Laura pasó bastante tiempo pensando antes de tomar la decisión de presentar a su novio a su familia. Nunca les había presentado a nadie con quien tuviera algún tipo de relación romántica, era algo que le parecía demasiado formal. Pero, sin duda, había llegado el momento, Jorge y ella pronto cumplirían un año juntos, empezaban a hacer planes a largo plazo y charlaran ya un par de veces sobre la posibilidad de vivir juntos. Pero, además de la formalidad, había algo que la echaba para atrás a la hora de tomar la decisión, y es que en su casa siempre habían sido muy protectores con ella. De pequeña había padecido una serie de enfermedades graves que le habían impedido llevar una infancia feliz, por lo que su familia siempre se había volcado con ella, tanto mientras estuvo enferma, como desde la recuperación. Todos tenían la sensación de tener que protegerla de todo, porque ya bastante había sufrido. Temía que, con todo eso, tratasen a Jorge de forma fría o brusca y que él se sintiese incómodo.

Jorge la invitó a comer un domingo en su casa y ella aceptó. Allí estaban los padres de Jorge, su hermana pequeña y su abuela, deseosas de conocerla y saber todo de ella. Fue una velada muy agradable y poco después, sin darse cuenta, Laura ya entraba y salía de la casa de Jorge como una más de la familia. El ser tan bien acogida la ponía más nerviosa al pensar en su familia, y es que Jorge podría tener, con razón, una expectativa alta sobre sus reacciones y llevarse una decepción. No quería que su familia fuese un motivo de preocupación. Sus dos hermanos mayores habían amenazado en el pasado a un chico que, en el instituto, se metía con ella al salir. Realmente habrían tenido razones más que suficientes para ponerse así con aquel estúpido que la llamaba cancerosa al pasar, pero la forma de protegerla desde entonces había sido mucho más cerrada y… Su padre era un hombre grande, con una grave voz ronca que de por sí impresionaba bastante, pero las pocas veces que Laura lo había visto enfadado u ofendido… Daba miedo. No a ella, pero quizá a un chico tímido que llega con su hija de la mano podría asustarlo.

Laura le contó a su madre lo felices que estaban juntos, lo bien que la trataba y, finalmente, el miedo que le daba llevarlo a casa. Su madre se rio y le dijo que debía confiar más en su familia. Y así lo hizo. Ese mismo fin de semana Jorge se presentó en la puerta de su casa con un postre casero hecho por él mismo que entregó a Laura al entrar, junto con un casto beso en la mejilla. Ella lo había asustado tanto que entró en el comedor como quien entra en la cueva de un oso, de puntillas y casi en pánico. Al verlo entrar, la madre de Laura echó una corta carrerita hasta su posición para darle un cariñoso abrazo de bienvenida, se presentó y, con dulzura, le pidió que pasase al salón. Allí, los hermanos de Laura estaban sentados en el sofá en posiciones bastante extrañas. Ya no vivían allí, pero cuando iban de visita no perdían las viejas costumbres. Al verlos entrar se sentaron de un salto como si unos segundos antes no estuviesen cabeza abajo con los pies en el respaldo. Lo saludaron como si lo conociesen de siempre. Fueron sorprendentemente amables y rápidamente se fijaron en que llevaba colgando del bolsillo un llavero de un grupo de música y, buscando intereses comunes, lo metieron en una amena conversación sobre música.

Solamente faltaba su padre, que estaba en la cocina terminando de asar la carne. No le gustaba que nadie anduviese por la cocina cuando hacía algún plato especial. Pero cuando el reloj de cocina sonó, Laura sabía que su padre no tardaría en aparecer por la puerta. Y así fue, unos minutos después, su padre apareció tras la puerta desatándose el mandil color pistacho que llevaba. En cuanto levantó la vista y vio a Jorge junto a la estantería de los discos con sus hijos mayores dibujó una enorme sonrisa en su cara. Cuando Jorge se dio cuenta de que estaba a su lado ya estaba demasiado cerca y no vio venir el enorme abrazo que su suegro le tenía guardado. Laura abrió la boca de un palmo, a qué venía ese recibimiento.

Tras una cena más que agradable, Jorge se fue con la promesa de volver pronto y los números de sus cuñados guardados para enviarles alguna canción que ellos no conocían. Antes de irse, su suegro le dijo que estaba encantado de conocerlo y de que fuese capaz de hacer sonreír a su hija. ¡Sin amenazas ni nada!

Todo estaba mejor de lo que ella había soñado, pero entonces… Ese fin de semana no pudieron ir al cine porque su madre había preparado una merienda especial para Jorge. Luego, la siguiente semana, le pidieron que fuera a pasar el fin de semana con ellos a una casa rural. Parecería genial si no fuese que, poco tiempo después, no podían hacer planes solos. Jorge estaba en su casa cuando llegaba del trabajo porque lo había llamado su madre para pedirle ayuda con el ordenador, o su padre para enseñarle una receta. Y así, ella que tanto miedo había tenido del recibimiento que su familia podía darle, ahora se arrepentía de haberlo llevado porque básicamente lo habían adoptado y no lo dejaban escapar. No pasaban tiempo solos, no podían no verse un día, porque sus padres la agobiaban preguntando si todo estaba bien…. Era como si estuvieran tan agradecidos de que la hiciese feliz que se llegaron a olvidar de que su hija era ella.

A los pocos meses quisieron vivir juntos, pero antes de empezar la búsqueda de piso, Laura hizo una reunión con su familia para explicarles que estaría encantada de tenerlos de vista en su casa, pero no sin antes llamar, que no tendría que ser todos los días como una obligación y que, por favor, les dejasen un poco de espacio. La convivencia surgió de la necesidad de separar a su novio de sus propios padres (DE LOS DE ELLA).

 

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