Llevaba con él 2 años de relación, uno de convivencia. Las cosas iban bastante bien, aunque le costó bastante acceder a la repartición igualitaria de las tareas de la casa. Ambos trabajábamos a jornada completa en turnos partidos (mañana y tarde), pero él no entendía que si a él le tocaba limpiar el baño una tarde en que yo ya había hecho mi parte por la mañana, yo pudiera estar sentada viendo la tele mientras él hacía de “maruja” (expresión suya, por supuesto).

Se nos tambaleó un poco la relación a partir del segundo mes de convivencia, hasta que ambos cedimos un poco en nuestra posición: yo dejé de exigir una limpieza y orden absoluto y él reconoció que si yo tomase su misma actitud viviríamos en la mierda. Como esto no tenía escapatoria, hicimos una repartición de tareas, al principio rotatoria (cada semana cada uno se encargaba de unas tareas y la semana siguiente de las otras), pero eso significaba que yo debía limpiar el baño después de que él lo dejase a medio limpiar, que yo sacase el polvo de lugares que hacía dos semanas que no veían un plumero, que yo me encargase de la ropa que se había acumulado… Así que las repartimos definitivamente y se acabaron las discusiones. El baño es cosa suya, por ejemplo. Y por más que me cueste convivir con manchas de pasta de dientes en el espejo y tengo que reprimir las ganas de coger el limpiacristales… No lo hago, se lo digo de forma asertiva y… Pue si, si no lo soluciona, en la siguiente lavadora que pongo no meto ninguna prenda suya (podéis llamarme tóxica, vengativa o lo que queráis, pero ninguna de vosotras se ha visto teniendo que poner papel en su propio váter como si fuera un pub, así que no me juzguéis).

A los 6 meses de convivencia las cosas ya fluían de maravilla. La casa estaba relativamente limpia y recogida siempre y la convivencia en general era muy buena.

Pero entonces… Llegó la gastroenteritis a nuestras vidas. Alguien de mi trabajo trajo ese odioso virus y lo compartió con todo el equipo (diré que mi sección tuvo que cerrar dos días porque enfermamos todos, incluidos los jefes) y yo me puse peor de lo que me había puesto en mi vida. No podía salir apenas del baño, era como un grifo abierto con dos salidas, me deshidrataba, me mareaba y, el poco tiempo que podía salir del baño, me lo pasaba en cama, intentando reponer fuerzas. Pasados 3 días le dije a mi novio que se me estaban acumulando  las tareas tanto de casa como en el trabajo y que me estaba dando mucha ansiedad pensar en que, cuando estuviera bien, no iba a dar con todo. Yo enfermé la tarde del jueves, el viernes estuve sola, pero el fin de semana él estaba en casa, así que estaba más tranquila. Recuerdo esos días algo borrosos porque tuve mucha fiebre y estaba tan mareada… Solamente recuerdo que él me acariciaba la frente en la cama y me decía “Tu no te preocupes de nada, yo me encargo”.

Yo tenía pesadillas con todos lo papeles que se me estarían acumulando en la oficina, pues hasta mínimo el martes no nos dejaban volver y a ver si podía recuperarme para entonces.

Llegó el martes y yo, medio deshidratada, pero ya mucho mejor, me acerqué a la oficina. Mi superior, una chica no mucho más mayor que yo, me dijo que no me preocupase, que todos estábamos igual y que estaban cayendo los de las demás secciones, así que el retraso sería generalizado y que nos ayudaríamos entre todos, pero que por ahora prefería que me volviese para casa uno o dos días más hasta estar al 100% para evitar recaídas. No me opuse, la verdad, porque me sentía muy débil y no sabía si aguantaría de pie mucho rato más.

Nada más entrar por la puerta de mi casa escuché ese horrible sonido de una arcada dolorosa. Corrí al baño y me encontré de rodillas a mi novio. Pálido, sudando y con un gesto de dolor que despertaba toda mi empatía sin dificultad, pues hacía dos días había sentido exactamente lo mismo. Yo tenía dos días libres y me encontraba algo mejor, así que podría devolverle los cuidados que él me había dado durante el fin de semana.

Me dispuse a preparar algo de suero para que, cuando pudiese tomarlo, intentase no deshidratarse del todo. Llegué a la cocina… No quedaba ni un solo vaso, ni una sola cuchara y ni una sola olla limpia. Todo el menaje de mi cocina estaba en el fregadero haciendo equilibrios. Pude distinguir la olla en la que hice la última comida el jueves de la semana anterior, antes de ponerme enferma. Miré a los lados con incredulidad. Abrí la nevera y me encontré comida con moho, cosas que había comprado con perspectiva de cocinar los días siguientes. El olor era insoportable.

Salí de la cocina mareada por la debilidad y el hedor. Entré en el baño. Llevaba varios días pasando allí gran parte de mi tiempo, pero no había mirado mucho a mi alrededor. Recordaba que el primer día no había llegado a tiempo y había vomitado por fuera. Lo había limpiado como había podido, pero ese vómito reseco que había al lado del váter no podía ser de ese día, pues mi novio limpiaba el baño los sábados… Pero si era…

El cesto donde poníamos la ropa sucia estaba desbordado, la última ropa que yo había planchado estaba en el mismo sitio en que la había dejado… Durante mis días enferma no sólo no había hecho ni una parte de mis tareas, sino que las suyas tampoco. Podría esperarme un montón de ropa para planchar, pero es que él no había lavado ni tendido nada. Podía esperar que la cocina no estuviera impoluta, pero no que hubiera moho en ella, que no hubiera un solo tenedor limpio ¡Que teníamos lavavajillas!

Entré en la habitación y lo vi allí, en la cama, pálido. Me hizo un gesto como para que me sentase a su lado. Lo hice. Le acaricié la frente para ver si tenía fiebre y a la vez le comenté en un tono suave que había visto el piso y estaba bastante asustada. Él me dijo “A ver, si tu no haces nada en una semana, yo tampoco. Sería injusto. ¿Me traes un poco de agua?”

Salí de la habitación, llamé a su madre y la avisé de que su hijo estaba enfermo y que le esperaban unos días muy difíciles, pero que yo me iba. Ella me dijo “Si él te cuidó a ti cuando estuviste mala…” Le pedí que viniera. Le enseñé cada rincón de mi casa. Cuando abrí la nevera le costó contener una náusea. Me miró avergonzada, siempre dijo que se sentía responsable de haberlo malcriado, me pidió perdón y me ayudó a recoger mis cosas.

Me fui de allí sin mirar atrás. Supe por su madre que le duró más de una semana y que su madre se negó a limpiar todo aquello, así que tuvo que contratar a una empresa, pues al pasar tantos días había incluso insectos. No lo quiero ni pensar y, sinceramente, me da igual.  

Escrito por Luna Purple, basado en la historia de una seguidora.

(La autora puede o no compartir las opiniones y decisiones que toman las protagonistas).

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