Dicen que de una boda sale otra boda. Y esto que os voy a contar es el ejemplo de que, aunque a veces parezca que no va a ser así, el destino te pude sorprender de la manera más increíble.

Cuando Sofía y Mateo decidieron casarse, empezaron por presentar a sus familias. A pesar de que llevaban ya varios años juntos, sus familias apenas se habían cruzado un par de veces y ahora, ante la expectativa de una boda idílica, tocaba formalizar esa parte y así que las familias tuviesen comunicación entre ellas, sin ellos siempre como intermediarios.

La madre de Sofía era viuda. Su padre había muerto cuando ella había acabado el instituto. Una tragedia terrible que había dejado a su madre devastada. Hacía un par de años que volvía salir, pero su sonrisa y su alegría nunca había, vuelto a ser las mismas.

Mateo venía de una de esas familias en las que los hijos cruzaban los dedos porque sus padres se separasen cuanto antes. Ambos eran unos amigos increíbles, unos padres geniales, pero no querían admitir que no se soportaban y se pasaban el día discutiendo. Al menos sabían aparentar en público y dejaban sus comentarios hirientes y sus puyas para la intimidad familiar.

Cuando llegaron al restaurante donde habían quedado con las familias, el padre de Mateo ya estaba allí esperando. Decía que su mujer había ido a aparcar, pero ambos sabían que en realidad venían en coches separados.

La comida fue muy agradable. Hubo champán, muchos abrazos, consejos sobre restaurantes, vítores y mucho mucho cariño.

Cuando Sofía fue en busca de su vestido, invitó a su madre y a su futura suegra a acompañarla. Su madre se emocionó mucho al verla vestida de blanco y ambas mujeres estallaron en lágrimas al verla con el vestido elegido. Fue muy emotivo. Tanto que al salir de la tienda decidieron irse a tomar un chocolate.

En esa cafetería, las tres intimaron mucho entre ellas. Se desahogaron sobre sus preocupaciones y el estrés de sus vidas y, finalmente, la madre de Mateo les contó que su marido y ella hacía un año que se habían separado en realidad. Desde que habían tomado la decisión, sus vidas habían mejorado considerablemente, incluso haciendo que, cuando se vieran en algún acontecimiento familiar o para comer con sus hijos, estuviesen más a gusto entre ellos. Sofía se quedó perpleja, no entendía por qué no se lo habían contado a sus hijos. Ella dijo que se sentían culpables por no haberlo hecho antes y que ahora solamente querían pedir perdón. Pero pronto debían contarlo todo, ya que ella había conocido a alguien y creía que, si la cosa iba bien, podrían incluso ir acompañada a la boda.

Efectivamente. Once meses después, en el banquete de su boda, sus padres se sentaron en la misma mesa, como personas civilizadas, a pesar de que quien cogía de la mano a la madre de Mateo no era su padre. Para que no fuese tan brusco, habían sentado en medio a la madre de Sofía, haciendo que durante toda la comida, el padre de Mateo y ella compartiesen brindis y risas.

Desde la boda, los recién casados estuvieron desaparecidos un tiempo. Después de la luna de miel, se tuvieron que poner las pilas en su trabajo, pues llevaban demasiado tiempo atendiendo poco sus negocios.

Cuando, un mes después, decidieron quedar con las familias para ver los álbumes de fotos que les habían entregado, les sorprendió la afinidad que había entre la madre de Sofía y el padre de Mateo. Al parecer, habían coincidido poco después de la boda, se habían tomado un café, y desde entonces se veían de vez en cuando… O eso les contaron.

Sofía volvió a su rutina poco después y volvió a quedar cada semana con su madre para hacer recados juntas, comer y pasear como hacían antes de aquella locura de trabajo. Desde el primer día vio a su madre mucho más feliz, relajada, a gusto. Le preguntó qué le pasaba, pero le dijo que no sabría decirle qué era lo que le pasaba, pero que se sentía muy bien desde le boda.

Cuando volvieron a quedar con las familias de nuevo, su madre y el padre de Mateo llegaron juntos. Sofía lo vio claro. Cómo le brillaban los ojos, cómo reía sincera, cómo desprendía alegría.

Días más tarde Sofía recibió una llamada de su madre. Misteriosa, le pedía verla urgentemente. Sofía acudió a la llamada de su madre asustada esperando una mala noticia. Entonces su madre, nada más verla, rompe a llorar de los nervios. Sofía, asustada, la abraza y le pregunta qué había pasado. Entonces, aquella mujer temblorosa, confiesa que se ha enamorado perdidamente, que se sentía muy mal por estar traicionando a su difunto marido y que además, el asunto era más grave todavía por tratarse de su propio consuegro, poniendo en medio a su hija y teniendo miedo de que pueda suponer un problema para su reciente matrimonio.

Sofía lloró de felicidad. Abrazó a su madre como ésta solía hacerlo cuando sostenía sus pesares. Charlaron largo y tendido sobre cómo debía ser su vida y cómo estaba siendo en realidad. Sofía explicó a su madre que, aunque ojalá su padre siguiese aquí para poder seguir su vida juntos, pero no pudiendo ser así, seguro que su marido querría verla feliz. Y desde que la amistad con aquél hombre había avanzado, la había visto tan bien que fuese quien fuese aquel hombre, con que la tratase bien, solamente podía alegrarse y celebrarlo.

Mateo casi se cae de culo cuando supo todo aquello. Sus padres no habían dado nunca muchos detalles de sus vidas, pero esta vez si hubo conversaciones con su padre.

Meses después de que ambos, por separado, confesasen su amor a sus respectivos hijos, decidieron organizar una comida. En ella hubo risas, brindis y, de pronto, una rodilla en el suelo y un anillo ofrecido. Todos los presentes saltaron de las sillas de la sorpresa y la alegría.

Hoy, esta nueva pareja empieza los preparativos de una ceremonia civil que se celebrará el próximo invierno y sus hijos bromean a diario sobre ser medio hermanos y sobre cómo le explicarán esto a los niños que esperan que nacerán, si todo sale bien, unos meses después de la boda de sus abuelos.

Luna Purple.

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