Esta es la historia más top entre mi grupo de amigas desde hace unos meses. Es de esas anécdotas que cuentas una y otra vez o que mencionas en cualquier ocasión y que siempre siempre hace que te partas de la risa. Recuerdo el día que les conté aquella cita a mis colegas, estábamos las seis ante unas cervezas y absolutamente todas terminaron llorando descojonadas e intentando imitarme.

Y es que no les falta razón, lo que no me pase a mí tengo claro que no le pasará a nadie. Encima, en este caso, la culpa fue mía y solo mía, de nadie más. Voy a empezar con el relato porque creo que ya he generado la expectación que necesitaba…

Soy una gordibuena de esas que adoran comer bien y la buena gastronomía. Que yo tengo mis buenos muslámenes y mis curvas porque disfruto muchísimo de un buen plato. Paso total de fast food o de fritanga variada, yo soy una sibarita pero de las de cuchara llena, nada de delicatessen. Como buena estudiante de cocina siempre encuentro en la buena comida un motivo de alegría.

Este curso comencé mi segundo año en la escuela de hostelería y tuvimos la suerte de poder disfrutar de dos meses completos en el extranjero para especializarnos en otro tipo de gastronomía. En mi caso viajé a Italia. ¡Mamma Mia, qué país más maravilloso!

Llevaba unas semanas súper ocupadas entre clases, quedadas con compañeros y visitas culturales cuando una de mis colegas, desde España, me retó a conocer a un italianini y así catar de verdad el producto nacional. La verdad es que muchos de los chicos con los que me había cruzado estaban muy potentes, así que entre risas acepté el reto y prometí mantenerla al día de las novedades.

Los días pasaban pero realmente ni en la escuela ni en mi círculo habitual iba yo a encontrar al varón romano que visitara mi entrada al Colisseo. Por lo que una noche mientras descansaba tirada en la cama de la residencia de estudiantes, puse en marcha mi Tinder esperando que de allí saliese el elegido.

De repente la pantalla de mi móvil se llenó de pivones ultra arreglados. Aquello parecía más el catálogo de una marca de ropa que una app para ligar. Yo pasaba perfiles sin cesar descartando de entrada a todo aquel que claramente se hubiera maqueado más que yo para sus fotos. Que lo de cuidarse y quererse está muy bien, pero yo siempre le doy un +1 a la naturalidad. Y entonces apareció Francesco.

Bien vestido, sonriente, no era un posturas… Apenas había leído mucho más de su perfil y ya estaba haciendo match con aquel encantador italiano. Al cabo de un rato él también me respondió y como pudimos, porque el inglés de ambos no era en absoluto para tirar cohetes, nos presentamos y nos contamos un poco nuestras vidas.

Resultó que Francesco conocía a uno de mis compañeros de la escuela, que él era estudiante de historia y que adoraba el fútbol. A mí ni me gusta la historia ni soporto un partido de fútbol entero, pero el chaval era majete y, ¿para qué os voy a engañar? Estaba muy muy buenorro.

Al día siguiente con toda mi jeta le conté a mi compi que había conocido a un amiguete suyo, él se rió y sin decir mucho más me respondió con mirada traviesa…

Ahhhh Tiiiinder…

Si hijo sí, Tinder, que me quiero follar a tu amigo a ver si me das alguna idea y deja de reírte de mi así o te vas a comer un cucharón de esos‘ le respondí seria totalmente consciente de que aquel chico no entendía ni papa de castellano.

Al final aquel compañero mío me dejó claro que Francesco no era ni un ser peligroso ni raro ni nada por el estilo, así que ya no me faltaban más datos para querer quedar con él a toda costa. Agarré mi móvil allí mismo y en un perfecto espanglish le hice una propuesta que no iba a poder rechazar.

Hi Francesco! I think that you and me are conected, but very very conected. I believe that we should meet tonight or tomorrow or soon. We can go to a restaurant to eat some food and speak and what happens, yeah?

