Es lo habitual, en la vida creemos contar siempre con alguien especial a la que, al parecer, no le escondemos ningún secreto. Ya sea en la juventud, adolescencia o bien siendo ya adultos, solemos contar a nuestro alrededor con esa persona imprescindible dispuesta a ser nuestro punto de apoyo fundamental.

Aunque no. Todos, absolutamente todo ser humano que habita en este mundo, guarda bajo llave ese secreto inconfesable que, sea por lo que sea, nos carcome por dentro en mayor o menor medida. La vergüenza, el miedo al rechazo o simplemente el temor por ser señalado como el raro de turno, esta sociedad nos ha enseñado a ser sinceros con excepciones. Y qué cuesta arriba se hace todo cuando nuestra realidad más íntima nos supera.

Puede ser un desamor que de cara a la galería ya hemos superado, o un pavor irracional a enfrentarte a la realidad. Quizás es esa mentira piadosa que contaste en su día y que jamás supiste desmentir. El peso de los remordimientos parece ganar fuerza con el paso de los años, y lo que antes era una minucia sin importancia hoy es esa desazón que a duras penas te deja dormir tranquila.

Y es entonces cuando llega la temida ansiedad. Escondida en la penumbra de nuestros propios problemas, alimentada por el miedo al futuro y a nosotros mismos. Una madrugada despiertas empapada en sudor, sintiendo las palpitaciones escaparse por tu boca. Respiras hondo, o lo intentas, pero el aliento se ha aferrado con fuerza a tu interior, no quiere salir.

En ese instante piensas, recopilas información en cuestión de segundos preguntándote por qué has llegado hasta ese punto. Qué ha sido lo que te ha generado ese estrés brutal que se está llevando tu vida. Ese secreto impronunciable, esa intimidad que nadie más conoce sobre ti mismo y que no has conseguido borrar de tu memoria.

Ni familiares, ni ese amigo que es como tu hermano de otra sangre… nadie parece merecer el conocer nuestra cara más oscura o desfigurada. Porque la vida nos ha demostrado una y otra vez que debemos ser como el resto, que salirse de la línea de la normalidad es negativo. Así que en esas contadas ocasiones que decidimos poner un pié fuera del camino nos llevamos por delante buena parte de nuestra salud mental (o al menos eso ocurre a la mayoría).

Escrito un día cualquiera suele mostrar al mundo las verdades ocultas que todos conocemos pero casi nunca pronunciamos. Y ese día en el que optaron por demostrar que no estamos solos en nuestras inquietudes, parecía que esa presión social cesaba aunque fuese un poco. El saber que todos vivimos con la agitación de nuestros propios secretos abre un poco la puerta al alivio, la verdad.

¿Y si no somos los únicos, por qué seguimos emperrados en sufrir de esta manera? ¿Por qué tratar de sanar en soledad cuando, en muchas ocasiones, el apoyo es de gran ayuda? ¡¿Quién sabe?! Lo que está claro es que sea como sea nuestra personalidad, siempre esconderemos un misterio que nos llevaremos a la tumba.

Fotografía de portada

Redacción WLS