Deja de culpar a trenes que no pasan por tu vía
¿No será que no se pierden, se retiran?”- Andrés Suárez

 

No era cuestión de conexión, en eso y un par de canciones  podríamos resumir la conversación más larga de la historia, al menos, de mi vida. No era conexión, el router wifi, con el que se nos reconocía estaba más catalogado que nunca, la señal no se caía y la intensidad era buena. Y no lo decía el fabricante, sino los ojos de quienes en medio de una tormenta saben reconocer que están hechos para compartir espacio con determinadas pieles. No era cuestión de conexión, no. Tampoco de azar.¿Todavía se cree aquello de que una sola tirada en una partida de cartas, puede darte el éxito o robártelo, sin que por ello pasen las co-razones de cualquier humano? Me niego a pasarle el balón de la culpa al aleteo de una mariposa en la otra punta del mundo, cuando son cm de decisión, los que cierran y abren puertas, con sus argumentos.

 

Argumentos. Una palabra con la que no se llevaba nada bien. Argumentos. Tal vez, porque a veces, las explicaciones, se transforman en excusas cuando no existe la valentía necesaria para mirar a los ojos a una realidad, que verdad o mentira, crece a medida que pasa el tiempo. Tiempo, otra palabra, que también detestaba. Y que siempre se tomaba, sin previo aviso, cuando pronosticaba que una decisión se acercaba, una de esas que no dependía de una mariposa, de cartas o de unas cervezas, sino de una elección real. Una de esas que no depende del color de la camisa, de los zapatos o de qué cápsula de café ponía  en la máquina esa que compramos en una oferta, si el capuccino o el solo descafeinado. Una encruzijada de esas que comprende mundo y latidos, de esas, donde el riesgo de cagarla acelera la adrenalina, y donde el cortisol decide montar su propio campamento, donde se despliega toda la artilleria: desde los rifles del que dirán, los futuros, los y si y ese tipo de soldados que salen a desfilar dispuestos a retardar que acciones el gatillo. Sí o no.

 

Cruzando los dedos, para que cualquiera que sea la respuesta, sea la buena, como si no hubiese que afrontar los daños colaterales , responsabilizarse de lo elegido, trazar el mapa que partirá de ese punto,vivir al fin y al cabo, sin paracaídas, pudiéndote pegar los dientes al asfalto. Heridas.

Aquí, justo aquí, es donde parte todo. Cristales rotos, infectados, en una piel que decidió no curarse, sino maquillarse. Maquillaje, con sangre, parece que solo pueden desembocar en una infección de esas chungas, de las que recordar. Y recuerdos, el alimento de quien vive la transparencia de un pasado que ya no le corresponde, olvidándose que solo son una película que proyectar en presente y no una que revivir.

 

Revivir, probar a enjugar la herida, gestionar los tiempos y esperar la cura, la medicina esperada en el tiempo indicado, sin pedirla, con la intención dispuesta, claro. Cómo cuando se prueba un nuevo fármaco, a ver que sucede, con el ansía de que todo vaya según lo previsto. Eso era todo,un proceso de experimentación personal, una sucesión de pasos para el abandono del vacío personal, para matar al virus de la soledad , para quedar limpio, para renacer, como un ave fénix de nuevo.

No. No era, la conexión, no era el azar, no era una mariposa en Pekín, ni eran los días grises que forman parte del decorado, ni tampoco era mi playlist de vida, no era yo, ni quería pensar que era. A veces, es más fácil contarse una eterna mentira, que asumir que hay gente que actúa como un pirómano emocional, poniendo poco a poco, todo su arsenal, y luego dispararlo por los aires, con la necesidad de una piel, que no sabe que hay explosivos, que tienen daños colaterales.

 

No era amor, era puta necesidad. Lo comprendí cuando en la oportunidad de dejarme marchar de las brasas,volvió a encender otro bidón de gasolina en nombre de la culpa. Como si la culpa no fuese una tarta que a menudo se reparte en porciones iguales.

No, no era amor.

Eso, está claro.

Y que tengo memoria, también.

 

Almudena