El amor es una droga. Eso es lo que dicen.

Dopamina, oxitocina, adrenalina…

Puedo recuperar esa sensación. Siempre que cierro los ojos y vuelvo a una de esas noches. 

No estoy persiguiendo un subidón efímero. Es real. No son sólo imaginaciones mías.

Como cualquier droga, el amor es adictivo. Hay investigadores que afirman haber encontrado la famosa “Fórmula del Amor”. Que no es más que la suma de unos  neurotransmisores. Básicamente, sustancias químicas creadas por el propio cuerpo.

Y yo me pregunto, con lo complicado que es, con tantas sustancias, sinapsis y reacciones, ¿Cómo esperan que encontremos el amor?, ¿Cómo podemos no meternos en una relación después de acabar otra, negándonos esa droga?

Con toda esta información, que he buscado a conciencia, te quería explicar el porqué hice lo que hice. O más bien, justificarme de por qué me gusta sufrir gratuitamente y complicarme la vida. De porqué cuando veo un botón que pone “Peligro, no apretar”, yo lo aprieto.

Pero no nos desviemos, vayamos a la noche anterior.

Una hora después de haberme ido de mi habitación, la cual compartía con Clara, salí de la habitación de Hugo, su hermano. Clara era una chica muy maja con la que había hecho buenas migas, a pesar de llevar solamente una semana en la III jornada de profesionales fisioterapeutas. Odiaba este tipo de eventos. No era una persona muy sociable. Siempre he sido un alma libre y solitaria, con mis rutinas y mis manías.

Una vez al año, el jefe de mi jefe, lo que viene a ser el jefe supremo de todas las clínicas de la empresa, organizaba estas formaciones que duraban 3 semanas. Tres semanas en un hotel, de cursos, charlas y jornadas de puertas abiertas con sesiones gratuitas en varias ciudades de España, a gastos pagados por supuesto.

Descrito así te preguntarás, Blanca, ¿qué le ves de malo a esas convenciones? 

Te lo diré. 

Yo soy fisioterapeuta. Mi empresa se llama FisioVip. Hay 200 clínicas repartidas entre España y Portugal. Y el jefe quiere hacer honor a su nombre. Quiere que todo el mundo quede contento al salir de cada clínica. Quiere que podamos atender a todo tipo de pacientes. Quiere seguir manteniendo las 5 estrellas. Y para ello, dedica tiempo y dinero a la formación de sus empleados. Además, teniendo en cuenta que en cada clínica hay  6 trabajadores, imagínate la cantidad de gente que se junta en el hotel donde tienen lugar dichas jornadas. 

Este año nos alojábamos en el Jardí de Ses Bruixes Boutique Hotel. Un hotel de lujo en Menorca, que con solamente ver el exterior, enamoraba. Daba la sensación de que nada malo podía pasar allí dentro. La fachada era blanca, con azulejos blancos y toques en azul, las ventanas de un estilo rústico, también en color azul, y unas plantitas al lado de la puerta principal.

A lo que iba, que me pongo a hablar y no hay quien me calle.

Le había mentido a Clara. Bueno, en realidad solamente me había dejado algunos detalles que contar. Ayer en la habitación de Hugo pasaron cosas.

Este año me había prometido dejarme llevar, aprovechar la experiencia y disfrutar. El hotel y la ubicación lo merecían. No todo era estudiar y vaguear SOLA. Eso hice ayer, o al menos lo intenté. Cuando entré en su habitación, él inmediatamente se puso unos pantalones. Sin embargo, eso no hizo que ocultara lo que le había provocado verme.

Le había rechazado una copa pero conocía a ese tipo de hombres y sabía que no se iba a rendir fácilmente. Me dejó una nota en mi bolso con lo siguiente:

Los de la recepción me han dado tu acreditación porque no te encontraban. Estoy en la habitación 219. Te espero.

No era listo ni nada.

Entré observando meticulosamente cada rincón de su habitación. En busca de vete tú a saber qué. Fijé la vista en la mesita de noche. Estaba mi acreditación. La cogí y me giré.

No esperaba que Hugo estuviera tan cerca de mí. Me puse nerviosa.  

–Bueno, pues ya tengo lo que venía buscando –comenté mientras hacía ademán de irme hacia la puerta. Él se puso enfrente de mí más cerca aún, cortándome el paso. Casi podía notar su respiración agitada, nerviosa.

–Pues yo no –nada más terminar la frase, se acercó, me cogió de la nuca con las dos manos y me besó. 

Fue un beso cálido y suave, con pasión pero sin ansia. Le devolví el beso, cerré los ojos y me dejé llevar. Sus manos bajaron hasta mis hombros, acariciando mis brazos con delicadeza, y siguieron bajando hasta mi región lumbar. 

Intentó acercarme contra él, pero me separé.

–Espera –dije jadeando. Joder, tenía ganas. Acababa de cortar con Mario hacía apenas unas semanas. Necesita sentir esa droga. Amor.

Yo todavía llevaba la acreditación en la mano, y me la estaba clavando de tanto apretarla. La dejé donde la había cogido y le hice a Hugo una señal para que se sentara en la cama. Él lo hizo, poco a poco y sin dejar de mirarme. Primero los ojos, luego los labios y finalmente mis pezones, que se marcaban por encima de mi camiseta. Me senté a horcajadas sobre él y continuamos besándonos. Mis manos agarrando su cara, acariciando su cuello y sus manos, empezando a bajar por mi espalda hasta llegar a mi culo.

Nuestras respiraciones agitadas iban acompasadas. Al igual que el movimiento de nuestros cuerpos. Frotándonos. Despacio. Notando como su sexo crecía y el mío se humedecía.

 

Belén Pérez Pérez