Tienes que levantarte Noe, no puedes seguir encerrada en casa como una ermitaña. Te van a salir ¿yo qué sé? Telarañas en el cerebro, ¡eso es! Y eso da un asco que te cagas…

Aquella era la enésima vez que Marcia venía a mi cuarto con la única misión de hacerme ver la luz del sol. Habían pasado casi dos semanas desde el que hicimos en llamar el día D. Las veinticuatro peores horas de mi vida, la jornada en la que todos los demonios de mi existencia hicieron una quedada con una sola voluntad: hacerme polvo.

Como breve resumen de la mañana a la noche había perdido mi trabajo, a mi pareja y mi casa. Toda esa vida que tantísimo esfuerzo me había costado conseguir se había terminado de cuajo, sin previo aviso, sin medias tintas. ¿El motivo? Todavía lo desconocía. Lo único que sabía era que mi jefe me había citado aquella mañana para hacerme firmar un finiquito totalmente inesperado y que, acto seguido, mi pareja de toda la vida me había recibido en el que era nuestro hogar con la decisión tomada; lo nuestro se había terminado.

Me sentí durante días como víctima de una broma de muy mal gusto. En ocasiones lloraba, en otras reía a carcajadas imaginando que en cualquier momento un presentador saldría de su escondite con un inmenso ramo de flores mientras tarareaba la sintonía del programa ‘Inocente, Inocente’. Pero aquello jamás ocurrió. Era real como la vida, como la tristeza que me asolaba a cada minuto, estaba ante un futuro desconocido y sin ganas de tirar hacia adelante.

Por suerte todavía contaba con amigas como Marcia. Ella, que aquel día no podía creerse lo que le estaba contando. La que me dio cobijo en su casa sin dudarlo ni un segundo y me había servido como paño de lágrimas a pesar de su ajetreada vida. Pero la pobre había rozado ya un límite agotada de verme vagar por el pasillo como un alma en pena. Su primera misión se había centrado en conseguir que me diera una ducha, y después ya iríamos viendo.

Según ella, que todo lo leía y de todo sabía, este era el momento crucial para rehacer mi existencia. Necesitaba buscar trabajo y continuar con mi vida social, aunque no me apeteciese, aunque aquella cama revuelta me atrajese como el polen a las abejas.

¡Es un ultimátum Noe! ¡Y no hay más que hablar!‘ zanjó dando un portazo y sonando como lo haría una enfadadísima madre de familia.

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Si me bebo una cerveza más me pasaré la noche meando‘ llevaba todo el día quejándome y en consecuencia viendo las caras de disconformidad de mi grupo de amigos.

Se habían puesto de acuerdo para regalarme una noche de descontrol, pero yo nunca había estado tan apagada en toda mi vida. Ni chupitos, ni temazos, ni siquiera ver a aquel chico guapísimo que tanto nos gustaba. Yo seguía pensando en mi cama y en desaparecer del planeta.

En un momento de distracción me escabullí con la excusa de ir, una vez más, al baño. Salí como pude de aquel local infame y me encendí un cigarrillo mientras veía pasar uno tras otro a diferentes grupos de amigos y amigas que parecían no tener ningún problema que les quitase el sueño. De repente me sentí distinta, rara, como si fuese la única persona en el mundo con problemas de verdad. Los demás eran tan felices… y mírame a mí, qué horror…

En plena ensoñación escuché una voz a mi lado, un pequeño golpecillo en mi hombro me hizo regresar al mundo real para encontrar a mi vera a un chico pidiéndome el mechero. Sin hacerle excesivo caso se lo ofrecí y acompañé el gesto con una leve sonrisa.

No hace falta que sonrías, se ve de lejos que no es tu mejor noche…‘ adivinó aquel chico tras encender su pitillo.

Has dado en el clavo‘ rematé tajante y bastante borde.

Él me miraba con gesto pensativo. Era un hombre no demasiado alto, con los ojos oscuros, enormes y el pelo enmarañado. Hacía frío y guardaba sus manos en los bolsillos mientras parecía buscar una respuesta a todos mis males.

Bueno, sea lo que sea, lo siento. Un placer, soy Julio.‘ terminó tendiéndome la mano.

