Ella llevaba dos horribles sesiones de quimio después de haberse hecho una doble mastectomía. Llevaba poco tiempo asimilando lo que le había pasado y empezaba a saber que debía tomar decisiones pronto sobre su aspecto, sobre su comodidad y sobre su vida. Él acompañaba a su padre cada poco tiempo a sus sesiones, le sujetaba la mano cuando se notaba débil y le contaba batallas interesantes sobre sus nietos para distraerlo.

Ese día hablaron por casualidad. A ella le calló algo que llevaba en la mano y no podía agacharse a recogerlo, él se apresuró a ayudarla. Se sonrieron de forma cordial. Ella dijo un tímido “gracias” y él le dijo que “para eso estamos”. Ella se percató entonces de su existencia y, aburrida de pasar ese tiempo tan duro sumida en sus desgracias, que no eran pocas, decidió escuchar aquellas anécdotas graciosas que el acompañante de su compi de quimio le estaba contando. Él, al ver que ella escuchaba, le preguntó “¿tienes hijos?” ella, cabizbaja, contestó que no. Entonces él le dijo que mejor para ella, que daban muchos quebraderos de cabeza. Y, sin hacer apenas pausas para respirar, empezó a relatarle todas las últimas salidas de tono de sus hijos y lo preocupado que vivía desde que habían llegado a la adolescencia.

En la siguiente sesión ya se sentaron en sillones más próximos para charlar. Él le preguntó cómo era que venía sola, si se sentía tan mal. Ella, como si ya fuesen amigos, le contó que su pareja la había dejado al salir de la primera sesión. No había podido con la presión. Aún con todo lo canalla que él había sido, ella lo seguía justificando. Le costaba un poco más ahora, pero como su nuevo objetivo principal era sobrevivir, no se preocupaba mucho por su futuro amoroso. Él se había llevado todo de su casa en menos tiempo de lo que tardó ella en entender lo que había querido decir. Ella ahora había decidido raparse la cabeza antes de que su pelo fuese desapareciendo poco a poco y no quería saber nada de pelucas. Estaba pasando un punto vital revolucionario y no quería esconder las consecuencias de aquel proceso tan duro.

Él aplaudió su actitud y, con un gesto amable, le dijo que le quedaba genial su nuevo look. Ella se sonrojó. Él entonces le contó que vivía con su padre desde el divorcio. Su ex lo había dejado por otro cuando sus hijos eran pequeño y él se había quedado con la custodia de los 3. Ahora eran adolescentes y decía estar más preocupado ahora que cuando eran más pequeños, pero que la enfermedad le había obligado a relativizar todo un poco. Los niños hacía tiempo que podían decidir y ya no veían a su madre más que una o dos veces al año y ella tampoco protestaba. Estaba muy ocupada cuidando a las gemelas que había tenido con su amante poco tiempo después de renunciar voluntariamente a la custodia de los niños. Ellos estaban hartos de ser hijos de segunda categoría y no iban más que de vez en cuando para pasar tiempo con sus hermanas, que no tenían la culpa de nada.

Fueron muchas sesiones en que ella se iban marchitando y el padre de él se iba apagando. Sabían que aquello podía pasar y lo único que podían hacer era llevarlo lo mejor posible.

Un día que él había ido a buscar algo que su padre le pidió, éste aprovechó para hablarle a ella “No sabes lo contento que estoy de que estés aquí para él. A mí me queda poco y me voy más tranquilo sabiendo que no estará solo.” Ella hizo un gesto de incomprensión. “No disimules, sabes bien lo que digo. Ahora no es el momento, pero pronto será tu mano la que sujete”.

Quince días más tarde, él se presentó solo, vestido de negro y con un gesto muy triste. Ella se levantó al verlo. “He venido a despedirme. Mi padre falleció hace dos días, pero no quería desaparecer sin que supieras que estoy muy agradecido por tu compañía todo este tiempo”. A ella se le inundó el gesto de lágrimas. Solamente pudo decir, muy bajito y con la voz entrecortada “¿Puedes acompañarme?” Él pareció ilusionado, pero como se ilusiona una persona muy afligida. Se sentó a su lado y, según sintió que ella se había acomodado, le cogió la mano. Ella sonrió “Tu padre dijo que harías esto”. Él lloró aferrado a aquel sillón de hospital, mirando con añoranza el sitio que solía ocupar su padre, que tan duro había peleado. “La siguiente es mi última sesión, ¿querrás acompañarme?” Él asintió esperanzado.

En la siguiente sesión se vieron antes de entrar, se saludaron con un beso tierno en la mejilla, pero ambos sabían que de allí se irían juntos. Cuando la enfermera le quitó todos los aparatos que le habían puesto y le dijo “ya eres libre”, ella se puso de pie de un salto (y se mareó), él la sujetó con cariño y, cuando se repuso un poco de su malestar, levantó la cabeza hacia él y se besaron con todo el cariño contenido de dos personas con el alma pura y con pocas expectativas de ser felices.

Hoy llevan juntos ya 3 años. Ella ha superado con éxito su enfermedad. Los hijos de él están felices de ver tan bien a su padre y adoran vivir con una mujer, después de tantos años. El exnovio de ella le contactó cuando vio en redes sociales que volvía a tener pelo para decirle que estaba muy guapa, ella lo bloqueó y agarró más fuerte a su nueva pareja, porque sabía que alguien que es capaz de enamorarse de una persona en su peor momento vital tiene el corazón más puro que puede existir.

 

 

Escrito por Luna Purple, basado en la historia de una seguidora.

(La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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