Cuando mi amiga conoció a su marido, sus suegros ya llevaban unos años separados. Aunque no vivió ese divorcio, conoció por su marido los detalles más turbios.

Fue algo inesperado. Él se lio con otra mujer una noche, sin más. No se enamoró ni fue cosa del alcohol. Simplemente salió, tuvo la oportunidad y lo hizo. Llegó a casa, despertó a su mujer y le dijo que quería el divorcio. Había sentido más en una noche con una desconocida que en los últimos diez años con ella.

Años más tarde él pidió perdón por la forma tan dolorosa en que la dejó, el desprecio que supuso para ella y el dolor que causó en sus hijos adolescentes al plantear algo así, de golpe, sin previo aviso y dejando a su madre sumida en una profunda depresión que tardaría años en superar (si es que consideramos ahora que la ha superado). Él dijo, en su defensa, que su mujer era muy fría, arisca e insensible. Que jamás le escuchaba cuando se sentía mal o le ocurría algo importante. Ella solamente atendía a sus manualidades y, entre pintar platos y decorar tazas, quizá pasar algo de tiempo con sus hijos. No lo vieron venir aunque, según cuentan sus propios hijos, hoy en día parecería algo evidente.

Efectivamente su suegra no es la persona más amable y cariñosa que ella conozca, pero tampoco le da problemas. Siempre le llamó la atención el físico tan atractivo que tiene. La conoció pasados los 60 y se quedó impresionada con su preciosa melena pelirroja, muy bien cuidada. Tiene unos enormes ojos verdes que contrastan a la perfección con su cabello y resaltan sus facciones. Tiene un estilo moderno y elegante a la hora de vestir y, aunque no sea una persona risueña, cuando sonríe podría iluminar una habitación entera con su perfecta dentadura y su gesto dulce que tanto contrasta con su personalidad.

A pesar de sus errores, su suegro había sido un buen padre para su marido y su cuñado. Siempre tuvieron una relación bastante estrecha de confianza y cariño sincero. Aunque sus hijos tardaron un tiempo en perdonarle, más tarde decidieron no tomar parte y retomar su relación con su padre.

Hace poco, mi amiga me contó que tendrían pronto una comida “formal” en casa de su suegro. Al parecer llevaba un tiempo hablándole a su marido de una mujer y había llegado el momento de las presentaciones formales. El marido de mi amiga iba nervioso. Había visto a su padre muy ilusionado y tenía miedo de interferir sin querer en su nueva ilusión. Desde la separación había estado solo, pero siempre había confesado sentirse mal. No quería seguir en un matrimonio infeliz, pero no le gustaba nada la vida en solitario. Vivía añorando la vida en pareja que nunca tuvo. Poder compartir alguna afición, ver películas juntos, salir a pasear… Al parecer había encontrado una firme candidata a acompañarlo en la vida y su hijo temía que, siendo la definitiva para su padre, no encajase bien con ellos.

Pues bien. Me ha llamado mi amiga. Necesitaba un café urgente para hablar. Venía de casa de su suegro. Éste los había invitado a comer en su casa. Al abrir la puerta, él llevaba un trapo colgando de su mandil de cocina y, al fondo del pasillo, podía ver a… ¿su suegra?

Su perfectamente ondulada melena pelirroja, su cintura de avispa enmarcada por un elegante vestido moderno y discreto que realzaba su figura, unos enormes ojos verdes los miraban con expresión de nerviosismo y una preciosa dentadura se dejaba ver en una dulce y amable sonrisa. ¡Era su suegra! Pero no… Era una mujer algo más alta y las arrugas de su rostro indicaban que acostumbraba a sonreír genuinamente más a menudo. Se llamaba Carla. Era una señora de una edad similar a la de su suegro, extremadamente simpática, cariñosa y muy atenta. Pero tuvieron que parpadear varias veces antes de asumir lo que estaban viendo.

Tras la agradable comida, se sentaron en el salón a tomar un café y, al relajarse el ambiente, se le escaparon un par de gestos de cariño. El marido de mi amiga tuvo que frotarse los ojos, pues era como ver a su madre, pero con la actitud que su padre tanto anhelaba.

Durante el café confesaron llevar unas semanas de convivencia y tener planes de boda, si a sus respectivos hijos les parecía bien. El marido de mi amiga asintió atónito y se alegró de ver  a su padre tan feliz.

Al poco rato de salir de aquella casa, su padre los había llamado para conocer sus impresiones. Ellos no pudieron evitar decirle lo alucinados que estaban con el físico de Carla. Él asintió orgulloso diciendo que era una mujer guapísima. Cuando su hijo y su nuera recalcaron el parecido de su nueva novia con el de la mujer de la que se había separado, él se rio y juró no ser consciente de tal cosa. Para él eran dos personas muy diferentes.

Supongo que la actitud y la personalidad hacen que cambiemos a los ojos de los demás incluso físicamente. Lo que está claro es que aquel hombre necesitaba cariño y, de casualidad, encontró una copia de la que creía que era la mujer de su vida, pero con las cualidades que él necesitaba para sentirse querido.

Mi amiga sigue en shock y tiene miedo de confundirse con los nombres en un futuro, pues parece que esa boda llegará a ocurrir para alegría de todos y no quiere meter la pata.

Luna Purple.

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