Yo respondí y continué con ese silencio que tanto anhelaba. El mundo se estaba convirtiendo en un lugar oscuro e inhabitable. Me asfixiaba, y la gente seguía yendo y viniendo entre las calles.

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No llevaba más de tres días con la aplicación descargada y ya estaba hasta las narices de pitidos y mensajes de personas non gratas. Tenía la completa impresión de que mi perfil de Tinder era un imán para los babosos y salidos. Un mensaje más solicitándome una foto de mis tetas y tiraba el teléfono por la ventana.

Recorrí una vez más la galería de muchachos pasando las diferentes imágenes sin casi ofrecerles una oportunidad. Todos esos hombres parecían ser perfectos, demasiado, algo así como aquel novio que me había dejado de la noche a la mañana sin mayor explicación que un ‘necesito mi espacio‘. De pronto, ¿un momento? Esa cara me suena…

Julio (32 años). Soy un chico normal con una vida normal. Me gusta el submarinismo y la comida casera. ¿Lo bueno? Sé cocinar.

Comencé a revisar su perfil y en seguida me di cuenta de que aquel chico que me había pedido fuego podía ser mucho más que un muchacho majete. Recordaba los pocos minutos que había permanecido a mi lado buscando algo que decirme sin demasiado éxito, y me sentí mal por mi forma ruda de contestarle. Sin casi darme cuenta hice match esperando que él también recordara a la chica borde de aquella noche.

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Para ser sincero no caía en quién eras hasta que me lo dijiste, la verdad es que tu cara ese día no tenía nada que ver con tu perfil…‘ me confesó Julio tras darle un largo trago a su cerveza.

Pasaba por una etapa muy jodida, bueno, estoy en ello, pero eso podemos dejarlo correr si te parece‘ estaba un poco cansada de ser la víctima de la vida y del momento.

Tras tres citas magníficas Julio había demostrado ser un chico demasiado perfecto. A cada nuevo paso que dábamos le observaba intentando localizar ese error, ese fallo, ese ‘ahí estaba la trampa’ que prácticamente todos tenemos. Pero no había manera. Un chico inteligente, simpático y con tema de conversación…

Pero vamos a ver, chaval, y tú ¿por qué estás soltero?‘ zanjé aquella tarde mientras paseábamos pegados a la playa.

Un poco porque he querido y otro poco porque me han obligado‘ respondió Julio sonriendo en tono de burla.

Aquello no era una respuesta, más bien sonaba a excusa con la que pasar a otra cosa mariposa.

En aquel mismo instante frenó en seco y se giró para mirarme a los ojos. Atónita ante lo que estaba pasando vi como lentamente se acercaba a mis labios con toda la intención de besarme.

¿Y este momento romántico a qué viene?‘ pregunté partiéndome de risa y desquebrajando toda la magia que se podía haber respirado en el ambiente.

¡Ostias…! ¿Lo ves? Si no tengo pareja es porque soy un zopenco del amor

Todavía sonriendo tomé entre mis manos la cara de Julio para darle un tímido beso en los labios.

A ti lo que te gusta es llevar la voz cantante‘ remató aquel chico ruborizado hasta las cejas.

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Hacía casi un año del día D y todavía temblaba al recordarlo. Le había contado a Julio mi historia y, como era lo habitual en esos casos, no podía creerse que el mundo se hubiera puesto tan en mi contra aquel miércoles del horror.

Nuestra relación iba despacio pero sobre seguro. Yo continuaba compartiendo piso con Marcia, acostumbrándome a mi nuevo trabajo en una inmensa oficina y quedando con el que ahora era mi chico al menos un par de veces por semana.

La vida, de pronto, olía a nuevo. Era como quien se compra un piso a estrenar y puede sentir el olor a pintura fresca en cada estancia. Estaba reescribiendo mi futuro a mis treinta y tantos, y empezaba a sentirme verdaderamente orgullosa.

Necesito hablar contigo esta tarde Noe. Sé que tienes cosas que hacer, pero no puedo dejarlo pasar.

El mensaje de Julio me erizó la piel provocándome una ansiedad brutal. Apenas eran las diez de la mañana y no podía esperar para saber qué estaba pasando. Durante todo el día decenas de opciones, desde la más absurda a la más dura, se me pasaron por la cabeza. Recopilé cada paso, cada cita, cada conversación que habíamos tenido buscando un motivo por el que aquel chico podría estar enfadado. No he hecho nada malo, ¿qué le pasa al karma conmigo?

