La vida no es plana, es una sucesión de curvas. Con sus impredecibles subidas y bajadas. Y la mía, hace un par de años, no paraba de concatenar una bajada con otra. Hundiéndome en la mierda cada vez más y más profundamente. Estaba en una de esas rachas malas, pero malas con avaricia. Sin embargo, tal como reza el dicho popular, no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista), por lo que en algún momento empecé a ver la luz al final del túnel. Poco a poco las cosas fueron mejorando en todas las áreas. Salvo en una.

Había una que se me resistía: mi libido y, en consecuencia, la intimidad con mi pareja.

Imagino que es natural que el apetito sexual desaparezca cuando estás tan hecho polvo a nivel emocional que hasta levantarte de la cama cada mañana supone todo un reto.

Pero es que yo ya hacía mucho tiempo que me había recuperado en cierta medida, tanto a nivel físico como emocional, y mi deseo ni estaba por ahí ni se le esperaba. Pese a que sabía que había algún problema, no era capaz de ponerle solución. Me siento horrible al confesar que me obligaba a tener relaciones sexuales con mi chico, aun cuando él no me presionaba de ninguna manera. Yo llevaba una especie de agenda, me ponía un límite. Una vez pasado determinado número de semanas (o meses…), me empezaba a mentalizar de que había que echar un polvo, por malo que fuese. Me pasaba días diciendo ‘venga, esta noche toca. Sí o sí’. A lo mejor esa noche no, pero entonces la siguiente. O en plan ‘del fin de semana no pasa’.

Si la ausencia de sexo puede ser mala, el sexo sin ganas es mucho peor. Así que dejé de presionarme. Hablé con mi pareja y nos propusimos encontrar una solución.

Ojalá la mente humana fuese más sencilla de analizar. Mientras lo intentaba, me dediqué a recuperar mis aficiones. Necesitaba hacer cosas que me divirtieran y me ayudaran a evadirme. Y empecé por una de mis pasiones más sencillas de llevar a cabo: la lectura. Antes era una lectora empedernida, pero por falta de tiempo y de interés en general, había dejado de leer. Ahora bien, recuperé la afición tan de prisa y con tanta intensidad que agoté los libros de mi género favorito de la biblioteca de mi barrio y tuve que pasarme a otros que no solía leer tanto.

Y así fue cómo llegó a mis manos la novela guarrilla que marcaría un antes y un después. La que me recomendó la señora bibliotecaria, una que formaba parte de una saga a la que ella estaba totalmente enganchada.

Pues ya éramos dos. Porque enganchar, enganchaba. Me leí la primera entrega de cabo a rabo en dos días o, mejor dicho, en dos noches. Pero fue la madrugada de la primera cuando obró su magia. Y es que aquella escena en la que los protagonistas por fin se rendían a la atracción que sentían el uno por el otro fue… Buff. No recordaba haberme puesto tan cachonda así, sin ningún estímulo físico, desde… nunca. Tuve que dejar el libro en la mesilla de noche, volverme hacia mi chico y despertarlo para pedirle que me ayudara a ‘apagar aquel fuego’ del mismo modo que lo había hecho la prota de la novela. Menos mal que al chaval no le importó espabilarse, aunque creo que le habría puesto remedio yo sola si hubiera rechazado mi petición.

En fin, no entro en más detalles, fue una noche memorable. La primera vez en mucho mucho mucho tiempo que tenía sexo por verdadera iniciativa propia. Y, encima, con excelentes resultados.

 

Recuerdo que en ese momento pensé que sería un hecho aislado. No obstante, se repitió a los pocos días con una escena de la segunda entrega. Y otra antes de terminar esa. Y un día, de pronto, me di cuenta de que teníamos relaciones con una frecuencia mayor incluso que la de nuestros inicios. Muchas de las veces sin lectura de por medio. Resultó ser verdad eso de que, cuanto más (buen) sexo tienes, más te apetece. Y nosotros éramos buenos en la cama, no sé por qué lo había olvidado. Aunque cabe destacar que, si antes éramos buenos, desde aquella noche éramos aun mejores.

Porque yo era diferente; esa novela de alguna manera me ayudó a despertar una parte de mí que mantenía oculta y reprimida. Fue crucial para recuperar nuestra vida sexual, pero también para salir del todo de una depresión que llevaba tanto arrastrando que ya no era ni consciente de ello.

Gracias a la recomendación de la bibliotecaria, hoy por hoy soy más feliz y me siento más plena. No exagero, de verdad. Es algo así como la aplicación de la teoría del caos al bienestar y la autoestima, en las que un pequeño calentón generó grandes e increíbles consecuencias a corto, medio y largo plazo. Vamos, que puedo decir que un libro erótico me cambió la vida, no me escondo.

 

Inés

 

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