Si alguien me hubiese dicho que yo apuntaba maneras en el movimiento body positive, le hubiese dado una colleja.

De pequeña siempre he sido gorda, me he rozado los muslos desde que tengo memoria y cuando me salieron tetas, se quedaron en dos pellejos separados que me permiten ir sin sujetador y poner escotes de vértigo. Me hacían bullying en el cole y hasta en mi familia (me muero de asco cuando recuerdo a mi tío diciéndome que debería depilarme con 11 años).

Pero estaba orgullosa de algo. Tenía piel de princesa. Una piel sensible y extremadamente fina. Cada vez que tenía un sentimiento intenso (vergüenza, rabia, placer, etc), con frío, calor o simplemente porque sí, una malla de intrincados laberintos entre rojo oscuro y morado se dibujaban en mi piel de cuello para abajo (no, en la cara no tengo piel de princesa). Es común en los bebés, probablemente sepáis de lo que hablo.

Nunca había sido consciente de ello, hasta que un nene me lo preguntó en el cole. Se lo pregunté a mi madre, que preocupada ya había consultado el tema con la pediatra, y simplemente era eso. Piel extremadamente fina.

Yo, que era una ávida lectora, en ese momento me estaba comiendo una colección de libros de mi hermana, y dí con una protagonista de piel extremadamente fina, que al igual que yo se le veía las venas, y le salían verdugones con un simple guisante. Sí, la princesa y el guisante. No me malinterpretéis, cuando se es niña, se busca un modelo y alguien similar donde sea.

Total, que iba orgullosa por la vida y cuando alguien se metía con las «telarañas» de mis piernas o brazos les dedicaba una mirada de asco profundo con una corta explicación «Tengo piel de princesa, no como tú que la tienes dura y gruesa como un vulgar campesino» (definitivamente era una romántica).

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Con 14 años, y con los primeros tacones, el empoderamiento personal pasó a ser supino. Tenía tetas, ya usaba una 40-42 de ropa de mujer, y hacía mis primeros pinitos con el maquillaje. Ya no era piel de princesa, ya toda yo era una princesa. Seguían haciéndome bullying, ya solo en el cole, pero eran unos simples plebeyos.

Desde los 24, más guapa y princesa que nunca, mi piel, símbolo eterno de mi lucha personal de autoaceptación, me ha jugado una mala pasada. He desarrollado alergia al sol. Donde antes estaba un bronceadito decente que enseñaba con shorts, ahora se ha convertido en unas ronchas rojas dispersas por el cuerpo, en el pecho, sobre todo. Donde antes estaban los paseos por la playa orgullosa del bikini de turno, ahora está las tardes bajo la sombrilla y cubrirme para dar los mismos paseos.

Ha sido un golpe durísimo para alguien como yo, que adora la playa y el verano. Si os miran estando en bikini, no os digo lo duro que se hace pasear vestida por la orilla.

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Pero, tres años después, hacerme firme seguidora de weloversize y conocer este movimiento me ha ayudado a verlo desde otra perspectiva (aparte está de buscarme un trabajo en Noruega), las princesas tienen piel ultrafina y extrasensible, es normal que le siente mal el sol. Existen vestiditos y sombreros que sientan tan bien como los bikinis, Y cual diosa pin up, mis curvas pertenecerán lechosas y jóvenes (no olvidemos que la radiación envejece) lo que me queda de vida.

Para las que sois sirenas y para las que somos princesas, para todas, somos perfectas.

Joanna Val