• Por culpa de la cebolla no me comió la boca, pero sí el coño

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)

 

 

Chicas super consejito del día: comed cebolla si tenéis una cita.

Parece una locura ¿No? Porque por muy sabrosa que sea la cebollita, te puede dejar un aliento de mil demonios. Por eso es mejor evitarla en las citas, sobre todo en una primera cita. Bien, pues yo me pasé todo esto por el forro de las bragas. Aunque debo admitir que no todo fue tan catastrófico como os podáis imaginar. De hecho, resultó muy afrodisíaco.

Conocí a un chico a través de unos amigos, empezamos a hablar y ambos nos dimos cuenta de que había buen rollo, algunos intereses comunes, además de atracción sexual entre nosotros. Nos dimos los teléfonos y nos seguimos en todas las redes sociales posibles para no perder el contacto. Hablamos mucho sobre temas muy interesantes, también nos volvimos más cercanos e íntimos. Cuando ya era evidente que necesitábamos vernos cara a cara y la conversación empezó a subir de tono, le propuse tener una cita.

Aquella tarde me preparé para verlo, a pesar de que sabía que ambos nos gustábamos quería que me viera guapa, quería sentirme deseada. Así que me puse un vestido que me queda de escándalo con unas medias negras de fantasía que realizaban mis largas piernas junto con mis botas de tacón. Era una cita importante para mí, porque no solo me encantaba físicamente porque era guapísimo, sino que me encantaba para tener algo más serio con él. Para compartir el día a día, las alegrías, las penas y todo lo que viniera. Huelga decir que estaba muy nerviosa.

Caminé por la ciudad hasta el bar donde habíamos quedado para relajarme. Agarraba el asa del bolso tan fuerte que me dejó marca en la palma de la mano. Necesitaba aire fresco en el rostro y un poco de calma. Escuché las notificaciones en el móvil, lo miré, era él. Ya había llegado al bar. ¿Por qué tuve que ir andando? Si hubiera cogido el autobús como solía hacer para ir al centro ya estaría allí. Los nervios golpearon mi estómago. Le dije que llegaba en diez minutos y que me disculpara. Me contestó que él había llegado temprano y no debía preocuparme. Aceleré el paso.

Llegué al bar casi sin resuello y con las mejillas encendidas. Me detuve en la puerta para arreglar un poco mi cabello, respiré hondo y entré buscando su cara bonita en el bar. Su arrebatadora sonrisa me recibió y caminé hacia él. No sabía muy bien como saludarlo, al final él me dio los típicos dos besos y lo imité. Me disculpé por la tardanza y pedimos las bebidas mientras él me aseguraba que no había tardado tanto. Era tan considerado que se me caían las bragas.

Tras un sorbo a la cerveza le confesé que estaba nerviosa, él río y me contestó que le pasaba lo mismo mientras alargaba la mano para rodear la mía con sus largos dedos. Agradecí el gesto tan adorable y el calor de su mano que inesperadamente me excitó. Ojeé la carta, una de las tapas llamó mi atención porque era una de mis favoritas, <<Crujiente tostada de queso de cabra con deliciosa cebollita caramelizada>>. ¿Cómo no iba a pedirme esa tapa con semejante nombre? Se me olvidó que estaba en una cita en la que quería que él me besara y la pedí entre otras tapas ya que me encanta comer.

La cita iba genial, me sentía muy cómoda y él sonreía a menudo, era buena señal. Las tapas comenzaron a llegar a la mesa e intercalamos los mordiscos con conversaciones, risas y alguna mirada cómplice. Mi última tapa en llegar fue la tan esperado de queso de cabra y cebolla caramelizada. Chicas tenía una pinta increíble e iba bien cargado de cebolla. Me comí la tosta mientras pensaba en comérmelo a él.

Cuando terminamos, él se lanzó y me pidió que pasase la noche en su casa. Acepté ruborizada y abrumada, no suelo ser así de insegura, pero él me gustaba tanto que me volvía loca. Fui al baño antes de salir del bar, revisé mi aspecto y en la soledad del lavabo un eructo brotó de mi garganta dándome una intensa bofetada de olor a cebolla. ¡Madre mía, esto no podía estar pasando! ¡Era tan desagradable! ¡¿Cómo me iba a besar?! Echa un manojo de nervios salí del baño rezando porque mi aliento no oliera a cebolla, aunque sabía que eso era imposible.

