Todo empezó en tercero de primaria. Después del verano llegué a clase con algo de sobrepeso y fue algo que se notó bastante. Ese año estaba en el último curso de catecismo, en el cual no conocía a nadie porque eran todos del colegio público o del privado y yo del concertado del pueblo. Además que siempre fui una niña que solo jugaba en casa y que no salía ni iba al parque porque a mis padres no les gustaba y porque así se ahorraban el tener que estar preocupados por si me caía o me hacía daño. Fui la niña marginada otro año más entre los niños y niñas del catecismo, pero esta vez no porque no me conocían como siempre había ocurrido, sino porque era la gordita.
En mi colegio no recuerdo que se metieran conmigo, al menos no mis compañeros, pero sí de vez en cuando escuchaba comentarios de niños y niñas más mayores. Fue en el catecismo cuando comencé a recibir bullying por mi peso, desde decirme directamente “gorda” hasta gastarme bromas de gordas, como si cabía por la puerta o si me gustaba comerme grandes bocadillos.
Una vez pasé a cuarto de primaria mi peso subió otro poco, empezaron a salirme ligeramente los pechos y yo que siempre fui la niña alta de la clase, ahora era la alta, gordita y de constitución grandullona, mi cuerpo ya estaba empezando a cambiar. Constantemente recibía comentarios y burlas sobre mi peso, los chicos que me gustaban me decían que no querían ser mis novios porque estaba gorda y en sexto de primaria me pusieron el mote de “vaca”, pero siempre era “de broma” y luego éramos súper amigos.
El problema vino cuando terminamos la primaria y fui a cursar la ESO separada de todos mis compañeros/as de toda la vida al instituto público. Siempre había ido con uniforme al cole y el resto de ropa me la compraban y elegían mis padres, por lo que no estaban al tanto de las modas. Llegué allí y me encontré con una clase llena de niños y niñas que habían ido al colegio público. Las niñas me miraban, cuchicheaban, se burlaban y me dejaban de lado. La peor clase era Educación Física, en la que se reían de mí porque me saltaban los jamones. Dejé de hacer esa clase durante los 4 años posteriores, fuera la actividad que fuera. Me negaba a saltar y a correr, porque siempre se burlaban. En las demás clases no podía abrir la boca para preguntar, porque siempre se escuchaban cuchicheos y risas de fondo, o comentarios despectivos. Había una chica 2 años mayor, repetidora, que era la típica chunga que amenazaba a todos y bebía y fumaba. Ella era la peor y las demás se convirtieron en algo así como sus secuaces.
Todos los días me levantaba pensando en qué ocurriría ese día, qué me dirían, qué ponerme para no destacar mucho, si ese día me harían pasillito al llegar, si me tirarían bolitas de papel babeadas o cuántos enfrentamientos tendría en el día y con qué podía responder. Teníamos 11/12 años. Solo.
Durante el resto de años de la ESO me ocurrió lo mismo con gente de mi misma edad y con algunas personas del resto de cursos, pero ya estaba acostumbrada y no me lo tomaba tan mal. ME ACOSTUMBRÉ A QUE ME ACOSARAN, ABUCHEARAN Y SE BURLARAN DE MÍ.
Siempre me decían cosas como gorda, ridícula, fea, friki, pelota… Por no vestirme como ellas, por ser una niña responsable, por no salir al parque, discomóviles, por no tener móvil, por no estar extremadamente delgada y por no bailarles el agua. Les daba rabia que mis profesores no me odiaran, sino que me apoyaran, y eso hacía que se metiesen más aún conmigo.
Una vez, cuando ya estaba en cuarto y mi hermana pequeña pasó a primero, escuchó como la chica macarra que os he comentado antes, y que ya no iba a mi clase sino que estaba en la modalidad PCPI para sacarse el graduado, le decía a una chica cuando bajaban detrás de mí por las escaleras: “ojalá se caiga y se mate”.
Por suerte me fui del pueblo y me mudé a la ciudad, donde nunca más he tenido estos problemas, ya fuera porque la gente tenía la mente más abierta, porque no habían grupos establecidos y éramos todos los nuevos o básicamente porque ya eran personas de una determinada edad y eran más maduras. Aunque bueno, de esto último no estoy muy segura, porque a día de hoy, con veintipico años, esa gente del pueblo sigue siendo igual y mirándome igual de mal y criticando lo mismo, básicamente porque no han avanzado mentalmente por mucho que hayan salido del pueblo para estudiar en las universidades. Creo que es que simplemente yo tengo ese rol para esas personas y que además, pues bueno, son gilipollas y ya está.