Ser viuda cuando eres una mujer joven es un tabú hoy en día. A nadie le gusta hablar de ello. Es como si no existiésemos porque a la gente le incomoda hablar de ello. Pero la realidad es que lo hacemos. Existimos y sentimos todo a flor de piel.

Cuando se murió el que fue, es y será el amor de mi vida, comprendí que hay tantos duelos como personas en el mundo y que no hay una única forma correcta de experimentar el sentimiento de pérdida.

Cada uno gestiona su propio duelo de la mejor forma posible teniendo en cuenta sus herramientas emocionales. Algo que aprendí es que es imposible hablar de tiempos cuando pierdes a alguien a quién quieres. Algunos lo superan en meses, otros en años y algunos, nunca.  Superar un duelo es un proceso muy personal y depende de muchísimas variables.  De si era un amigo, un hermano, un padre o una pareja. De si había proyectos de vida o de trabajo en común, del punto vital y lo fuerte emocionalmente que te encontraras cuando todo pasó.

Cuando mi marido murió después de estar años peleando sentí que me partía por dentro. Jamás había experimentado un dolor tan grande. Porque sí, es una putada que se te muera tu compañero de vida y menos de un día para otro, con la cama sin hacer y miles de planes que de repente se quedan flotando en el tintero. Y en tú cabeza resuenan preguntas que ni sabes ni puedes contestar.

 ¿Por qué? ¿Por qué a él? ¿Por qué a mí?

viuda

Y aprendes que sólo hay un motivo: La vida.

Porque a veces, pasan cosas terribles, cosas que duelen y que nos desmontan como si fuésemos un puzle.

La vida es un río y no hay forma de encauzarla. Como el agua, siempre acaba encontrado una salida y no hay justificación ni sentido posible al que aferrarse.  Irrumpe con fuerza y se lleva todo por delante.

Recuerdo que los primeros meses me los pasé sentada en el suelo de mi baño llorando. Llorando por él, por mí, por la sensación de alivio que sentí por primera vez en mi vida a pesar de sentirme terriblemente culpable. Luego vinieron los rayos fugaces de alegría. Reír a carcajadas con tus amigas y tener que contener los sollozos minutos después.

Vivir con el duelo es una mezcla contradictoria de emociones. Subir y bajar en cuestión de segundos. Disfrutar de la compañía y querer estar sola al mismo tiempo y no pasa nada porque todo forma parte del proceso de curación.

Porque él se ha ido, pero tú sigues viviendo y la vida siempre le gana la carrera al dolor.

 

Ser viuda – y más a los 30- significa aprender a vivir de nuevo,  a aceptar una realidad completamente diferente pero sobre todo, a entenderte y cuidarte más que nunca. Porque hay momentos en los que te haces una bola y no pasa nada. Permitirte llorar si encuentras uno de sus calcetines rondando entre armarios y luego entender que no tienes otra opción más que echarle narices a la vida y seguir.

Y si alguien me pregunta, siempre digo que de viuda a vida sólo hay una letra de distancia.

 

Anónimo

 

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