A la hora en punto a la que habíamos quedado aparecí para encontrarme a un Julio serio y meditabundo. Un nudo se posó sobre mi garganta para no dejarme respirar en condiciones en lo que restaba de día. No me lo podía creer.

Noe, sé que no llevamos más que unos meses viéndonos, y tú me has contado tus problemas, tu vida… has sido sincera conmigo desde el principio y yo, pues yo he sido un gilipollas‘ sus palabras salían de su boca como una metralleta, sin dejarme hablar y sin mirarme a los ojos Julio parecía tener aquel alegato más que preparado. ‘Me he dado cuenta de que de verdad me importas y que es el momento de que sepas cual es mi realidad. Noe, estoy enfermo, tengo leucemia. Por eso no tengo nunca pareja, por eso estoy solo. Llevo dos años luchando con esta maldita enfermedad y no le deseo a nadie que tenga que padecerla conmigo.

El nudo de mi garganta se apretó muy fuerte y con él todos los órganos de mi cuerpo. Miré a Julio muda por la angustia y rota de dolor por el miedo que transmitían ahora sus inmensos ojos. Lo abracé muy fuerte, sin soltarlo, no quería soltarlo nunca. Me había pasado cuatro meses llorándole mis penas a un hombre que día a día luchaba por su vida. Me sentí egoísta, no podía entenderlo.

Lo peor de aquel día no fue solo el enterarme de la enfermedad de Julio sino sus planes de dejar nuestra relación para siempre. Me había asegurado que Tinder para él solo era la manera de conocer a chicas con las que divertirse sin llegar a nada serio, pero yo era ya muchísimo más de lo que él podía soportar. Le pedí de mil maneras que no lo hiciera, le juré otras tantas veces que me quedaría a su lado el tiempo que hiciera falta. Pero era su vida y sus normas.

Sé que mis padres lo van a pasar fatal cuando empeore, y mis hermanos, y mis tíos, mis amigos… no quiero que nadie más sufra por mi culpa, no me lo perdonaría.

Habíamos sellado aquella conversación negra con un último beso en la puerta del bar. Julio me miraba de nuevo con ese gesto feliz que siempre le caracterizaba. Mi cabeza no asimilaba todo lo que estaba ocurriendo, tanta información en tan poco tiempo. Otra patada, cuando empezaba a incorporarme después de la primera paliza.

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El despertador sonó como un martillo que bien quisiera atravesar mi cabeza de lado a lado. Desorientada y con los labios completamente pegajosos me giré en la cama deseando terminar con ese maldito pitido. Abrí un ojo y pronto fui consciente del horrible dolor que recorría todo mi cuerpo. Estaba claro, la noche había sido de las duras aunque no recordase ni la mitad.

Marcia me había medio obligado a acompañarla a aquella terrible fiesta. Sus jefes le habían pedido que llevase algún invitado y, según ella, esa compañía perfecta era yo. Ella que me tiene en muy buena estima ya que lo mío no son en absoluto los eventos de alto copete: me aburro, no aguanto ni una hora subida a los tacones y termino mirando mal a todo el mundo.

Pero como a buena amiga no me gana nadie, me acicalé todo lo que pude y tomé un taxi hasta la dirección que me había dado. Y, tal y como imaginaba, la cita era en un precioso y engalanado palacete más iluminado que la ciudad de Vigo en plenas navidades. Música top, bebidas top, canapés top (y enanos)… La revista para la que trabajaba Marcia se había tomado muy en serio lo que fuera que estaban celebrando y yo al menos tenía bebida gratis.

Mal sabia yo que aquel compromiso al que había ido a hacer bulto iba a tomar un giro tan inesperado. En cuanto vi un asiento libre corrí elegantemente viendo el cielo abierto para mis pies. Apoyé mis muslámenes con delicadeza y me puse a examinar a cada una de las personas que me rodeaban en aquel bonito jardín. No conocía ni al Tato, de hecho, había perdido de vista a Marcia hacía demasiado tiempo. Desubicada era decir poco.

Entonces, en un simpático movimiento, giré el taburete hacia la barra esperando que el camarero me brindase otro copazo y fue entonces cuando di con él. No me lo podía creer, Julio.