Yo soy de esas madres que se quejan de la maternidad. Me quejo y mucho. Cuando tienes hijos te das cuenta de que, aunque es una experiencia transformadora, también es muy dura. Las sonrisa de tus hijos, las primeras palabras o la primera vez que te dicen te quiero, son momentos hermosos, pero la maternidad es también agotadora, frustrante, y a veces, desesperante.

Yo soy la típica que me quejo de mis hijos, que no pinto ser mamá como algo maravilloso, porque no lo es. Si estás embarazada, mejor no me preguntes como han sido mis partos porque te lo voy a contar con todo lujo de detalles y no te va a gustar. Soy de esas.

Lo siento, pero no me creo a esas mamás que les preguntas que tal todo y siempre bien. Sus hijos son estupendos, sus hijos duermen toda la noche del tirón, sus hijos recogen los juguetes en cuanto dejan de jugar con ellos y nos los dejan tirados por el salón. Y, además, los veranos son fantásticos porque pueden disfrutar de sus pequeños en casa, porque no madrugan y se levantan a las 11 de la mañana.

Pues para mí, este verano ha sido un infierno. Los dos niños metido en casa, sin una piscina en la urbanización, sin un pueblo al que llevarlos con los abuelos, sin un niño con quien quedar porque todos sus amigos estaban de vacaciones. Sí, lo digo, yo estaba ya contando los días que quedaban para la vuelta al cole para por fin perderlos de vista un ratito por las mañanas.

Y que conste que yo amo a mis hijos, pero también tengo derecho a sentirme mal cuando estoy sobrepasada por la maternidad. Cuando no tienes tiempo ni para ir al baño, cuando no puedes ver en la tele nada que te guste porque la acaparan, o cuando tienes que madrugar sin necesidad porque tus hijos es entrar un rayito de sol por la ventana y ya le están dando los buenos días al nuevo día.

Eso sí, cada vez que me atrevo a expresar alguna frustración o cansancio relacionado con la crianza de mis hijos, parece que automáticamente me convierto en blanco de críticas. Siempre hay algún cuñao que me suelta:

“¡Pues no haber tenido hijos!”

Escribo sobre maternidad en WeloverSize desde 2022; os cuento anécdotas, vivencias y también me quejo, lo tengo que reconocer. Me quejo hasta de mi marido que es un santo. Pues siempre me encuentro algún comentario entre los lectores del tipo:

“Nadie te obligó a ser madre”

Lo sé, nadie me obligó a ser madre, fue una decisión que tomé libremente, consensuada con mi pareja, y soy muy feliz con mis hijos. Pero eso no significa que a veces me pueda sentir un poco cansada de no dormir por las noches, o saturada por no tener tiempo para mí, o que me mire al espejo y no me reconozca por los kilos que he cogido en los embarazos que ahí siguen.

Se idealiza mucho la maternidad, pero las madres somos personas. Desde el momento en que una mujer queda embarazada, parece que todo el mundo espera que se muestre agradecida y feliz. Hay una idea cultural muy arraigada que presenta la maternidad como la culminación de la realización femenina, como un estado de pura felicidad y plenitud.

Pues no, a veces no te sientes plena y feliz por estar embarazada. El embarazo es la antesala de lo que te espera en la maternidad: vómitos, dolor de espalda, a veces mucho sueño y otras veces no puedes dormir.

“Hay gente que daría lo que fuera por tener hijos, ¡y tú te quejas!”

Esta es otra de las perlitas que más escucho. Comparar el cansancio de una madre con el deseo de alguien que no puede tener hijos es un sinsentido. No se trata de una competencia de sufrimiento, lógicamente una persona que tiene un deseo y no puede cumplirlo, o está luchando por ello, lo está pasando mal, pero eso no invalida que yo pueda estar pasando una mala racha porque mis hijos son pequeños y demandan mucho esfuerzo, y me pueda quejar de ello.

“Las madres de antes cuidaban de más hijos y no montaban tanto drama”

Si, es verdad. Mi abuela crió seis hijos. Pero las cosas afortunadamente han cambiado. Ya los hermanos mayores no tiran de los pequeños, son los padres los que se encargan de sus hijos.  Además de que la mujer tiene que trabajar fuera de casa y dedicarse a otras cosas, no exclusivamente a la crianza y a las tareas domésticas.

La próxima vez que tu amiga que es madre exprese lo difícil que es su vida, en lugar de lanzarle una frases hirientes, empatiza, ofrécele tu ayuda si la necesita, y recuérdale que no está sola en esta travesía. A veces, sólo necesitamos que nos escuchen.