Suegradrama: La única sin postre

 

Me encantaría escribiros para contaros que mi suegra es maravillosa y que no entiendo por qué esa figura tiene tan mala fama. Pero la verdad es que mi suegra es una víbora.

A lo mejor tanto como víbora tampoco, no sé… dejémoslo en que es una SUEGRA de manual. Y eso que yo soy una nuera muy normalita, tirando a maja que te cagas.

Es superdifícil llevarse mal conmigo. No lo digo porque me considere la mejor persona del mundo. Es solo que me da mucha pereza discutir. Odio los conflictos, soy más de pasar de todo y punto. Lo que sucede es que esta mujer me lo pone complicado.

Hace muchas cosas que podrían sacar de quicio al más pintado, no obstante, hay una que se lleva la palma. Una con la que pone a prueba mis límites cada vez que tiene ocasión.

La señora me priva del postre. Porque estoy gorda y se ve que se piensa que así va a conseguir que adelgace.

Suegradrama: La única sin postre
Foto de Askar Abayev en Pexels

Al principio ni siquiera me daba cuenta. No sé si es que ella era más sutil, si es que yo estaba empanada y no prestaba atención. Cuando íbamos a comer a su casa y llegaba el momento del postre, allí tenían por costumbre levantarse a la cocina a pillar lo que quiera cada uno. No acostumbra a tener nada especial, rollo pasteles o tarta. Mi marido suele ir a la nevera a por un helado, mi suegro pasa al café y el resto pues lo que sea, no es que les prestara especial atención. Lo que sí me resultaba llamativo era que a mí no me daba tiempo a ir a mirar qué quería. Me venía ella con mi postre preparadito con todo su amor suegril.

Recuerdo que las dos primeras veces me puso delante un cuenquito con melón cortado en dados. Otro día sandía. Pero cuando se terminó el verano, pasamos de las frutas de temporada y empezó a tirarme delante una manzana, una pera o lo que le cuadrase. Ya sin pelar ni nada.

 

Suegradrama: La única sin postre

 

En algún momento entendí que el detallazo de que me preparara el postre única y exclusivamente a mí, era lo más lejano a un detalle bonito que la mujer podía tener conmigo. Me tocó la moral, y más me la tocó darme cuenta de que cuando servía la comida, mi ración era siempre más pequeña que las del resto. Pero, como ya he dicho, llevarme mal con alguien es lo que menos me interesa en la vida. Así que hice como que no era consciente de que mi suegra me restringía la ingesta de calorías. Tampoco es que me matara de hambre. Entonces llegaron las primeras navidades y la movida se le fue de las manos. Fue evidente desde el minuto uno de la cena de Nochebuena.

Se ve que su preocupación por mi posible aumento de peso en unas fechas tan complicadas era más grande que su intención de evitarlo de forma discreta. Porque fue acercarme a la cocina para saludar a mi cuñado, echarle un vistazo de reojo al despliegue de dulces que tenía ya dispuesto en la mesa y recibir la primera puntilla:

Yo que tú me controlaría, eh, que los propósitos de año nuevo ya sabemos todos cómo acaban…   

Buf. Controlar, llevaba meses controlándome. Aunque no con la comida, como ella quisiera, sino con las ganas de soltarle una barbaridad. Respiré hondo, me metí un mantecado entero en la boca y me enfrenté a su mirada acusatoria con una sonrisa. Mi provocación tuvo consecuencias, mi suegra se vino arriba y se pasó toda la velada soltándome pullitas y reprobándome. Delante de los otros quince familiares que se apretaban en la mesa. Que si el marisco no engorda, pero la mahonesa sí. Que si algunos no deberían tomar hidratos a la noche. Uy, deberías dejar las bebidas con gas. Y yo, como el que oye llover.

Suegradrama: La única sin postre
Foto de Nicole Michalou en Pexels

Hasta que llegó el momento de los postres y aquella mesa se llenó de turrones y demás dulces navideños. La buena señora esperó a que nos sentáramos todos, rodeó la mesa, cogió un platito pequeño (uno), colocó dentro un trocito de turrón de chocolate, uno de turrón blando, me lo puso delante y se volvió a sentar. No tuvo ni que decir en voz alta que eso era todo lo que me dejaba comer. Todos los comensales pillaron la indirecta.

 

Suegradrama: La única sin postre

 

Aunque nadie dijo nada. Y a mí me dio tanta vergüenza que ni esos dos minitrocitos de turrón me comí.

Le permití joderme la Nochebuena, pero me prometí a mí misma que eso no iba a volver a pasar. De hecho, mi propósito de Año Nuevo fue pararle los pies con esa movida de controlarme. No lo conseguí. Solo conseguí que no me afecte e ir menos a comer con mi familia política, porque ella sigue, erre que erre. Este año me toca ir a su casa en Nochevieja, supongo que de postre me pondrá un plato con uvas. Pero yo comeré lo que me dé la real gana.

 

Marta

 

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