Tengo un trastorno alimentario. Lo que se conoce como trastorno por atracón. Fui diagnosticada y estoy en tratamiento psiquiátrico y psicológico desde el pasado mes de septiembre. Desde hace un par de años era perfectamente consciente de lo que me estaba pasando, pero por vergüenza, por miedo, por aquello de “no me puede pasar a mí esto”, no se lo contaba a nadie y le quitaba la importancia que tenía.
La cosa, por supuesto, no hizo más que empeorar. Era evidente incluso a simple vista (en los últimos tres años he engordado unos veinticinto kilos) pero lo peor de todo era mi situación psicológica. Estaba realmente desesperada y por primera vez en mi vida no sabía qué hacer.
Por fin, decidí pedir ayuda. Una hija siempre recurre a su madre, y yo tuve que decirle a la mía “mamá, engullo como una drogadicta, necesito ayuda”. A ella no le fue fácil de entender, pero por suerte confió en mí y me buscó un psiquiatra, un psicólogo y un endocrino.
No ha pasado ni un año desde que comencé el tratamiento, y ha sido y está siendo muy duro. En febrero tuve una recaída bastante complicada, de la que salí más gorda y más hundida a nivel psicológico, pero no me pienso rendir, simplemente porque no quiero rendirme. Mi motivación no es estar más guapa, no lo hago porque me sienta acomplejada o para poderme poner la ropa que me gusta. Eso, con todos mis respetos, a mí me parece una bobada. Mi única motivación es recuperar el control de mi vida y llegar a poder pasar un solo día sin pensar en qué cosas maravillosas podría estar comiendo.
Al parecer, esta reeducación o reprogramación de mi cerebro, como me dice mi psicólogo, llevará años de trabajo, y repito que está siendo muy difícil, es una lucha constante conmigo misma. Pero aunque esté siendo difícil, estoy haciéndolo porque quiero.
He querido escribir esto porque tengo la esperanza de que pueda ayudar a alguien. Si ahora mismo hay alguna persona tan desesperada como estuve yo el año pasado, tan incomprendida, y leyéndome a mí se anima a contar su problema, me sentiría mil veces más orgullosa de mi “trabajo” (o hobby, que a los que queremos vivir de escribir raramente se nos considera trabajadores) que cuando me comentáis lo mucho que os reís con mis artículos.
No somos supermanes ni superwomans, a veces simplemente tenemos que pedir ayuda. Y seguro que siempre habrá alguien dispuesto a ayudarnos. ¡Gracias mamá por ser tan infalible!