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Jamás me ha gustado volar, se me acumulan los sudores fríos y las ideas catastrofistas, he volado en millones de ocasiones y nunca en la vida he sido capaz de disfrutar de un vuelo. Roberto se sentaba a mi lado tranquilo, como si en lugar de surcar los cielos fuésemos en un cómodo tren o similar. Intentaba hacerme la despistada, luciendo como si aquellos millones de miedos no estuviesen circulando por mi cabeza.

Benvenuti a Roma!‘ sonrió Roberto justo en el instante crucial en el que los motores del avión tomaban fuerza para el despegue.

Junto a nosotros viajaban Carlos, Diana y Fran. Los tres habían aceptado el traslado tras muchas deliberaciones. Cierto era que algunos de ellos tenían familias, Carlos y Fran habían dado el visto bueno tras contar con la aprobación de la empresa para que sus parejas e hijos pudieran contar con todas las comodidades en la capital italiana. Diana, por su parte, no se había posicionado, aunque ante la petición personal de Roberto se notaba que no había sido capaz de negarse al cambio.

Antes de darnos cuenta estábamos en el aeropuerto de Leonardo da Vinci, cargados de maletas y con el cansancio del madrugón acumulado.

Esta tarde tendremos una primera reunión con el personal de la filial, hasta entonces podéis descansar. Si alguien se anima a salir a comer, nos reuniremos a las 13:00 en el hall del hotel.‘ Roberto organizaba la jornada tras tendernos a cada uno la llave de nuestra habitación. Aquel precioso hotel en el centro de Roma era sin duda una de las joyas de la corona de nuestra querida empresa.

Me tumbé sobre la cama, envié un mensaje de Whatsapp masivo informando sobre mi llegada sana y salva y cerré los ojos por un segundo, sin apenas quitarme los zapatos. El sueño pudo conmigo, de repente me encontraba en mi piso de las afueras de Madrid abrazada a mi amado novio. Acabábamos de tener una sesión de sexo bestial y planeábamos darnos una ducha para después acercarnos al centro para vermutear con nuestros amigos. ¡Y lo bien que olía aquel instante! Aquel perfume que tanto me gustaba, sus besos dibujando mi cuello, su espalda ancha y todo su cuerpo moviéndose sobre mí… De golpe, el sonido atronador de mi teléfono me despertó. Observé por un instante a mi alrededor sin saber muy bien dónde estaba. Roma, eran casi las 13:00 y en la pantalla de mi Iphone se leía el nombre de Roberto.

En el recatado hall del hotel mi jefe esperaba mientras charlaba en un perfecto inglés con una de las empleadas. Se le veía cómodo. Era evidente que acababa de pasar por la ducha, algo que yo, obviamente, no había hecho.

El resto han decidido quedarse e ir directos a la reunión, ¿conoces algún lugar para comer por aquí cerca?

Tras mi negativa la empleada del hotel nos recomendó un par de lugares que no nos podíamos perder. Al final optamos por acercarnos a una tabola calda cercana a la zona de Panteon. Las mejores porciones de pizza para llevar y así poder recorrer aunque fuera una parte del centro de la eterna Roma.

Jamás había degustado una pizza como aquella. Una porción que casi parecía más un estupendo bocadillo con el mejor queso y una gran variedad de suculentos champiñones. Roberto se había decantado por una opción más sencilla. El queso derretido se me escapaba de la boca a cada bocado de aquella delicia.

Creo que además de experiencia profesional esta nueva etapa de mi vida me va a traer muchos kilos extra. Madre mía, esto está de muerte…‘ Daba un nuevo mordisco a la porción que no dejaba de humear.

Me llama muchísimo la atención lo bien que te has adaptado a la idea del traslado. Yo todavía tengo la cabeza en Madrid, no tengo nada claro que sepa llevar todo esto como debería.

Habíamos tomado asiento en uno de los escalones ante el gran Panteón. Los turistas se agolpaban a nuestro alrededor, entrando y saliendo del majestuoso edificio. Yo me sentía un poco como una ciudadana más en medio de Roma. ¿Turistas, nosotros?

Sin entrar en detalles, este viaje ha sido casi como un regalo para mí… Puede que una parte de mi yo interior necesitase cambiar de aires.

Yo también lo necesitaría si hubiese estado en tu lugar.

La respuesta de Roberto fue como una especie de puñal. ¿A qué se refería? Sabía perfectamente que lo que me había ocurrido era una soberana mierda. También era consciente de que todos en la oficina conocían mi situación. Pero jamás me hubiera esperado que él, mi jefe, me viese como un ser desamparado. No era esa la cara que yo había querido mostrar todos esos meses. Fue evidente que mi gesto demostró mi incomodidad. Dejé de masticar con gusto y me levanté para arrojar a la basura el último trozo de aquella deliciosa pizza.

