No me ayudes tanto, amigo.

Si en algún momento de mi vida presté atención al concepto de “amigo tóxico”, supongo que se me representaba en la cabeza como la típica animadora de instituto americana ultra perfecta que se comporta como amienemiga de la protagonista, remarcando sus defectos pero integrándola en su grupo elitista. ¿Sabéis de qué hablo? Esa puta zorra buena amiga que siempre tiene un antipiropo preparado. ¿Que qué es un antipiropo? Algo tipo «¡Qué guapa estás! ¡Ese vestido te disimula genial la tripa!». Eso.

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En los últimos tiempos, me he dado cuenta de que eso es simplemente ser imbécil y que el amigo tóxico es, en realidad, una especie mucho más peligrosa. Porque el amigo tóxico cree que, de verdad, te ayuda; cree que hace un montón de cosas por ti; y, lo que es sin duda la peor parte de todo, te quiere de verdad. A su manera, pero de verdad.

Los amigos tóxicos viven su particular momento de gloria cuando estás realmente jodida. Su fango favorito en el que revolcarse es el de las rupturas sentimentales. Ahí, los amigos tóxicos sacan toda su artillería, con la intención, real en la gran mayoría de los casos, de ayudarte. Claro que no es el único terreno en el que nos ayudan. Hay muchos más. Así que, como su intención es buena, yo, en nombre de todas las que hemos tenido la enorme suerte de contar con gente así a nuestro lado, voy a darles las gracias:

  • Gracias por haber previsto, siempre, todos y cada uno de mis errores; por haber gritado a los cuatro vientos que me iba a meter una hostia bien gorda si tomaba la decisión que me dictaba el corazón. Gracias a ti, habré perdido un poco de seguridad en mí misma, pero al menos sé que debo buscar la aprobación de otros cuando quiera acertar en el amor, el trabajo o, en general, la vida.
  • Gracias por abrirme los ojos sobre esos supuestos amigos que siempre me dicen las verdades a la cara. ¡Quiénes se creen que son! ¿Por qué no pueden ser como tú y actuar de palmeros de mis errores? No, ellos se creen muy listos por pedirme que haga lo más difícil, por decirme lo que no quiero escuchar. Ojalá todos fueran como tú y corearan conmigo las consignas habituales sobre la mierda que es la vida y los hijos de puta que son mis enemigos.
  • Gracias por ponerme siempre delante de la cara los defectos de la gente que más quiero. De mis parejas, mi familia y el resto de mis amigos. Tú, por ejemplo, sabías que mi última relación iba a acabar en un diluvio de lágrimas cuando los demás ni atisbaban nubes. Si no fuera por ti, seguiría viendo siempre las virtudes de los demás por encima de sus defectos. Mujer prevenida, vale por dos. Cuánta razón tienes.
  • Gracias por darme una visión realista del mundo, por recordarme que es todo una mierda, que la vida no es justa y que todos los tíos son unos cabrones. Tenías razón, esa actitud mía de optimismo inquebrantable es una inmadurez que, además, está pasadísima de moda.
  • Gracias por aconsejarme cotillear las redes sociales de mi chico, por sugerirme que mirara su última conexión de whatsapp. A mí jamás se me habría ocurrido, quizá porque prefería no tener nada con lo que obsesionarme. Si no fuera por ti, jamás habría pasado por aquellas semanas de obsesión y paranoia que tan constructivas han sido para mi futuro.
  • Gracias por insistir hasta que me rendí en que superara mis problemas con una buena borrachera. Jamás habría sido consciente de los límites de patetismo a los que puede llegar el ser humano si no hubiera hecho aquella llamada suplicante, borracha, a las cinco de la madrugada.
  • Gracias por levantar ante mis narices la liebre de la sospecha sobre cualquier otra mujer que se aproximara a menos de doscientos metros de mi ex. Y gracias, muchísimas gracias, por corearme cuando gritaba las palabras puta y zorra a diestro y siniestro. Me ayudó muchísimo a superar mis problemas y a reconstruirme desde la dignidad.
  • Gracias por comentar siempre todas las actualizaciones sobre mi estado de ánimo al resto del grupo. De hecho, gracias por hablarles solo de los días en que estaba hecha una mierda, pasado por un poquito de tu filtro, además. Fue realmente encantador tratar de salir adelante mientras todos mis amigos pensaban que estaba a punto de tirarme de un puente.
  • Gracias por hablarme siempre de las nuevas novias de mis ex. No te puedes imaginar cuánto me ayuda saber que no pegan nada, que una conocida tuya los vio discutir una noche o que, en el fondo, su relación está destinada al fracaso. Sin ninguna duda, esos datos son imprescindibles para que yo sea feliz.
  • Gracias por no creerme cuando te digo que al fin lo he conseguido, que estoy feliz con mi vida. Tienes razón en esto también, la felicidad completa no existe. ¡Qué estúpida soy cuando disfruto de mis chorradas!

Qué suerte tengo de tenerte, joder.

Solo hay una cosa que no aprendí de ti, amiga tóxica. Esa cosa se llama inteligencia emocional. Y no deja de ser un tipo de inteligencia. Como tú careces por completo de ella, me siento en la obligación de aclararte que todo lo anterior es irónico. Tener una amiga como tú es, en realidad, una mierda pinchada en un palo. Por eso, no pasas del título de “conocida”. Por eso te evito en las reuniones sociales. Porque, entre otras muchas cosas, me caes fatal. Y me caes fatal porque te has aprovechado de mí. Sí, como lo oyes. Has aprovechado mis fracasos para que tus (escasos) éxitos brillaran un poco más. Has utilizado mi dolor para ejemplificar tus propias opiniones. Has tirado a dar tus «ya te lo advertí». Tienes guardados en la recámara unos cuantos «si es que ya lo sabía yo» por si un día, un solo día, titubeo sobre mi propia felicidad. Has hecho del inmovilismo mental una religión, y te estás perdiendo la maravillosa sensación de cambiar de idea como de bragas. Crees tener las claves de la felicidad, pero siempre te oigo quejarte de lo cansada que estás, del follón que te dan tus hijos y de la mierda que es tu trabajo. Y de tu marido, claro, que atesora una lista de defectos del que no dudas en informarnos a todas. Pero sigues dando lecciones, sin importarte que a nadie le apetezca escucharte. A la que adelgaza tres kilos de golpe, le pones la etiqueta de anoréxica; la que los engorda es una cerda que se ha pasado con el helado; la que es tímida con los hombres es una frígida; la que acumula orgasmos con orgullo, una zorra; la que se queda un fin de semana en casa a disfrutar de un plan de mantita y peli es una amargada; la que sale hasta el amanecer y vuelve con los tacones en la mano no superó la adolescencia; la que malvive con un trabajo de mierda se tendría que haber esforzado más en buscar otra cosa; la que tiene un sueldazo, a saber a quién se la chupó. Y así hasta el infinito y más allá.

Porque, aunque en tu bolso nunca falte un blíster de ansiolíticos y en el mío solo haya restos pegajosos de la copa que me tiré por encima en pleno ataque de risa, tú seguirás pensando que tienes las claves de la felicidad. Mientras tanto, las demás seguiremos viviendo esa vida que tanto criticas y que tanto pagarías por poder tener. Porque, ¿sabes?, tu vida debe de ser una soberana mierda para estar tan empeñada en llenar de basura mental la mía.

Autor: Abril Camino