Me quedo observando a Theo, había olvidado lo atractivo que era. Rudo en modales, aún más en sentimientos, hay que reconocerle un cierto atractivo animal. Quizás sea ese pelo largo y castaño, a lo Jesucristo, que hoy lleva recogido en una coleta. O sus labios finos y su nariz tan parecida a la de las esculturas griegas. O ese toque a mar que tiene al trabajar de puerto en puerto. Muy mediterráneo, pero con esa extraña mezcla que tienen los griegos al estar un poco entre lo occidental y lo oriental. Esta vez soy yo la que relleno nuestras copas.

— ¿Y qué es lo que hacías tú por aquí?

—Había quedado para tomar algo con unos amigos, pero estaba dando una vuelta antes de volver a casa. Me gusta pasear por aquí.

—Lo sé… Helena, siento cómo quedaron las cosas.

—No hablemos de eso. No hace falta. A veces las cosas son lo que son, y no son nada más.

—Tú tampoco hiciste porque fueran nada más. De hecho, fuiste tú la que dejaste de llamar. —Se produce un silencio incómodo. Bebemos. Miramos la Acrópolis iluminada. Volvemos a beber. —Sea como sea, me alegra haberte visto hoy. ¿Dónde vas a dormir?

—He reservado una habitación en Pireus para estar cerca del puerto, mañana a primera hora tomaré el ferry para volver a Oia.

—No me gusta que a estas horas vayas hasta allí sola. Puedes quedarte en casa, como siempre, yo te acerco al puerto por la mañana.

—¿Y no molestaré a nadie en tu casa?

—¿A quién ibas a molestar?

—No lo sé, hace tiempo que no nos vemos, quizás ya no vivas solo.

—En mi cama siempre hay sitio para ti y lo sabes.

Volvemos a beber. El sexo con Theo siempre fue adictivo. Mucho más que sus conversaciones, desde luego. Pero, aunque la invitación no me pilla del todo por sorpresa, sé que lo correcto sería rechazarla. Que él acabará rellenando con cualquier otra mi hueco en su cama. Lo sensato sería buscar un taxi, levantarme temprano y volver a mis rutinas. Pero esta noche me siento triste. Me siento sola. Si bien la retsina comienza a embotarme la cabeza, el corazón me pide un poco de calor humano. Me pide las caricias y los besos de un amante conocido.

Solo nos hace falta una mirada de esas que hablan sin palabras. Theo paga la cuenta, me coge de la cintura y me lleva por las calles de Atenas hasta su casa.

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Comenzamos a besarnos nada más traspasar el umbral. Sus besos tienen un sabor conocido, como si existiera un sabor para los recuerdos. Sus manos se mueven nerviosas por mi cuerpo, algo perdidas al principio, pero pronto le abrazo con fuerza y mi marinero se siente de nuevo anclado a su puerto. Pasamos a su habitación, la cama no está hecha. Pienso que quizás la haya dejado así, porque siempre fue un desastre, o que puede que antes de salir alguien más haya pasado por aquí. ¿Pero realmente eso me importa?

Comienzo a quitarle la ropa, a besar su piel desnuda, a olfatear los restos de una historia pasada, mientras dejo que me desabroche el vestido y el sujetador con una conocida maestría. Nuestros cuerpos encajan. Disfruto del momento, del reencuentro. Hay pocas sensaciones más deliciosas que la primera vez que vuelves a hacer el amor con un antiguo amante. Es excitante porque es algo que hace mucho que no hacías, pero a la vez es seguro porque sabes cómo hacerlo.

Theo me muerde el cuello como me encanta que lo haga, mientras yo aprisiono su sexo con fuerza entre mis manos, sin moverlo, solo presionando, como yo sé que a él le excita. Observo su cuerpo fuerte. Recorro con las yemas de mis dedos los tatuajes de los que nunca llegué a saber los motivos. Pronto nuestras entrepiernas se encuentran y no conseguimos llegar a la cama, acabamos empotrados en la pared más cercana. ¡Dios, cómo me gusta cuando me empotra! Mis piernas se enredan en su cintura y mis brazos en su espalda curtida y ancha. El vello oscuro de su pecho se restriega contra mi piel blanca, mientras busca la inclinación perfecta para penetrarme. Me encanta que Theo no se depile nada. Que sea tan hombre, tan sin artificios. Que me invite a su casa como lo ha hecho, sin excusas de por medio. Que entre en mí sin entretenerse en preliminares cuando sabe que ya estoy preparada.

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La primera embestida me ahoga, porque me llena hasta el fondo. Vuelve a empujar y puedo sentir como se roza dentro de mí, o al menos, como se roza su preservativo. Puedo ser impulsiva, pero en esto siempre soy impecablemente precavida. Noto el aliento de Theo en mi cuello, los sonidos guturales de placer que se escapan de su garganta. La dopamina comienza a hacer su efecto analgésico, ya no me duele la espalda, ni se me agarrotan tanto las piernas teniendo en cuenta lo incómodo de la postura. Comienzo a clavar las uñas en sus hombros, a morder su cuello con ganas, mientras el vaivén de sus embestidas me desarma.

Al final Theo no puede más, se da la vuelta y me echa sobre la cama. Yo flexiono las piernas sobre mi pecho y le dejo vía libre para que pueda volver a embestirme de forma profunda. Él sonríe, esta postura siempre ha sido de sus favoritas. Le permite ver un primer plano que le encanta. El placer es casi insufrible, tanto que, en vez de gemir, resoplo. El orgasmo me atraviesa como una descarga eléctrica y mi espalda responde arqueándose al ritmo de mis alaridos.

Theo sonríe satisfecho, sabiendo que aún no ha acabado conmigo…

Sigue leyendo en ‘Si el amor te dijo “no” pregúntale otra vez’ de Silvia Carpallo

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Seguimos creyendo que hay amores que son para siempre, pero a veces, justo cuando esa persona nos falla, es cuando descubrimos lo que es amar sin miedo.
Alejandra, Helena e Irene son madre, tía y sobrina, y cada una vive el amor y el sexo a su manera, que no es la misma a los 20, que a los 30 o a los 40. ¿O sí? Porque hay sentimientos que no entienden de edades, ni de excesos de equipaje.
Algo inesperado las llevará a pasar un verano juntas en una villa de la isla griega de Santorini.

Allí descubrirán el placer de las pequeñas cosas y, sobre todo, la fuerza insospechada de sentir que, si cuentas con el apoyo de tu familia, nunca es tarde para empezar de nuevo, aunque sea en el país de las ruinas.

Una historia llena de sentimientos y erotismo, que es un viaje no solo por las islas griegas, sino por la complejidad femenina.

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