He leído ese mensaje tantas veces después de toda esta historia… y cada día tengo más claro que Francesco también estaba desesperado por echar un polvo. Porque sino yo no me explico que no saliera huyendo ante tal envergadura de pringadez.

Pero vamos, que él aceptó mi propuesta y esa misma noche vino a buscarme a mi residencia para llevarme a ‘eat some food‘ a un lugar que prometía ser espectacular. Planazo, comer y follar, mis dos pasiones.

A las ocho en punto me dirigí a la entrada del edificio y allí estaba ya mi ligue esperando. Por suerte para mí, era tal cual mostraba en su perfil y no me había decepcionado ni un poquito. De media altura, estructura fuerte y sonrisa simpática. Lo cierto es que al tenerlo de frente eché de menos no poder comunicarme con él todo lo bien que me gustaría. Simplemente me acerqué y con voz demasiado gritona solté un ‘Hi!‘ que bien pudo haberlo dejado sordo.

De camino al restaurante hablamos como pudimos de lo que yo estaba haciendo en Roma, de qué zonas había visitado, de qué era lo que él me recomendaba visitar… (al menos eso entendí). Pronto llegamos a un local bastante iluminado y abarrotado de gente. ¡Oh dios! ¡Un buffet libre!

Francesco no lo sabía, pero había liberado al kraken. Yo ante una barra libre de comida italiana de calidad soy peor que una trituradora. No podía ser, no sería capaz de servirme una mísera ensaladita o un solo platito de pasta para no quedar como una desesperada. Quise llorar, quise correr, quise hacer muchas cosas pero allí dentro olía increíble y todo tenía una pinta tan deliciosa.

Comencé por ponerme un poco de verde en un plato enano del todo, era de postre seguro. Me senté en la mesa viendo pasar a decenas de personas con auténticas bandejas a rebosar de pasta fresca y pizza. Miré de nuevo a mi ensalada, y entonces vi que mi acompañante tomaba asiento frente a mi.

Are you serious? What’s that small and ridiculous plate?!‘ se reía Francesco que había puesto ante sí una inmensa montaña de spaguetti carbonara.

Le devolví la sonrisa y ya hasta las narices de tanto fingir me levanté de nuevo para dar buena cuenta de la comida de aquel magnífico lugar. Pizzas, carnes, pastas rellenas, mil salsas para acompañar, dulces, platos tradicionales… Francesco me había llevado al paraíso de la gastronomía italiana y yo vestía unos leggins totalmente elásticos. Todo OK.

Otro mini punto para mi cita, él también era un saco sin fondo en eso de comer. Probamos yo ya no sé cuántos platos diferentes, postres y helados. Perdí la cuenta por completo de la cantidad de sabores distintos que había degustado aquella noche, y para terminar unos chupitos de limoncelo que Francesco culminó con un beso en mis labios.

Se ve que mi forma de comer lo puso a tono, porque según pagamos y pusimos un pie en la calle aquel chico dejó de ser mi compañero de buffet para buscar mi boca sin cesar para comérmela una y otra vez.

¡Pues a eso hemos venido, di que sí!‘ pensé metiéndole mano por debajo de la camisa.

Y sin pensárnoslo dos veces pusimos rumbo a su casa, que por suerte estaba increíblemente cerca del restaurante (¿casualidad?).

Ya de camino yo empecé a sentir que tanto engullir no podía ser bueno. Estaba súper incómoda e hinchada. Me sentía como si de repente pesase diez kilos más y vistiese ropa ínfima. Tenía la barriga abultadísima y una regurgitación subía y bajaba por mi garganta. Pero la fiesta no podía parar, aquella era la noche para tirarse a Francesco y gozarlo a la italiana, nada podía salir mal.

