Mis padres se separaron cuando yo tenía 9 años, de forma nada amistosa, tras descubrir mi madre que mi padre le había sido infiel.

Aquello fue algo muy duro, tanto para mí como para mi madre, y nos dejó secuelas a las dos. Sin embargo, me atrevería a decir que mi madre lo pasó peor. Ella había sido siempre una persona muy viva y risueña, y esa misma persona pareció disiparse de un plumazo. Las ojeras le llegaban hasta el suelo, apenas sonreía y cuando lo hacía, se le notaba una risa débil, sin fuerzas.

A todo esto había que sumarle además que fue ella la que se quedó con mi custodia, cómo no, y yo no fui una niña fácil en absoluto en aquella época.

Pasó el tiempo, y todo pareció establecerse al fin. Mi madre no había recuperado del todo su sonrisa, pero sin duda alguna estaba más cerca de ser la persona que había sido siempre.

Pasaron aún más los años, y yo había cumplido los diecisiete no hacía mucho. Mi madre llevaba meses radiante. Había vuelto a ser la misma. Le brillaban los ojos, y hasta la sonrisa.

Y entonces, llegó la bomba. Se había echado novio. Yo me alegré como no os imagináis por ella. Se lo merecía como nadie, y no me pude sentir mejor.

Sin embargo, no me alegré tanto cuando, unos meses más tarde, mi madre me dijo que su novio (Carlos) y su hijo Raúl (que tenía mi edad) se iban a venir a vivir con nosotras por diversos motivos. Como os podéis imaginar, aquello no me sentó nada bien, y fueron varias las trifulcas que tuve con mi madre, aunque sirvieron de poco.

Por suerte, íbamos a poder tener la opción de dormir en cuartos separados, por lo que conservaríamos nuestra intimidad en cierto modo, algo que fue un atenuante.

Cabe mencionar que aquello se suavizó del todo cuando vi a Raúl entrar por la puerta.

Me pareció increíblemente guapísimo.

Pasaron los meses y, por suerte, la convicencia no fue del todo mal.

Raúl y yo tardamos en acercarnos, pero con el tiempo todo fue sobre ruedas. Desarrollamos un tonteo de pullitas y vaciladas que a mí me molaban un montón. Siempre estábamos picándonos.

Al pasar de los meses, yo cada vez me sentía más atraída por él, y al parecer la cosa era mutua. El tonteo cada vez era más evidente, hasta el punto en que mi madre me preguntó si me gustaba Raúl. Obviamente, yo lo negué todo. Al parecer el padre de Raúl le había preguntado lo mismo, porque desde entonces dejamos el tonteo a un lado por ambas partes, aunque continuamos con el buen rollo.

Un par de años o tres más tarde, cuando yo tenía unos 19 años, llegó un día en el que nuestros padres nos dejaron solos en casa para irse a pasar el fin de semana juntos. Raúl y yo nos miramos de forma cómplice, y no sé por qué, pero a mi me dio una punzadita en el pecho. Dijimos de montar una fiesta en casa, y así hicimos. Vinieron invitados varios amigos y amigas de la universidad, mi mejor amiga, y el mejor amigo de Raúl, Jose, que estaba buenísimo.

Por casa rodaban la música, el alcohol y las risas, y pronto empezamos con el subidón. Raúl y yo llevábamos mirándonos toda la noche, con ojos furtivos. Él y yo sabíamos lo que deseábamos que pasara, pero estaba prohibido y no sabría si seríamos capaces de dar el paso.

Entonces, nos pusimos todos a jugar a la botella. Una de las veces, me tocó con Jose. Obviamente no opuse resistencia alguna y me dejé llevar con un beso que parecía más que consensuado por ambas partes y que me dejó más caliente que el Sáhara en agosto. Jose y yo nos miramos y sabía que entre nosotros iba a pasar algo más esa noche. Raúl no paraba de mirarme, de una forma rara. Por mí, diría que fue una mezcla entre celos y morbo.

También me tocó con Raúl, pero evidentemente nos negamos…la primera vez. A la segunda todos estábamos bastante pedo, y hubo hasta ánimos para que lo hiciéramos, y allá que fuimos. Sin duda alguna, en aquel beso había hambre. Creo que ha sido la boca a la que más ganas le he tenido en mi vida. Si antes estaba como el Sáhara en agosto, ahora mismo mi chirri era magma volcánico.

La cosa siguió así, y tras varios giros de botella y más besos compartidos, Jose me apartó de la multitud, que andaba ya más bien descarriada por toda la casa.

“Por cierto, estoy cayendo ahora mismo en que me has enseñado toda la casa menos tu cuarto”- Dijo, todo disimulado él.

“Anda sí, ¡es verdad! Pues ven, que te lo enseño” – respondí, siguiéndole el rollo máximo y sabiendo perfectamente a qué íbamos a ir.

Antes de cruzar por el umbral de la puerta, vi por el rabillo del ojo a Raúl, que me miró de forma muy penetrante y seria desde el fondo del pasillo, mientras sujetaba una bebida.

Fue cerrar la puerta y Jose se me lanzó. Nos empezamos a comer a besos, y a meternos mano. A los diez minutos nos fuimos a la cama a seguir.

Y entonces, entró Raúl, entre risas.

“Pero bueno, esto qué es, ¿en mi propia casa? Qué ultraje” – dijo Raúl, a modo de mofa.

“Cállate, anda” -. Le tiré un cojín a la cara – “esta es mi casa también, eh”

Raúl entró y se puso como a cortarnos el rollo, de broma, a Jose y a mí. Empezó a chincharnos y a jugar, mientras nosotros le decíamos que parara…aunque se notaba que la intención no era esa por ninguna de las partes.

Yo le seguí el rollo, y empezamos a tontear los tres. Raúl me cogió desde atrás y me besó apasionadamente el cuello, a lo que Jose aprovechó para enrollarse conmigo. Desde atrás, Raúl empezó a tocarme los pezones y a agarrarme del pecho, mientras Jose me acariciaba por otras zonas.

Besos, caricias, magreos por todas partes, y penetraciones. Y así, sin comerlo ni beberlo, nos hicimos un trío espectacular.

No sólo me tiré al pibón de su amigo Jose, si no que por fin Raúl y yo encontramos un pretexto genial para dar rienda suelta a lo que se venía cociendo hacía años. Quizá fuese el alcohol, o la excusa de un trío, como si eso al no ser entre nosotros dos solos, no fuese tan “pecaminoso”.

Pero el caso es que lo hicimos, que fue una fantasía cometer aquel pecado maravilloso y que disfruté y que me corrí como nunca.

Eso sí, después de aquello Raúl y yo no sacamos el tema jamás. Ni volvió a pasar nada entre nosotros. Al parecer, de mutuo acuerdo aunque sin haber mediado palabra, decidimos dejar aquel suceso como una excepción bañada por el alcohol y seguimos como si nada.

Año y medio mi madre y Carlos dejaron la relación de forma amistosa, y ellos se fueron de casa.

Pero siempre me acordaré de Raúl y aquella noche maravillosa.

Relato redactado por colaboradora.