Gritar a los cuatro vientos que eres gay tras reconocerlo y amarte como eres es uno de los actos más liberadores que voy a vivir. No es nada fácil admitir quién eres y que da igual a quien ames, sobre todo si tienes focos familiares externos donde te meten presión con lo que “debería ser normal”.

En mi casa se tomaron regular mi salida del armario. La verdad es que no fui muy sutil cuando lo conté, pero no podía aguantarme más. Llevaba varios años coleccionando novios que, a mi madre le parecían buenos chicos, mi hermana siempre me decía que sería el definitivo y mi padre no se fiaba de ninguno.

Todas las relaciones me parecían iguales, no encontraba magia, aventura ni un incentivo en esa persona que me tenía que acompañar en el camino. Admití de adolescente que todo podía ser y que no me cerraba a conocer mujeres, pero luego me daba pánico.

Cuando conocí a la que es mi actual mujer, no tuve dudas y fue todo sencillo. Desde el comienzo de la relación era sencillo, espontáneo y era yo en todo momento, pero lo único que me costó es compartirlo.

Una vez que solté esa ventisca en mi casa, hubo varias reacciones. Mi madre lo primero que me dijo fue: “Si ahora estás con una mujer, ¿le puedo regalar un bolso de Primark para su cumpleaños?” Se ve que le pareció toda una ventaja tener nuera en lugar de yerno.

Mi hermana se enteró algo más tarde y ella me argumentó lo siguiente: “Pues tú tenías el cuarto lleno de posters de chicos y ni uno de chicas, no cuadra”. Tenía razón, siempre seré más de Back Street boys que de Spice Girls, pero lo cortés no quita a lo valiente.

La mejor reacción fue la de mi padre. Desde que dije que me gustaban las mujeres, cada vez que salía una chica mona por la tele se acercaba y me decía: “Mira esa muchacha, es guapa, ¿verdad?” “Mira esa, ¡qué ojazos!” “¿Has visto a la nueva vecina? Igual hacéis migas”.

Con estos comentarios mi padre parecía un viejo verde, pero no sé si lo hacía para ver si eran verdad mis sentimientos o si se trataba de un “capricho”, como muchas amigas me dijeron.

Llegó un punto que me cansé y le solté: “Papá, lesbiana sí, pero no soy Torrente”.

Parece estúpido, pero a veces se piensan que porque te gusten las señoras te tiene tienen que gustar todas, sin filtros. Siempre se ha dicho que tiran más dos tetas que dos carretas y he de admitir que los pechos son un plus, pero no es lo único en lo que se fija una mujer que ama a otra mujer. De hecho, me atrevo a decir que eso es lo de menos, lo importante está en la complicidad, que te haga sonreír cada día y que te quiera y respete.

Pero pasa exactamente igual con cualquier relación. No a todas las chicas le gustan todos los chicos, no a todos los chicos todas las chicas, ni a todos los chicos que le gusten los chicos le atraen cualquier maromo. En este caso, estamos con lo de siempre, las generalizaciones son odiosas y hay mucho más que fijarse para iniciar una relación que solo en la apariencia o en las necesidades hormonales.

No os voy a engañar, a veces vemos parejas que no comprendemos cómo están juntas. ¡Quién no ha tenido una amiga con un novio odioso y no muy agraciado con el que pensábamos: “¿pero qué le ve?”

Siempre que eso pasa, pensad que algo debe haber porque nadie es Torrente, siempre hay algún filtro para la elección, aunque no siempre esté afinado.