Hace un tiempo, en los vestuarios del gimnasio, unas señoras mayores vieron mis tatuajes y empezaron a hacerme infinidad de preguntas sobre ellos: “¿y si te arrepientes? ¿cómo puedes hacerte algo así, que es afear la piel? ¿son los nombres de tus padres? ¿y si te enfadas con ellos y os dejáis de hablar, a dónde vas a ir con sus nombres tatuados?”. En ese momento no supe muy bien qué hacer y empecé a justificar el sentido de mis tatuajes, por qué me los había hecho, por qué no me iba a arrepentir… A día de hoy, de vivir una situación igual, se hubieran callado después de la primera pregunta porque no les habría dado la oportunidad de cuestionarme, y mucho menos me habría permitido dar explicaciones sobre algo que sólo me compete a mí.

Y es que es algo que hacemos demasiado, cuando en realidad no tenemos que disculparnos, nunca, por nuestra forma de ser, por nuestra forma de vestir o por lo que nos hagamos en el cuerpo, porque si a alguien no le gusta es su problema, pero no el nuestro.

Esto sucede en tantísimas situaciones cotidianas y está tan arraigado en la sociedad que a veces parece que sólo por ser mujeres tenemos que dar explicaciones por cada cosa que hacemos, que tenemos que justificar nuestras decisiones ante nuestra familia, nuestros amigos o nuestras parejas, incluso ante desconocidos, y no es así. Podemos maquillarnos, peinarnos y vestirnos un lunes por la mañana como si fuésemos a los Oscar y no tenemos por qué explicarle a nadie “es que llevo unos días pocha y hoy quería verme bien, arreglarme un poco y tal”. Y podemos ir con el pelo sucio en un moño y un chándal de Primark sin tener que añadir “estoy con la regla, voy a pasar el día en casa y sólo quería bajar al súper de la esquina a por tampones, por eso ya voy en plan cómodo”. Es una especie de norma no escrita que dicta que se nos tiene que cuestionar. Por todo. Nosotras tenemos que explicar, justificar y hasta disculparnos por cosas que no tienen sentido. ¿Has roto el jarrón favorito de tu abuela? Discúlpate. ¿Te quieres comer una hamburguesa del McDonald’s? Cómetela y calla.

Tú eres la dueña de tu vida, de tu cuerpo y de tus decisiones. Tú y sólo tú, así de sencillo. Quien realmente te quiere no necesita que le expliques nada, ni que pidas perdón por ser como eres, porque precisamente lo que le gusta de ti es tu forma de ser. Y si quieres tatuarte un conejito playboy en el culo, tirarte al becario (o a la becaria), comprar un póster a tamaño real de Robert Pattinson o ver Gran Hermano, pues lo haces, y a quien no le guste, que le den.

Así que confía en ti, y vive como quieres vivir sin pensar en qué dirán los demás, porque al final lo que realmente importa es que tú seas feliz sin importar nada más.