Laura y Lucía se conocieron en la universidad. Desde el primer día conectaron muchísimo, hablaban todos los días, se sentaban juntas y si una llegaba más tarde que la otra el sitio ya estaba reservado, se separaban en algunas clases pero hasta en los momentos de descanso estaban juntas.
Todos los días iban a la cafetería y desayunaban juntas y al salir de clase ya tenían planeada la tarde y la cena.
Lucía además de estudiar trabajaba y estaba metida en una relación bastante tóxica, pero Laura siempre había estado allí para ella. La apoyaba aún sabiendo que esa relación no iba a ningún lado y que tenía que ser ella la que se diera cuenta. Cuando esto sucedió ella la acompañó en todo el proceso, incluso en los distintos ataques de ansiedad a los que me había llevado esa ruptura.
Después de romper, todavía se veían más, Lucía trabajaba hasta tarde pero ella la esperaba en su casa con la primera de las cervezas fresquita y lista para tomar, con el ordenador abierto y la música puesta. La primera siempre era en su casa y después bajaban al centro a bailar. Siempre se lo pasaban bien, no importaba que pudieran bajar. Las 2 o a las 3 de la mañana o que fueran las primeras en poner un pie fuera de casa.
Estaban juntas para todo, incluso para lo malo.
En esos momentos Laura conoció al que después sería su novio. Lucía estaba muy contenta por ella pero también tenía miedo de que lo pasara mal porque él había tenido un par de detalles que no le habían hecho gracia. Con el tiempo supo que se quedó en nada y que su relación había ido mucho más lejos.
Cuando terminaron la carrera, Laura se marchó a trabajar a su ciudad y Lucía se quedó terminando otra carrera que había abandonado anteriormente. No fue un buen año para ella, su padre llevaba mucho tiempo enfermo y después de una larga enfermedad el padre de Lucía falleció.
Para ella fue un golpe duro y Laura estuvo ahí para sujetarla una vez más. Pero Lucía cambió. La pérdida le había hecho pensar mucho, había tenido que dejar de lado muchas asignaturas, no era capaz de concentrarse y no podía dejar de pensar en todo lo que habían avanzado la vida de sus amigas.
Ella, sin embargo, seguía atrapada en un trabajo que no le reportaba nada, apenas le daba para cubrir sus gastos y no podía hacer muchos planes. No había terminado la carrera y no quería que se quedase así, quería cumplir su sueño y demostrarle a su padre que haría lo que fuera para conseguirlo.
Ya desde antes de fallecer su padre Lucía sentía que no estaba bien, que no quería hablar de lo que sentía, que se sentía inferior al resto de sus amigas. Ya no sentía que encajaba en las fiestas ni en la vida madura de sus amigas. Estaba en el limbo y esto le pasó factura a su relación con Laura.
Ahora podían verse mucho menos y el que ella estuviera encerrada en sí misma no ayudaba. Además, una de sus mejores amigas había tenido un bebé, uno de esos bebés que llegan para curar las almas rotas. Le encantaba sostenerlo en sus brazos y verlo sonreír y disfrutaba si se quedaba dormidito en sus brazos. Solía ir a ayudarla si necesitaba algo o se ponía malo. Esto le ayudaba a sentirse útil y necesaria en algún sitio.
Laura volvía una vez a la semana a la ciudad dónde habían pasado tantas noches juntas pero normalmente no podía parar a verla, solía ir justa para coger el autobús de vuelta o tenía que marchar pronto por alguna cosa. Así que se veían realmente poco.
Aún así, Lucía le contó que estaba conociendo a un chico, que le gustaba mucho pero que le estaba costando volver a confiar en alguien después de su experiencia. Le contó que le daba señales contradictorias y que no sabía muy bien si quería algo serio o solo pasar el rato. Ella, sin duda, quería algo más.
Un día, y de una forma bastante extraña Lucía estaba paseando con él por el casco histórico de la ciudad. Quedaban a menudo y daban largos paseos. En uno de estos paseos y coincidiendo con una de las fiestas grandes de su ciudad, Lucía se encontró con una pareja de viejos amigos.
Esta pareja siempre había sido especial para ella y el chico que tenía bastante desparpajo le preguntó directamente a Lucía si el chico que la acompañaba era su amigo. Obviamente, el tono insinuaba otra cosa.
Antes de que le diera tiempo a responder, él negó con un NO tan rotundo que hizo que Lucía se pusiera colorada y terminara presentándolo como su novio. Fue una manera bastante peculiar de formalizar la relación y al rato tomando café bromearon diciendo que las relaciones formales son las que salen en Facebook y entre broma y broma cambiaron su estado de solteros por un “ En una relación con…”.
Esa misma tarde un mensaje demoledor llegó al teléfono de Lucía. Lo que para ella había sido un momento de broma, para Laura había sido la gota que colmó el vaso.
Intentaron hablar en varias ocasiones, pero nunca llegaron a entenderse. Creo sinceramente que las dos sufrieron y que las dos tenían razón pero hoy ninguna está en la vida de la otra, por mucho que duela.