Estar en casa tiene su punto, en parte, porque hay un montón de pequeñas cosas que tendemos a hacer cuando estamos en casa y nos llenan de placer. Y no, no hablo del sexo.

Hablo de esos pequeños placeres domésticos, que son el título de una canción de Pablo Moro, pero también son y nos dan tanta felicidad comprimida y tanta vida.

Hablo de…

… pasar horas y horas sin sujetador y sin preocuparte por si tus tetas van a caerse un poco más, aunque a tu yo adolescente le horrorizaría esto. De no peinarte en todo el día, de hacerte un moño que creías desastroso y sorprenderte cuando pasas por delante del espejo y descubres que te has hecho un recogido espectacular. Spoiler: nunca te saldrá tan bien cuando lo intentes hacer a posta. Hablo de desayunar sin prisas, de prepararte tostadas mientras te paras a observar tu calle desde la ventana, de redesayunar y disfrutar de ese café caliente a media mañana porque sí.

Hablo de disfrutar de esa cerveza o copa de vino mientras preparas esa comida a fuego lento, de bailar descalza en el pasillo, de disfrutar de la comodidad de esas bragas feas y viejas pero benditas y aquella camiseta de publicidad que te saca una sonrisa por los secretos que esconde.

Volver a venirte arriba delante del espejo con el peine a modo de micrófono voceando cualquier canción de Ella Baila Sola, pintarte los morros para tirarte en el sillón, llorar como si el mundo se fuera a acabar con la comedia romántica del año, o del momento. Enamorarte de ese personaje de Beta Coqueta página tras página.

Hablo de enrollarte en el sofá y maldecir porque se te han quedado los pies fuera de la manta, de disfrutar, porque hay que aceptar que disfrutamos haciéndolo, quitándote durezas de los pies, de pasarte horas intentando que las ondas del pelo del lazo izquierdo te salgan igual que las de del derecho. Aunque no lo consigas.

Te hablo de llorar de la risa al ver ese chiste malo que te han enviado, de ver esas series que no son de culto pero que son necesarias, de bailar por Gloria Trevi en el pasillo hasta dislocarte el cuello.

De estar limpiando los cristales y parar para masturbarte, cuestión de prioridades. De esa sonrisa enorme que te saca encontrar ese paquete de pipas olvidado en el armario, de esa satisfacción de la ducha sin prisa y el baño con bomba.

Y también hablo de pasarte media mañana con legañas en los ojos, de maquillarte como si fueras a salir hasta el amanecer, de derramarte el café, de sentirte un pivonazo delante del espejo mientras combinas tus básicos como si fueran prendas de alta costura. Me refiero a barrer bailando, a limpiar el polvo creyéndote JLO en la SuperBowl y, ¿por qué no? Volverte a masturbar.

Convertir tu viejo pijama en el outfit del día y descubrirte un nuevo tomate en los calcetines.

Estar en casa y redescubrir que eres un poco desastre, que echas de menos salir ahí afuera pero que aprendes a disfrutar de esos pequeños placeres domésticos.