Imagínate ir de la mano con tu pareja y tener que soportar miradas de asco, besar cariñosamente a tu chico/a y que os griten “putos heterosexuales, qué asco dais”, ser víctima de la violencia y de la intolerancia desde que descubriste tu inclinación sexual, sufrir agresiones físicas e incluso palizas por expresar tu amor libremente, vivir con miedo por las repercusiones laborales y sociales de tu orientación sexual, temer por tu vida cada vez que en las noticias anuncian un asesinato “heterófobo”. Es difícil, ¿verdad?

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Vivimos en una sociedad “avanzada” con dos milenios a nuestras espaldas para escarmentar de la intolerancia, por ello resulta vergonzoso descubrir que a día de hoy hay 75 países donde sigue vigente la prohibición legislada de la homosexualidad, es decir, no solo está mal vista sino que además es ilegal. De esos 75, siete castigan con pena de muerte cualquier relación LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero). Por otro lado, el matrimonio entre personas del mismo sexo está permitido únicamente en veinte países y veintidós países ofrecen la posibilidad de contraer uniones civiles con derechos inferiores al matrimonio. La represión no solo está presente en los países que rechazan de forma legal y oficial a la homosexualidad, sino que los lugares donde, supuestamente, existe libertad sexual siguen siendo un foco de homofobia. “Si ya pueden estar juntos, ¿para qué quieren casarse?” o “si ya pueden casarse, ¿para qué quieren tener hijos?” son frases que puedes escuchar en cualquier ciudad y a cualquier persona de cualquier edad.

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El problema es que vivimos y fomentamos un mundo donde los homosexuales necesitan esconderse y los homófobos campan a sus anchas, donde nos escandalizamos al ver a dos mujeres besándose y normalizamos las agresiones intolerantes, donde se susurra “verás, soy gay pero prefiero que no lo comentes con nadie” y se grita “puto maricón”. ¿Qué hacer en una sociedad que no reconoce la homofobia como un crimen de odio? No hace falta viajar a África o Asia para presenciar la pasividad social ante este tipo de agresiones, mismamente la Unión Europea ha demostrado su incompetencia a la hora de hacer frente a la discriminación por orientación sexual o identidad de género, negando una respuesta adecuada a las víctimas cuando se produce una agresión y fomentando su inseguridad.

Parece que para muchas personas unas formas de agresión merecen menos protección que otras, como sucede en el caso de la violencia homofóbica, y los efectos no son sutiles. Alrededor del 80% de las agresiones homófobas no se denuncian porque las víctimas temen la reacción de las fuerzas de seguridad y las autoridades o porque creen que la denuncia no va a proceder. En consecuencia, los atacantes se mantienen impunes y la espiral de violencia y miedo se vuelve más y más grande.

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Jóvenes, mayores,  hombres, mujeres, tolerantes e intransigentes, se siguen preguntando por qué es necesario un día del orgullo gay, cómo si fuese una forma de «auto-discriminación». A menudo la conversación empieza con un “no soy homófobo pero…”, así que es fácil prepararse para la masacre. Después te sueltan algo como “orgullo implica creerte por encima del resto, yo no estoy orgulloso de ser hetero o blanco”, siguen con lo típico de “si hay un día del orgullo gay por qué no hay un día del orgullo hetero” y acaban con algo rollo “es que si yo fuese gay no me respresentaría un grupo de tíos en tanga de cuero y vestidos de policía” -se debe pensar que en el día del orgullo todo el mundo se disfraza de los Village People-. Tras el shock inicial de por-qué-me-junto-con-esta-gente y con una cara de póker que ni Lady Gaga, le dices “muy bien corazón, tú no pero hay quién sí se siente por encima por ser heterosexual, y hay quién expresa ese sentimiento agrediendo a los que no son como él, así que hasta que cualquier condición sexual sea igual de válida será necesario este día, y la expresión de día del orgullo es una forma de reivindicar que nadie tiene porque sentirse inferior o avergonzado por su orientación sexual tal y como las personas, la sociedad y los medios hacen sentir a los homosexuales”. Ves que pone cara rara, como de apretón en un domingo de resaca, y te das cuenta que no da para más.

Señoras y señores, será necesario un día del orgullo LGBT hasta el momento en el que se normalice cualquier condición sexual, hasta que nadie tenga miedo de contar a sus padres que tiene una pareja de su mismo sexo, hasta que nadie tenga la necesidad de esconderlo si surge una conversación, hasta que nadie sea despedido por salir del armario, hasta que se dejen de escuchar frases como “¿eres gay? Pues no lo parece, como no tienes pluma”, hasta que sea igual de normal que un famoso o un personaje de ficción sea heterosexual u homosexual, hasta que dejemos de ver el día del orgullo como “una reivindicación con tangas de cuero”, hasta que la gente comprenda que la educación de un hijo no depende de la orientación sexual de sus padres sino de la educación respetuosa que recibe, hasta que no haya una agresión, paliza o muerte homófoba más.

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El amor no daña, el odio sí.