No le soporto. Desde el primer día que pisó esta casa supe que no nos íbamos a llevar bien, y no estaba equivocada. Es altivo, arrogante, borde… ¡todo lo que detesto! Y, sin embargo, cada vez que se acerca a mí, se me eriza la piel; cada vez que me mira con esos ojos azules, que parecen cargados de electricidad, me recorre un cosquilleo por todo el cuerpo que acaba entre mis piernas. Eso es lo que más odio: que encima es guapo y me desarma con curvar sus labios ligeramente.

Nuestros padres se han ido de fin de semana con unos amigos y nos han dejado solos, así que mientras él se ha ido por ahí a tomar algo, yo me he quedado terminando el último trabajo de la carrera. Si apruebo esta asignatura, podré empezar las prácticas. Lo bueno es que con la casa tan sola, tan en silencio, solo con el sonido del ronroneo de Sylvana cuando se sube a mis piernas, termino antes de lo que esperaba. Guardo en la nube el documento por si acaso, lo dejo imprimiendo y, tras dejar a la gata en la cama, bajo al salón para jugar un rato a la consola ahora que tengo el salón solo para mí.

 

Es el torpe sonido de las llaves intentando encajar en la cerradura lo que me despierta. Al final, tras jugar, me puse una película y me quedé dormida. Miro el reloj, intentando ubicarme, y veo que son casi las cinco de la mañana. De nuevo el sonido termina de espabilarme y ponerme alerta, así que cojo lo primero que encuentro, que es un jarrón de mi madre, y me acerco a la puerta con él en alto. Con cuidado, y siendo más temeraria de lo que debería, me asomo a la mirilla y lo veo a él, a Marcos, intentando abrir la puerta torpemente.

—Joder…

Dejo el jarrón en la mesita de la entrada y abro la puerta, chasqueando la lengua. Viene con una tajada buena, así que, al hacerlo, trastabilla para no caer de bruces dentro de la casa, abriendo un poco los brazos y todo para buscar el equilibrio. El condenado está la mar de guapo, con su barba de unos pocos días, el pelo ligeramente largo y desordenado, la camisa medio desabrochada y unos vaqueros que… madre mía, es que le hacen un cuerpazo. Sacudo un poco la cabeza y frunzo el ceño.

—¿Sabes qué hora es?

Me mira, ladeando la cabeza, como si buscara reconocerme. Sus ojos azules me estudian con una intensidad que me hace temblar. Me aparto para que pueda entrar en casa y, en cuanto lo hace, cierro, echando los seguros.

—No sé… ¿la hora de dormir?

—Menuda borrachera llevas encima —suspiro, caminando hacia el salón para apagar la televisión y dejar todo recogido—. Te dejo el sofá para que duermas la mona, que yo me subo a la habitación.

Me giro, dispuesta a irme, cuando siento sus dedos agarrarme la muñeca, Su tacto es suave, tibio, pero tan firme como para que no pueda escaparme de su agarre. Le miro de reojo, arqueando una ceja.

—¿Por qué te vas?

—¿Porque son las cinco de la mañana? No sé, digo yo.

—Siempre te vas…

—Marcos, estás borracho —digo al final, con paciencia, girándome hacia él—. Venga, túmbate aquí en el sofá. Te bajo el pijama y una sábana por si te quedas frío y mañana será otro día, ¿vale?

Intento soltarme de su agarre, pero aprieta un poco más. No me hace daño, pero noto el temblor de su mano, el corazón acelerado a través de la yema de sus dedos. ¿O es el mío el que late así de desbocado? Alzo la mirada a sus ojos, esos que no han dejado de mirarme en ningún momento, y me quedo anclada en ellos, en ese azul eléctrico, intenso, capaz de atravesarte con una mirada o derretirte con ella.

—Mar…

—No sé qué me has hecho —me corta, bajando un poco la voz. Suena algo más ronca a la vez que sus pupilas se dilatan ligeramente—. No dejo de pensar en ti. Lo intento, pero cuando me descuido percibo tu aroma a mi alrededor, imagino el tacto de tu piel en mis dedos, el roce de tus rizos sobre mi pecho. —Se acerca a mí lo suficiente como para que pueda percibir su aroma, para que su calor me rodee.

—Deja de decir tonterías… —susurro, con la boca seca, temblando. He empezado a notar un cosquilleo en mi bajo vientre que asciende por mi cuerpo, por mi columna hasta erizarme el vello de la nuca.

—¿Sabes cuántas veces he soñado con tus gemidos? —Tengo sus labios tan cerca que siento su aliento rozando los míos, el olor del alcohol que ha bebido nublando mis sentidos—. ¿Sabes cuánto deseo saborear tus orgasmos con mi boca? Cada vez que te tengo cerca me vuelves loco. Solo quiero besarte y follarte hasta no poder más.

Se me escapa un gemido sin querer. El simple hecho de escucharle hablar, con esa voz ronca, tan cerca, consigue que mi sexo se humedezca y mis mejillas se sonrojen. ¿Es cosa del alcohol o…?

No me da tiempo a pensar más, porque cuando quiero darme cuenta le estoy besando. No, no se ha lanzado él, sino yo. Yo he sido la que ha dado el paso para devorar sus labios con un hambre que no sabía que tenía. Marcos suelta mi muñeca para agarrarme por la nuca con esa misma mano mientras con el otro brazo me rodea la cintura. Saboreo los restos de las copas de sus labios, le despojo de la camisa que huele a alcohol, tabaco, perfume y sudor para descubrir su torso de músculos delineados. Parece el David de Migue Ángel, con su anatomía perfecta, los músculos ligeramente tensos por la anticipación, la piel blanca y cubierta de un fino vello oscuro.

