La historia que voy a contar hoy muy pocas personas la saben. Tal vez dos, como mucho, excluyendo al individuo que me hizo pasar un auténtico calvario durante diez años. Sí, queridas, durante la friolera de una década entera tuve a un acosador que me hizo pasar miedo, ansiedad, depresión y muchos momentos de estrés.

¿Qué por qué no denuncié? Sé que es un error, pero lo primero que pensé es que nadie me iba a creer y que no conseguiría arreglar mi problema. Además, sentía tanto rechazo que cada interacción suya que recibía la borraba, de modo que cuando me planteé términos legales en su contra, me di cuenta de que no tenía nada más que mi palabra.

Mi voz en forma de letras la comparto con vosotras, amigas mías.

Cuando yo tenía 18 años era una joven muy, muy ingenua. Excesivamente inocente y crédula, cosa que causaba que me tomaran el pelo bastante a menudo. Creía que todo el mundo era bueno, que nadie tenía malas intenciones y que cada persona lleva algo bueno en el interior. Este último punto lo sigo conservando, pero chicas, la precaución es buena consejera.

El caso es que yo participaba activamente en un foro (que hoy en día ya no existe) y en el cual yo escribía mis opiniones políticas, sobre la vida, yo misma, cualquier cosa. Interactué con muchas personas, pero un chico en especial hablaba bastante conmigo. No voy a rebelar su nombre, pero no me pareció mal cuando el susodicho me pidió mi número de teléfono y mi Messenger (¡el Messenger!!!) para interactuar más.

Un día se declaró enamorado de mí, y al yo no corresponderle, los mensajes y llamadas cambiaron de tono. Empezó a ser insistente, agresivo incluso. Dejé de contestar y, un día, recibo un sms suyo comunicándome que le han detectado un cáncer cerebral y que su último deseo en vida es verme, que no le queda mucho tiempo.

No me pareció muy verosímil, pero ante la mínima posibilidad de que realmente estuviera enfermo, llegué a plantearme ir a visitarle. Tras pensarlo mejor, decidí que era una trampa y que debía declinar la visita. Lo siguiente que recibí fue un mensaje de «su hermano» comunicándome la muerte del acosador.

Lloré y lloré como si fuera mi culpa, y dejé un mensaje en su contestador diciendo que lo sentía muchísimo. En cuanto hice esto, se destapó la verdad: apareció él mismo diciéndome que estaba desesperado por verme y que no se le ocurrió otra cosa.

A partir de ese momento fue un infierno en vida: llamadas, mensajes, cartas agresivas. Me encontraba. Tuviera el teléfono o dirección que tuviera me encontraba. Me costaba salir a la calle por si me lo encontraba. Me mudé varias veces, siempre escondía mi localización, cambié de móvil… así durante diez años.

Su última treta fue decirme que su familia había sido asesinada y que necesitaba verme. Cambié de número por última vez y no volví a saber de él… estés donde estés, desgraciado, no me contactes nunca más, porque ya no te tengo miedo.

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