Cuando todavía no tienes hijos y ves la maternidad desde el otro lado todo parece muy sencillo. Es algo así como el ser aún adolescente y ver tu futuro adulto tan lejano. Siendo un chaval siempre imaginas una vida perfecta: estudiar una gran carrera, tener un gran trabajo, dinero de sobra para viajar, para una bonita casa…

Con los niños pasa un poco lo mismo. Antes de tenerlos somos como esos padres perfectos (aunque en potencia): Vamos a tener hijos buenísimos, jamás les permitiremos un berrinche y, además, comerán de todo e hiper saludable.

Siento romper la armonía de unicornios de colores pastel de vuestras vidas, pero las probabilidades de que tanto una cosa como la otra salgan de esta manera, son extremadamente remotas. Porque quizás estudiarás una gran carrera, pero ese trabajo maravilloso no saldrá del día a la mañana, al igual que podrás tener un hijo poco llorón pero es más que probable que pase de tu dieta healthy para añorar las chuches día sí día no.

Vale, podéis llamarme aguafiestas, pero el que avisa no es traidor. Y yo puedo ser muchas cosas, pero traidora, jamás.

Así que, llegado a este punto, me he prepuesto agasajaros con muchas de las frases que en mi etapa pre-maternidad repetía sin cesar y que ahora, con una churumbela corriendo por la casa, me tengo que tragar a palo seco.

Jamás permitiré que mi hijo/a duerma con nosotros, a su camita en su cuarto.

A mí me ha pasado, y aunque he intentado “independizarla” en multitud de ocasiones, siempre ha sido en vano. Y como a servidora a tantas otras familias. Al final personalmente me he subido al carro del colecho y a quien me critica por dejar dormir a una niña de dos años entre sus padres, les suelto de corrido los beneficios de colechar, y arreando.

Mi hijo solo comerá productos ecológicos.

Y seguramente durante los primeros meses de alimentación sólida así se cumpla, pero pasan los días, el estrés va en aumento, empiezas a echar cuentas de la diferencia de precio entre ese tomate eco y aquel otro no-eco… y lo más importante de todo, ves que tu hijo no se envenena al comer productos normales, y ¡ale! Ya está hecho el lío. Se acabó el mundo eco-healthy en esta casa.

Pues yo a mis hijos nunca les consentiré un berrinche en público.

Muy bien, tú no se lo consentirás pero ellos harán lo que les de la gana, literal. Me encanta este punto porque todo el mundo sabe gestionar genial las rabietas cuando las ve desde el otro lado. Pero el cuento cambia cuando te encuentras en medio de un centro comercial con un niño de dos años tirado en el suelo gritando sin responder a razones. Vamos, que ni consentir ni no consentir, que cuando el huracán se desata frenarlo no es nada sencillo.

Le inculcaré la lectura a mi hijo, desde bien pequeño le leeré un cuento antes de dormir.

Esa imagen tan idílica de tu bebé tumbadito, la luz tenue, una bonita historia… Pues claro que habrá peques que sean fieles a ese momento, pero otros muchos (como fue nuestro caso), en cuanto tuvieron la suficiente soltura para levantarse de la cama y arrancarte el libro de las manos, así lo hicieron. Ese ratito de paz y narrativa se convierte en una vorágine de páginas, “ese libro no, quiero otro”, alguna que otra hoja rota… Y ahí termina la literatura infantil hasta nuevo aviso.

Yo jamás dejaré a mis hijos con otra persona, vendrán conmigo a todas partes.

Bueno, digamos que cuando ha pasado algo así como un año, y te invitan a una cena de amigos, valoras muy positivamente tener quien cuide del retoño. De pronto, aunque con las preocupaciones lógicas, vas a disfrutar de una velada de adultos como antaño. Y a ver a quién no le gusta retomar viejas costumbres, y de las buenas. Eso recarga las pilas lo que no está escrito.

Me planteo ahora mismo que quizás no he sido muy fiel a mis principios pre-maternidad, y valoro mucho a todas esas familias que han sido súper nobles a sus orígenes. Pero creo que no somos pocos los que vivimos en esa crianza-caos maravillosa, y posiblemente sea toda esa locura la que nos ayuda a seguir adelante.