María lleva dos años teniendo claro que ella y Alberto no pintan nada juntos. Llevan casados 10 años, más tres de novios antes, y hace ya bastante tiempo que su relación es, poco menos, la de dos compañeros de piso que se toleran por costumbre. Alguna vez hacen algo juntos, pero por simple rutina y, en general, van a su bola cada uno por su lado.

No pasó nada especial, simplemente hace un par de años ella cambió de trabajo y empezó a tener más tiempo libre. Pensaban que con sus nuevos horarios pasarían más tiempo juntos y podrían disfrutar de las cosas que les solía gustar. Podrían ir al cine en un horario más normal, cenar por ahí, salir de vez en cuando. Tantos años en que ella trabajó cada fin de semana, cada festivo, hasta tan tarde siempre, que ahora podrían resarcirse y hacer lo que ella siempre decía “una vida normal de pareja de nuestra edad». Pero entonces, pasados dos meses de su nueva vida, el aburrimiento se apoderó de ella. No disfrutaba de las cenas con él y acababa más pendiente de hacerle fotos a los platos que a la conversación hueca con su marido. Le aburría su manera de contar las cosas, le ponía bastante nerviosa su forma de reír, aunque últimamente ya poco se reían y no soportaba que la mirase fijamente mientras comía. Siempre acababan discutiendo por tonterías, ya que ella estaba realmente incómoda con él.

Con el paso del tiempo y un par de sesiones de terapia, se dio cuenta de cual era el problema: ya no lo quería. El aburrimiento los había llevado a dejar de hacer planes juntos y, en un principio, creyeron que era lo que necesitaba en realidad, estar más tiempo en casa, juntos, solos. A la hora de la verdad pasaban el tiempo en casa, solos pero separados. Ella acampaba en el sillón con la tele y él en el despachito con el ordenador. Él creía que era una nueva forma de vivir, una etapa más. Ella sabía que era el funeral por aquel amor que fue, pero ya no estaba. Era la confirmación de que ya no hacía nada estando juntos. No hablaban, no salían, a penas se sentaban a la vez en la mesa para comer.

La psicóloga le dijo a María que, si lo tenía tan claro, debía separarse. Ella creyó que aquel consejo caería pesado sobre su corazón, pero en realidad la idea de quedarse sola la llenó de ilusión y salió de la consulta con la alegría que hacía tiempo que había olvidado que podía sentir.

Llegó a casa y no le molestó tanto verlo allí, pues sabía que pronto haría su vida sola y aquella muerte en vida se acabaría para ambos. Mientras veía un podcast en la tele en YouTube, buscaba en varias webs un piso adecuado para ella sola. Desde que se habían ido a vivir juntos no habían cambiado de piso y nunca se había preocupado por el resto de viviendas. Tenían un buen contrato de alquiler con una familia que apenas les había subido el precio en todos esos años. Claro que ella veía noticias y estaba al tanto de las protestas por las subidas de los alquileres, pero no creyó que aquello fuese tan exagerado como era en realidad.

En su ciudad no había más que un puñado de pisos en alquiler, todo lo demás eran alquileres vacacionales. Los pocos que había de larga duración superaban el doble del precio que ellos pagaban por aquel piso tan grande y cómodo. Lo máximo que podía permitirse era una habitación en un piso compartido. No, no eran estudiantes, eran chicas como ella, con más de 30, que se negaban a seguir viviendo con sus padres, pero que no podrían pagar un alquiler solas ni de broma.

María se negaba a, llegada esta etapa vital, volver a compartir piso con extrañas. Seguiría buscando. Un par de semanas después, habiéndose recorrido todas las inmobiliarias de la ciudad y habiendo pasado horas en todas las webs que conocía, desistió en su búsqueda. Ninguno de los dos podría permitirse los precios actuales de los alquileres. ¿En qué momento había pasado aquello que ellos no se había ni dado cuenta? Pues en el momento en que estaban cómodos y felices en un piso barato.

Ahora ha asumido que no tiene más opción que aguantar. Él es un hombre bueno. No tienen realmente problemas, porque no se puede discutir con alguien que en realidad te da igual, simplemente salen y entran en casa cada uno cuando le apetece. Tienen sus hobbies y sus vidas ajenas al otros y ella suspira esperando que ocurra algo que le permita alquilar algo lejos y empezar una nueva vida sola. Su mejor amiga le dice que su única esperanza es enamorarse perdidamente de alguien para vivir en pareja, que sería la única opción de paga un alquiler, a medias. Pero ella tiene claro que no quiere saber nada de parejas ni de convivencia, está convencida de que su objetivo es la independencia total.

Luna Purple.

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