En el camino en coche a su casa mi mente me saboteaba con pensamientos intrusivos muy negativos, ¡Hasta me imaginé que yo era una cebolla! ¡Incluso a él follando con una cebolla gigante! De verás chicas iba a entrar en colapso.

Nada más entrar en su casa él me retuvo entre sus brazos, vi un brillo lascivo en su mirada, mojé las bragas al instante. Iba a besarme y no había nada que quisiera más en ese momento, pero me daba vergüenza por mi aliento. Tuve que detenerlo con las manos en su pecho, roja cómo un tomate, muriendo de vergüenza, le conté lo que sucedía. Con toda naturalidad, abrió un paquete de cepillos de dientes y se fue diciendo con una voz ansiosa y lujuriosa que me esperaba en la cama. Me froté con la pasta de dientes cómo si no hubiera un mañana. 

A pesar de todos mis esfuerzos, el olor a cebolla no me abandonaba.

Con toda la dignidad que pude reunir fui hacia el dormitorio, él estaba con su esbelto cuerpo desnudo sobre las sábanas, tuve que agarrarme al marco de la puerta por la impresión, estaba de toma pan y moja. Le conté lo que sucedía. Vino hacia mi exhibiendo su incipiente erección y con la voz ronca de deseo me dijo <<Tendré que besarte otros labios entonces>>. Si quedaba algún resquicio de mis bragas seco se acababa de empapar. Me tomó en sus brazos y me llevó a la cama, donde tras quitarme las botas comenzó a bajar mis medias. Mis bragas volaron por la habitación y su boca besó mi chichi tal como había prometido.

Elevé una oración al cielo cuando su lengua se detuvo sobre mi clítoris, todavía tímido, y lo mimó con lametones lentos e intensos. Calambres de placer subían por mi espina dorsal, me revolvía en espasmos sobre las sábanas.  Siguió así durante unos minutos en los que me senté en el colchón abriendo las piernas al máximo al tiempo que recibían la mejor comida de parrusa de la historia. Él subió mi vestido hasta dejarme desnuda, pronto mis pechos fueron víctimas voluntarias de sus succiones. Aparté el rostro azorada por la pasión que le dedicaba a mi cuerpo. Me mordí el labio, lo cierto es que no me besara en los labios me estaba dando cierto morbo, cómo cuando quieres algo que está prohibido y lo quieres tener a toda costa.

Se la chupé con ganas ya que a esas alturas estaba desatada cómo una perra en celo. Además, la tenía muy gorda, me encantan las pollas gordas y se lo hice saber tragándomela entera. El miembro se endureció en mi boca y él gritó. No pude aguantar más las ganas y me senté sobre él, montándolo con impaciencia. Su dureza en mi interior era sublime. Él me agarró de mis rollizos muslos y me dijo <<¡Salta!>> con la voz entrecortada de placer. Lo hice gozando de cómo se hundía en mi carne. 

De repente noté cómo se ponía aún más rígido, cambié de posición buscando su fricción y grité cuando me embistió con brusquedad y mi clítoris ardió contra su carne. Continué con ese movimiento cómo la mejor bailarina de twerking hasta correrme sin control. Lo apreté, gritó y se derramó en mi interior mientras yo recuperaba la respiración. 

Descansaba sobre su pecho cuando me confesó que le había encantado y que ver mi cuerpo botando sobre él había sido lo que más cachondo le había puesto en su vida. Me sentí deseada y feliz. Lo hicimos un par de veces más aquella noche y fue maravilloso. Por la mañana me dijo que tenía unas ganas tremendas de besarme, de modo que tendríamos que repetir otro día. 

Lo hemos repetido durante años porque somos una pareja estable. Él ya conoce el sabor de mis labios a la perfección, tanto los de la boca como los del chocho, y me deja bien satisfecha cada vez que lo necesito. A veces jugamos a prohibirnos tocar una parte del cuerpo del otro, como un tributo a la cebolla que nos impidió besarnos en nuestro primer polvo. ¿Quién diría que una cebolla desataría un juego tan estimulante? 

 

Margot Hope