Lunes: No te suena el despertador, te metes a la ducha corriendo y el agua caliente ha dejado de funcionar, el café desparramado por toda la blusa, no tienes limpia más ropa, pierdes el bus, de camino al trabajo pisas los restos de lo que fuera la comida de algún simpático can, empieza a llover, tienes un día especialmente aburrido, se te quema la pizza, no echan nada en la televisión, coges tu smartphone y se cae al suelo rajándose la pantalla, te enfureces, gritas, pataleas y te vas a dormir tremendamente amargada. «Hoy ha sido el puto peor día de mi vida«.

Martes: Despertador, desayuno, ducha…¿? Suena el teléfono. «Cariño, ven al hospital, tu madre está siendo intervenida de urgencia… y no sabemos si saldrá»

«Hoy… hoy se paralizan los días de mi vida»

Tenemos la creencia de que la belleza, el dinero, la popularidad, los trending topics y los K en instagram son aquello que nos aporta la felicidad. Vivir como en una película, o montarnos la película de nuestra vida.

Este no pretende ser un artículo largo, ni siquiera uno de opinión, pero sí uno sincero y directo. Y es que, como el título de aquel libro de Paula Bonet; «¿Qué ocurre cuando en la pantalla aparece THE END?».

Cuando las cosas se truncan de verdad, cuando te sientes completamente solo aún estando en compañía, cuando llevar el pelo sucio y las ojeras hechas marsupio se convierten en algo banal… Cuando flotas en medio de la nada es cuando realmente eres consciente de lo grande que es el mundo.

De que la vida no es una de esas comedias románticas que nos intentan vender, de que tú no eres el centro de ningún universo y de que la felicidad es algo pactado a medias entre el azar de tus emociones y la teoría del caos.

 

Cuando no puedas andar más; Detente.

Si vas a dejarlo todo; Respira.

Ante la diversidad de caminos; Observa.

Cuando estés en paz; Prosigue.

Drop: Detente-Respira-Observa-Prosigue

Drop, drop, drop, drop.

Porque a veces, a veces es mejor frenarse en seco que echar a correr sin sentido ni lugar. Porque sin «lo malo» no seríamos capaces de comprender «lo bueno». Y que la riqueza de la vida, quizás, es esa dualidad que tantas enseñanzas nos brinda.

Porque -quizás, entre tanto ajetreo- estemos ciegos, y lo que tengamos ante nosotros sean las verdaderas cosas buenas de la vida.