Vaya, discúlpame, quizás no me he expresado bien. Todos en la oficina sabemos lo que ocurrió, fuiste muy valiente por cómo te lo tomaste…

Puedes decirlo, fue una putada, pero quiero pensar que si hoy estoy aquí no es porque necesite huir de Madrid o de mi vida allí. Muchos lo ven así, ¿pero qué hay de lo que yo quiero?

Era cierto, desde que había informado en casa sobre mi intención de trasladarme a Roma todos habían dado por hecho que intentaba olvidar aquel episodio largándome lejos. Es decir, que además de haber sido engañada por las personas que más quería en el mundo, a partir de ahora todas mis decisiones girarían en torno a ellos. ¿Te mudas? Sin duda lo haces para huir de ellos. ¿Cambias de trabajo? Claro, es que quieres huir de ellos. ¿Te haces vegetariana? Evidentemente, ellos han tenido mucho que ver. Y así sucesivamente.

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La sede de la empresa se encontraba a las afueras. Un coche enviado por el director de la filial nos había recogido en el hotel. Roma se veía preciosa cuando la noche comenzaba a cubrirla. Sus calles estrechas, cada uno de los impresionantes restos históricos iluminados por tenues luces. El tráfico era un auténtico caos en el que parecía tener que salvarse el último. Yo miraba sorprendida y algo asustada a aquel conductor, que maldecía a cada coche, moto o autobús en un italiano que no conseguía descifrar.

En la oficina nos recibieron sonrientes y casi como si fuésemos eminencias. Cierto era que en aquella sede no habían pasado los mejores meses tras la fuga de cerebros que habían sufrido. Pero nosotros tampoco llegábamos para salvar a nadie, o al menos no era eso lo que nos habían explicado en Madrid. Por mi parte, desarrollaría las mismas funciones que en mi odiada pecera, pero centrando mi trabajo en los hoteles de la compañía en Italia. ¿Qué conocía yo de aquel país hasta entonces? Que sus pizzas eran una barbaridad para mis jugos gástricos y que puedes morir atropellado por una bicicleta el día menos pensado.

Tras las presentaciones y un breve discurso por parte de Roberto, nos indicaron dónde se encontraban nuestros respectivos despachos. Celebré para mis adentros que mis paredes en Italia no fuesen transparentes. Hasta hacía un par de meses Isabella Giani era la dueña y señora de aquel pequeño espacio, al menos hasta que una hotelera de la competencia directa le había ofrecido más dinero por su trabajo. Su nombre todavía figuraba en la puerta. Lo observé un poco desubicada y acto seguido, Valeria, mi acompañante, me hizo saber que al día siguiente aquello desaparecería.

Tomé asiento a mi mesa y observé Roma a lo lejos desde el ventanal que se situaba a mi espalda. Las luces en movimiento de aquella increíble ciudad no cesaban. Era tarde y los trabajadores de la oficina ya comenzaban a abandonar el lugar. Observé a Valeria, que permanecía inmóvil en la puerta de mi despacho, observándome esperando que yo le diese alguna indicación. Con un inglés algo chapurreado le comenté que podía irse cuando quisiera, yo necesitaba un segundo para mí.

Nunca en la vida había tenido tan clara una buena decisión. Aquella oficina me transmitía todo lo que había echado en falta los últimos meses. Nuevos retos, un millón de tareas por hacer, tanto que aprender… Sin lugar a dudas Roma había sido lo mejor que me había dado el mundo en mucho tiempo. Sin saber muy bien por qué, tumbé mi cabeza sobre la mesa, como intentando celebrar mi felicidad abrazando aquel enorme escritorio.

Toc, toc… ¿Es usted Isabella Giani?‘ Roberto me encontró totalmente recostada, bromeando con el hecho de que mi despacho todavía tuviera dueña. Su cara de sorpresa al verme en aquella tesitura rompió en parte mi momento de celebración íntimo.

Este lugar está bien, ¿no crees? Creo que podremos hacer grandes cosas con esta plantilla.‘ Intenté tomar un tono profesional, ya que me acababan de pillar haciendo un poco el idiota con el mobiliario de mi despacho.

Sí, tengo la misma impresión. Mi despachó está aquí al lado, para que lo sepas. ¡Ah! Y mañana conocerás a tu asistente. Celébralo, en Madrid no tenías ayudante y en Roma sí.

¿Asistente? Vaya, se ve que en esta ciudad además de kilos voy a ganar estatus. Jamás he tenido ayudante, espero que sea una mujer mayor de esas que saben ponerme en mi sitio los días en los que no me apetezca trabajar…

¡Elena! He dicho que tendrás un ayudante no una mamma romana que te ponga las pilas. Y por cierto, te invito a una copa y le explicas a tu jefe qué es eso de tener días en los que no trabajas porque no te apetece…

Continuará…

Mi Instagram: @albadelimon