Entramos por la puerta de su casa comiéndonos a besos y desnudándonos. Era cierto que aquel legging hiper cómodo y súper elástico hasta me apretaba. Estaba deseando deshacerme del sujetador. ¡Qué malestar tenía! Mientras tanto mi ligue parecía estar a tope y mega dispuesto a darlo todo, como si no se acabara de comer casi tres pizzas de una sentada. Francesco era un gladiador de la comida italiana, no cabía duda.

Estábamos ya en pelotas cuando aquel cuerpazo se me puso encima dispuesto a hacerme ver las estrellas romanas. Empezó a besarme el cuello y yo sentí que la regurgitación tomaba fuerza de nuevo. Francesco me lamía la oreja cuando de golpe:

Grrrrrrrrrrrrrrr‘ un eructo de 9.5 en la escala Richter salió de mi interior sacudiendo toda la habitación.

Mi Tinder-cita me miró alucinado y, por suerte, se empezó a reír una vez más sin despegarse de mi cuerpo. Pedí perdón con la boca pequeña y antes de que me diera cuenta él ya estaba de nuevo recorriendo mi cuerpo con su juguetona lengua.

El mal momento había pasado y yo al menos ya me sentía algo más liberada. Me puse a tono y decidí compensar a mi amigo por haberle eructado en la puta cara. Después yo encima, te la chupo, ahora te hago una cubana con estas dos buenas tetas, te beso con pasión… Y entonces nos pusimos a hacer un 69 italo-español.

Francesco estaba tumbado sobre la cama y yo continuaba a cuatro patas acercando mi chochetilla a su cara. Mientras él me comía todo el asunto, yo seguía venga lamer y jugar con su pene. Entonces volví a sentir unas ganas horribles de expulsar gas por la boca. No podía ser, me quise cagar en mi vida y en el mal momento. Saqué de mi boca la polla de Francesco y tragué saliva un par de veces. Baja al estómago gas asqueroso, no es el momento de ser libre.

Pero el cuerpo humano no sabe de buenas o malas ocasiones, así que tras dos intentos fallidos de retomar la felación perfecta aquel eructo del demonio salió de mí emitiendo un sonido extrañísimo. Yo no sé si fue la situación o que ya di por perdida mi lívido aquella noche, pero todavía con el pene de mi amigo entre mis manos, solté una carcajada.

Y en cuestión de segundos, mientras yo me reía tras el segundo eructo, escuché a Francesco (que recordemos, estaba entonces trabajándome los bajos) preguntar:

What happens now?

Fue la gota que colmó el vaso. Los nervios por mi malestar y todo lo que me estaba pasando en aquella situación hicieron que me empezara a reír sin poder parar, y con mi colega atrapado entre mis muslos… un terrible pedo se liberó directo hacia su cara.

Merda! Merda! Merda!‘ empezó a gritar Francesco haciendo movimientos bruscos mientras yo intentaba apartarme en medio de mi ataque de risa.

¡Madre del amor hermoso! Que no solo le había eructado en la cara y en la polla, sino que me había peído encima de él, y no había sido un micro pedo precisamente.

Recuperé la compostura a la vez que Francesco salía del baño riéndose y haciendo gestos de querer desmayarse. Sin mediar palabra desapareció de la habitación y regresó unos minutos después con una infusión bien caliente que, por lo que pude entender, me ayudaría a mejorar la digestión.

De aquella noche saqué en claro dos cosas. La primera, que si quieres follar a lo loco, mejor cena ligerito, Y la segunda, que los italianos son gente de muy buen carácter y súper hospitalarios.

Como era de esperar, aquella noche no hubo sexo diplomático entre España e Italia, y de verdad que había perdido por completo las esperanzas de tirarme al cachondo de Francesco. Pero para mi sorpresa, pasados unos días retomamos nuestros chats indescriptibles y terminamos follando de mañana y tras un cafecito espresso sin acompañamiento.

Viva l’Italia!

Fotografía de portada