Me encanta dormir. Creo que dormir es uno de los grandes placeres de la vida y yo tengo la facilidad de caer dormida en cualquier lado. Todo el mundo piensa que es una gran ventaja y sí, lo es, pero mientras duermes no eres consciente de lo que tu cuerpo decide hacer. Podemos pensar que somos adorables mientras dormimos pero eso está muy lejos de la realidad.  Ya puedes estar en el metro, en la cama o en esos tiempos de cabezadita en clase, que durante ese rato tu cuerpo tiene el control absoluto mientras tu mente descansa. Y sí, a todos nos vienen a la cabeza escenas que nos han pasado.

Por ejemplo, uno de los momentos que más situaciones nos puede dar son los viajes en el bus. Son el momento perfecto para una siestaza. Yo llego, miro al resto de viajeros del bus como si fueran mis compañeros del Oceanic 815, me siento y ya caigo dormida. Vamos, que antes de salir de la estación de Avenida América ya estoy en el quinto sueño. Y ya poco puedes hacer: dependes de lo que quiera hacer tu cuerpo y de las curvas del viaje.

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Yo cerrando los ojicos.

Ahí es cuando tu cabeza, después de varias caídas libres con sus sustos correspondientes,  empieza a ladearse hacia el compañero de asiento y terminas apoyadica en su hombro. La probabilidad siempre hace que sea una señora mayor o el más raro del bus, no falla. Cuando despiertas, tardas en reaccionar durante unos segundos y, fingiendo que sigues dormida, te recolocas hacia el otro lado.

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Caída libre.

Entonces, te vuelves a dormir pegada a la ventanilla y es cuando empiezan los redobles de Semana Santa. Tu cabeza contra el cristal retumbando y mandando mensajes en morse. Te despiertas con un susto por si has roto el cristal o tus dientes y con miedo a una conmoción cerebral.

Luego está el tema de la baba. Tú estás ahí, soñando tan a gusto y, al despertar, notas un cerco de baba en la almohada o, como me pasó hace unos días, me desperté en el metro después de un sueño de varias paradas y frente a mí un chico monísimo fijándose en cómo me caía el hilillo de baba y movía mi boca apestosa. Sí, seducción a tope.

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Y, por supuesto, durante los “mientras duermes” están los ruidos. Tu cuerpo va por su cuenta y decide dar una muestra sinfónica de lo que puede hacer. Además de los ronquidos (pueden ser de los suavecitos o de los que salen de lo más profundo de ti) cuando tu cuerpo se relaja tanto decide sacar todas las ventosidades acumuladas. Y  sí, un pedo puede tener tanta fuerza que te despierta a ti o a todo un bus y no puedes hacer nada para evitarlo. El estruendo ha salido de ti y todo el mundo lo sabe. No puedes ocultarte. Por otro lado, también están los pedos vaginales que siempre aparecen para quitar la morbosidad al momento en el que no estás durmiendo sola. Y sí, ahí sí que no puedes mirar hacia otro lado. Ha salido de ti. De ahí.

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El estruendo que ha salido de ti.

Pero si hay algo que puede meterte en más de un apuro o hacer que descubras cosas de quien duerme al lado es cuando hablas en sueños. Cuando a la mañana siguiente él te cuenta los ruiditos que has hecho o la de “cosas que decías”. ¿Cosas? ¿Qué cosas? ¿Qué te ha contado mi subconsciente? ¿Qué clase de ruiditos hago?

Esto también hace que puedas llegar a preguntarte qué narices está pensando el que duerme al lado. Habría que hacer un recopilatorio de frases extrañas que has oído de sueños ajenos. “En las películas de piratas, ¿qué pasa con los monos?” (es algo que sigo preguntándome desde que se lo escuché) o no dar crédito cuando, de pronto, mientras duerme se pone a mugir (sí, MUGIR. Muuuuu. Un saludo si me estás leyendo).

Dormir es un placer pero los “mientras duermes” siempre están ahí. Y a ti, ¿qué más cosas te han pasado?

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