.
Pero poco a poco continué viendo actitudes similares según iba creciendo mi hijo. Cada vez que les pedíamos que se quedaran una noche con el niño para que su padre y yo fuéramos a cenar y a tomarnos un tiempo en pareja, siempre tenían alguna excusa. Casualmente ningún sábado les venía bien.
Cuando mi hijo tenía ya tres años, se lo dejamos un fin de semana porque teníamos una boda fuera de nuestra ciudad, y si, se quedaron con él, pero a la vuelta todo eran malas caras y quejas porque mi hijo les había dado mucho trabajo.
¿Os acordáis de esa casa en la playa que tenían y que antes de nacer su nieto proponían unas vacaciones en familia idílicas? Pues nunca pasó. No se querían llevar al niño a la playa ellos solos porque les daba miedo que se pudiera ahogar en el mar. Palabras textuales de mi madre. Si el niño ha ido alguna vez a la playa con sus abuelos ha sido porque también íbamos sus padres.
Lo que más me desconcierta es la incongruencia entre sus palabras y sus acciones. Hablan con orgullo de su nieto frente a sus amigos, mostrando las últimas fotos y contando anécdotas. De hecho, ya he tenido varias broncas con ellos por publicar fotos del niño en Facebook o pasarla por WhatsApp a todos sus contactos. No entienden que es un menor y que no quiero que la cara de mi hijo esté en internet.
Ellos solo quieren fardar de nieto en redes sociales, pero cuando se trata de involucrarse en su cuidado diario, su actitud cambia drásticamente. No quieren perder su tiempo libre ni alterar su rutina. La idea de sacrificar una noche para cuidar al niño, ofrecerse para que los papás descansemos una noche o cambiar sus planes para ayudarnos, parece demasiado para ellos.
La realidad es que mis padres solo querían ser abuelos de postureo, disfrutando del reconocimiento social que les otorgaba tener nietos, sin asumir las responsabilidades que conlleva ser un abuelo presente y comprometido.
Y que quede claro que sé que el hijo es mío, que somos sus padres los que debemos educarlos y encargarnos de él. Pero, sinceramente, a veces me gustaría que me echaran una mano como hacen otros padres con sus hijos.