Soy una paranoica, lo he sido desde bien pequeña y en la treintena no he conseguido cambiar. De niña era de esas que vivía al límite de la angustia por querer controlarlo todo (la hora a la que me irían a buscar al colegio, la ropa que me pondría al día siguiente…), lo cierto es que lo pasé bastante mal por culpa de todo esto, pero creo que el tema de la infancia lo podemos dejar para otro día.

La cuestión es que con el paso de los años la cosa no ha ido a mejor. He aprendido a convivir con mis manías, mis hipocondrías, comeduras de olla máximas… Y, aunque dicen que lo primero es ser conscientes del problema, eso en mi caso no ha significado en absoluto que amaine ni un poquito.

Al quedarme embarazada el noventa por ciento de las voces que venían a darme la enhorabuena me recomendaban aprovechar la preciosa etapa que estaba viviendo. ‘Esperar un bebé es un momento tan bonito, siente cada movimiento, disfruta de las ecografías, ¡de todo!‘. Y juro que lo intenté.

Cada cita médica pedía por lo más sagrado que todo fuera bien, ir a una ecografía me generaba unos nervios casi peores que los que produce el examen más terrible del mundo, y ya si hablamos de las pataditas del bebé puedo empezar y no parar. ‘¿Eso ha sido una patada o un pedo perdido en mi interior?‘, ‘llevo casi todo el día sin notar que se mueve, ¿irá todo bien? Voy a googlearlo a ver qué dicen en internet‘.

Por descontado, Google me castigó una y mil veces con respuestas del tipo ‘come chocolate y si no notas movimientos ve rápido a urgencias‘, ‘motivos para preocuparse en el embarazo‘. Todo muy positivo. Y si a eso le añadimos que mi hija jamás fue una pateadora profesional, el resultado fueron siete meses de visitas casi constantes al ginecólogo con la misma serenata.

Tal y como versa el dicho ‘mal de muchos, consuelo de tontos‘, efectivamente me consolé al encontrar a otras mujeres con la cabeza tan bombardeada como la mía. Resulta que el estar gestando a un bebé fiándote cada día de tu cuerpo y de que todo va bien no es cosa fácil, y no somos pocas las que estamos deseando que el embarazo termine para pasar página de una vez.

Y como siempre ocurre en estos casos, pensamos que lo peor ya ha pasado hasta que se abre un nuevo cajón a tope de miedos nuevos y totalmente desconocidos. Creo firmemente que nadie ha sentido tanto terror en la vida como una madre cuando decide poner sus dedos bajo la nariz de su retoño para ver si todavía respira. No miento, eso pasa y mucho.

Los ves ahí, tan pequeños y frágiles, dependiendo de ti, que eres una mujer que claramente no está en sus cabales. Desconfías de tu potencial como madre y ya de paso te comes el coco otro poquito porque no eres capaz de abarcarlo todo, y tu pareja está ahí codo con codo, pero tú te sigues sintiendo inútil. Las hormonas del posparto, las llaman.

Los primeros meses de un bebé puedes vivirlos de dos maneras. La primera, y la que recomiendo cuando alguien pide mi opinión, siendo positiva y adaptándote poco a poco a la criatura. O la segunda, véase la mía y que no le deseo ni a mi peor enemigo, pensando que cualquier paso que des con tu retoño es una ocasión potencial para su muerte, la tuya y ya de paso el Armageddon.

  • Que un día no ha hecho caca → ¡Madre mía! Va a tener ahí un tapón y esto es el fin.
  • Que tu pareja lo está bañando con todo el cuidado → No puedo mirar que como se le resbale, me muero.
  • Que le estás dando el biberón y no consigues que eche los gases → Google ‘mi bebé no eructa‘, ‘el no eructar puede producir a tu bebé gases muy dolorosos…‘ ¡Oh – Dios!

Llamadme exagerada, porque lo soy, pero si alguien tiene la culpa de todo esto es la maldita información. Lo de vivir en la ignorancia para según qué cosas es maravilloso, porque tú misma con tus elecciones vas descubriendo si todo va bien o no. Pero cuando lees libros, webs o foros, y llenas tu cabeza de datos y vivencias de otras personas, tu propio cuerpo parece exigirte que no puedes fallar. Y ser madre primeriza con esa tensión, es una bomba de relojería.

Como trabajo personal me he propuesto abrir un pelín la mano en eso de la seguridad que rodea a mi hija. No es que haya quitado todo el corchopan de las esquinas de los muebles, ni haya eliminado los protectores de los enchufes, pero estoy aprendiendo a verla caerse y no saltar como una loca, ahora le respondo con un suave ‘ale ale que no pasó nada‘ (aunque por dentro estoy temblando del susto). Mi pareja teme que esto se me vaya de las manos y empiece a no ver el peligro en ninguna parte, no sé de dónde habrá sacado que yo sea tan extremista, la verdad.

Los años siguen pasando y en cada nueva etapa veo que tengo que resetearme una vez más. En unos meses empezamos el colegio y ya estoy temiendo lo peor. ¿Alguien sabe dónde venden mini-cámaras para esconder en su mochila? Es bromi… (o no).

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Fotografía de portada