La nuestra es la demostración de que, a veces, el amor por sí solo no es suficiente. Al menos, no lo fue para nosotros. Porque creo que no miento si digo que nos queríamos de verdad. Y, durante unos cuantos años, tuvimos una relación maravillosa. Si no me arrepiento del tiempo que pasamos juntos, es por eso, porque lo que teníamos fue bonito de veras.

Nos conocimos, nos enamoramos, nos fuimos a vivir juntos y, seis años de feliz vida de pareja más tarde, decidimos que había llegado el momento de tener hijos. Decidimos, los dos. Teníamos muchísimas ganas de ser padres.

 

Pero el embarazo no llegaba. Mes tras mes, me venía la regla. Nos hacíamos ilusiones, nos llevábamos el chasco y vuelta a empezar. Así durante los dos años que esperamos antes de ir al médico para averiguar si había algún problema. En realidad, solo yo fui al médico. Él me apoyaba y estaría conmigo para lo que hiciese falta. Estaba dispuesto a llegar a lo que yo quisiera llegar. Estábamos abiertos a la inseminación artificial, a la FIV incluso.

Todo se torció cuando fue él quien tuvo que someterse a estudio. Ni siquiera uno demasiado exhaustivo. Una muestra de semen y un simple examen físico cero invasivo. Con esos primeros resultados explotó la bomba: con la calidad, cantidad y morfología de sus espermatozoides las posibilidades de conseguir un embarazo eran mínimas. Prácticamente nulas. Así descubrimos que nuestras dificultades para concebir provenían de su parte. El médico que valoró nuestro caso llegó a decirnos, con muy poco tacto, que no creía que yo tuviera problemas para quedarme embarazada de otro hombre. Nos sugirió la posibilidad de utilizar esperma de donante.

Y ahí él dijo que no. Que exploráramos todas las opciones habidas y por haber, salvo la de renunciar a su carga genética. No quería contemplar la opción del donante ni tampoco la adopción. Se cerró en banda.

 

Y yo al principio pensaba que sería debido al shock inicial. Que con el tiempo se avendría a estudiar las alternativas. Porque los dos queríamos ser padres, llevábamos años intentándolo. ¿Cómo no iba a querer seguir adelante con ello, aunque tuviese que ser de otra forma?

Solo quería un hijo conmigo si era suyo genéticamente, y eso no podía ser
Foto de Rodnae Productions en Pexels

Perdimos otro año y un montón de dinero en tratamientos para los que sabíamos de antemano que necesitaríamos un milagro para que funcionasen. Y el milagro no sucedió.

Lo que sucedió fue que nos agotamos. Que la relación se resintió y que, aunque seguíamos juntos, estábamos más lejos que nunca el uno del otro. Porque él solo quería un hijo conmigo si era suyo genéticamente, y eso no podía ser. Y yo no quería renunciar a la maternidad.

No logré entender por qué estaba tan obcecado. A mí no me importaba que mis hijos no tuvieran sus genes, ni tampoco los míos. Yo solo quería ser madre y que él fuera padre conmigo.

Al final esta diferencia de pareceres que, a priori y en condiciones normales, parece tan insignificante, fue demasiado para nosotros. Hace ya tiempo que nos separamos y no me arrepiento de haberlo hecho. Pero aún hay días en los que pienso lo felices que podríamos haber sido juntos, de haber podido concebir con normalidad.  

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora

 

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