Me separo para mirarle cuando él tira de mi camiseta hacia arriba, quitándomela, dejando mis pechos al aire. Como un depredador que acaba de alcanzar a su presa, se lanza a besarlos, a lamerlos con un ansia tan violenta que me hace gemir cada vez que tira de uno de mis pezones. Los tengo sensibles, cada vez más. Su lengua y sus dientes intercalan sus juegos, como su ambos batallaran por el control de esos tesoros que acaba de descubrir.

—Marcos…

—Shhhh —responde, alzando sus ojos hacia mí, dándole un lametón lento y la mar de erótico a uno de mis pechos mientras lo hace, mientras la lujuria cruza como un relámpago por el cielo de sus ojos—. Solo quiero que me llames si es para pedirme más…

Muerde entonces mi pezón, con firmeza, tirando de él a la vez que me baja el resto de la ropa, que me deja desnuda para él. Gimo, cachonda como estoy, sin poder reprimirme. Su fuego me alcanza y me consume, solo quiero que siga, sentir esos labios en cada rincón. Y como si fuera capaz de leerme la mente, me tumba sobre el sofá con una facilidad pasmosa y se cuela entre mis piernas, bebiendo directamente de la fuente de mi placer. Su lengua, ávida, se cuela en mi vagina haciéndome temblar. Sube por entre mis labios hasta mi clítoris y juega con él con una maestría que hace que me corra en su boca con un grito de placer. Tiemblo, agarrada su cabello, presionándolo contra mi sexo mientras él bebe con avidez mi orgasmo, tal y como deseaba.

No sé si pasan dos segundos y dos horas, el tiempo ahora mismo no importa. Son tantas las sensaciones que me recorren, que me es imposible pensar en otra cosa. Noto sus labios y su lengua deslizarse por mi pubis, mi vientre, mi estómago… Asciende con lentitud por mi cuerpo hasta mis labios, donde lo recibo con un nuevo y apasionado beso.

—Estás deliciosa —susurra, provocando que le muerta el labio inferior como respuesta, traviesa—. No me tientes, fierecilla…

—¿Por qué no? —susurro, rodeando su cadera con mis piernas mientras busco el modo de bajarle esos vaqueros que tanto me gustan.

—Porque a este paso no voy a poder parar. —Detiene una de mis manos mientras me mira. Sigue deseando más, lo sé. Y yo también. Aquello que llevaba tanto guardando ha salido a la luz y ya no puede volver a la oscuridad donde lo guardaba con celo.

—No quiero que pares —respondo, tajante. Lamo sus labios mientras tiro de él con mis piernas. Noto su dureza incluso a través del pantalón, así que jadeo de nuevo—. ¿No querías follarme? Pues hazlo.

Gruñe. Un gruñido que me hace temblar porque me dice, sin palabras, lo que piensa hacer. Me besa de nuevo, con tanta violencia que creo que hasta nos hemos hecho una herida el uno al otro. Sus pantalones y su bóxer vuelan, tirando al suelo una lamparita. Separa sus labios de los míos para mirarme. Me relamo con una sonrisa traviesa mientras él roza su pene contra mi sexo. Gimo, abriendo los labios. Y cuando lo hago, mete mi lengua en la boda, con un nuevo y apasionado beso a la vez que entra en mi interior de una firme embestida.

Sentirlo dentro es aún más intenso de lo que creía. Me llena por completo y se desliza en mi interior con facilidad. Somos como un mecanismo perfecto, dos piezas que siempre debieron estar unidas. Me agarro a su cabello con las dos manos, apoyando mi frente en la de él cuando me separo para tomar aire. Grito, no puedo evitarlo. Sus acometidas son tan fuertes que el sofá se mueve con nosotros encima, que nuestros cuerpos resuenan con cada choque. Sus jadeos se mezclan a la perfección con los míos, gime mi nombre mientras nos miramos a los ojos, sin apenas poder articular una palabra. Pero no hace falta, nuestros cuerpos hablan por nosotros.

De nuevo el tiempo parece ralentizarse y acelerarse a la vez, porque me corro más pronto de lo que creí que sería posible volver a hacerlo, pero el orgasmo es tan lento que parece que jamás va a terminar de recorrer mi cuerpo. Noto cómo él también se corre, cómo me llena tras colarse hasta el fondo de mi ser.

Nos quedamos así, completamente unidos, en silencio, mirándonos, disfrutando de nuestros orgasmos hasta que el temblor de sus brazos le hace caer sobre mí con suavidad. Le abrazo, cerrando los ojos y esbozando una sonrisa tranquila.

—Joder… me has quitado la borrachera y todo —me dice tras unos minutos en silencio, recuperando nuestros respectivos alientos.

—Vaya por dios… Entonces mi trabajo aquí ha terminado —bromeo, y eso le hace reír. Pocas veces le he escuchado reír así, y ahora deseo que no deje de hacerlo jamás.

—Bueno… espera, que creo que aún estoy un poco borracho —continúa él, alzando la cabeza lo justo para poder mirarme.

—Hmmmm, entonces tengo que esforzarme más esta vez.

Y tras una sonrisa cómplice, vuelvo a besar sus labios.