Mi amiga Carla lo volvió a hacer. Nos volvió a dejar tiradas el fin de semana. Y no cualquier finde, sino aquel que habíamos estado semanas preparando para estar solo las chicas.

Teníamos todo comprado, la casa rural pagada y aquella excursión a la sierra donde nos iban a enseñar a recoger setas. El motivo…el motivo dió igual, pues en aquella época, cualquier motivo que salía por boca de Carla, eran excusas. La realidad es que desde que rompió su última relación sentimental no volvió a ser la misma. Todas lo sabíamos. Y en sí aquel fin de semana era una más de las llamadas a la acción para Carla. Para hacerle olvidar a Tomás. El último mamarracho que desfiló por su vida sin pena ni gloria.

Carla evitaba cualquier contacto social. Cualquier situación pública. Cualquier interacción que le hiciese abandonar su zona de confort. Casi no salía de casa sino era para comprar las cuatro cosas que compraba para mantenerse viva. Carla, la misma que salía por la noche a bailar hasta que el sol asomaba. Ella que desde pequeña había asistido a clases de danza. Ahora, se pasaba el sábado en su sofá viendo refritos en el televisor.

La motivación de Carla era inexistente. La falta de interés, sus sentimientos negativos, su aislamiento social eran una constante. Su anhedonia, o lo que es lo mismo, la falta de disfrute de cualquier actividad se había colado en su vida. Todos estos indicios nos hicieron dar un paso adelante, siguiendo algunas de las pautas de afrontamiento para ayudar a Carla.

Lo primero fue animarla a pasar un tiempo con nosotras realizando una tarea que ella misma escogía volver a retomar. Aunque en un principio se mostró rehacía a nuestros intentos, un día propuso ir a pintar. Ella solía dibujar en una de las plazas del pueblo, pintaba a la gente que pasaba, las palomas que se posaban en los tejados, o los niños que jugaban a pelota. Daba igual. Allí nos fuimos. Estuvimos pintando una tarde entera. Otra tarde decidió ir al mirador del pueblo de al lado, un mirador perdido entre las montañas que siempre le traía paz. Otra tarde le vino antojo de chocolate con churros. Otra al cine…Y así, plan por plan, pasito a pasito la fuimos sacando de casa.

El estilo de vida que había mantenido durante estos últimos meses compuesto por horas tumbada mirando el techo, comida recalentada y ausencia de cualquier alimento vegetal se fue quedando atrás a medida que cambiaba su estado anímico. Empezó a comer más saludable, a moverse más, incluso quiso recuperar sus clases de danza. Toda esta evolución en el bienestar de nuestra amiga fue acompañada de especialistas que la ayudaron en todo momento en la anhedonia que estaba sufriendo.

La anhedonia o la falta de placer puede hacer que olvidemos o perdamos de vista las cosas que nos regalan paz y felicidad. Afrontar los síntomas una vez detectados es el primer paso para recuperar la capacidad de disfrutar de lo bonito que nos rodea.

@punto_en_becca