Querido Capullo:

Quizás ni siquiera mereces esta carta, o quizás sí, porque aunque me pese todavía, aquí no hay culpables, cada uno es responsable de sus elecciones y al fin al cabo has sido una de las personas que más me ha ayudado a crecer y a saber más de mi. Puede que me debiera dar vergüenza decir que con 36 años esté aprendiendo cosas que más bien son de adolescente, pero la verdad es que no me la da ni un poquito y aquí voy.

Como decía; Querido Capullo de mi vida, esta es mi carta de despedida porque me he cansado, me he agotado, de esperar sobre todo. De esperar a que te dieras cuenta de la tía tan alucinante (esa soy yo, por si te queda alguna duda), que estuvo durante más de año y medio dispuesta a jugársela por ti, a arriesgar de nuevo el corazón, aunque no hacía mucho que acababa de recomponerlo, pero lo recompuse y ahí estaba, dispuesto a ser incondicional, a confiar, a creer, a amarte, a estar contigo llorando, riendo, bailando, callados o haciendo el pino, pero a tu lado estuvieras en Madrid o en Sebastopol.

Pero me he agotado de que eligieras al mundo antes que a mi, mientras yo elegía el amor para luego conquistar el mundo. Me cansé de tus idas y venidas, de tu «sí, pero no» de tu » me gustas mucho, pero no me vienes bien».

Me aburrí, por fin, de tantos vaciles y de tu cobardía para ser honesto conmigo y contigo. Me aburrí de esperar tus mensajes, tus llamadas y de esperarte a ti.

Sé que lo di todo, que viste y experimentaste lo mejor de mi. Sé que quemé hasta el último cartucho que tenía de valentía, de paciencia, de amor, de pasión, de locura y no me arrepiento de absolutamente nada y no me siento culpable de absolutamente nada y no me avergüenzo de absolutamente nada. Volvería a hacerlo todo exactamente igual, sin cambiar ni una coma de toda esta historia. Y sí, volvería a coger el coche y a zamparme 800 Kilómetros para pasar 3 días a tu lado, a confesarte cada uno de mis sentimientos a corazón abierto y a darte los millones de besos y caricias que te dí, porque no hay nada tan de verdad como todo lo que hice para ti.

Pero cuando las historias no avanzan, no fluyen, es mejor poner el punto final a tiempo, porque hacer otra temporada ya no sería más que un fracaso. Y yo me cansé de engañarme y autoconvencerme pensando que podía aceptar las migajas que me dabas cuando «te venía bien», hasta que me he dado cuenta de que yo no soy la chica de las migajas, yo soy la de la hogaza de pan enterita para mi.

Ya no podía sostener esta historia por más tiempo porque poco a poco sentía que yo desaparecía, que se me iba olvidando quien era yo, se me iban olvidando mis sonrisas de alma, mis sueños, mis ilusiones, mis pasiones, mi vida, se me olvidaba que yo existía.

Y me di cuenta de que ni tú eras para tanto ni yo para tan poco y que después de más de año y medio tuviste tiempo más que suficiente para saber si yo era la que tanto te gustaba o la que no te venía bien.

Tú nunca te decides, así que yo me voy. Me voy porque tus idas y venidas pesan como una piedra de dos toneladas en mi espalda rendida. Me voy porque despierto y me doy cuenta de que los sentimientos no se pueden obligar ni para un lado ni para otro: yo no puedo amar menos cuando lo siento, no puedo pedir menos cuando me lo merezco, no puedo dar menos cuando me sale del alma… no puedo dejar de ser yo. Tú no quieres lo que yo te ofrezco porque es demasiado y yo no me conformo con lo que tú me ofreces porque no me llega ni para empezar.

Se me acabaron las excusas para esperar, para darle la vuelta a todo y poder comprenderte a ti más que a mí, para amarte a ti más que a mí, para tener la paciencia contigo que no tengo ni conmigo. Ahora le doy la vuelta a todo a mi favor. Porque detrás de tus ojos, donde me empeñaba en ver algo especial ahora lo único que veo es una oscuridad impenetrable que ya no tengo ni fuerzas ni ganas de descifrar, porque resulta que lo que yo quiero es claridad, quiero luz, de esa que me haga brillar. Que tus misterios ya me dan pereza, porque yo soy la de las cosas sencillas. Que si hay amor todo es simple y las dudas y los miedos son fáciles rivales para vencer, pero si no lo hay cualquier excusa siempre gana. Que ya sólo encuentro razones para que no estés, porque cuando estás mi vida se vuelve un desastre y sólo tengo todo lo que no quiero y yo soy la que merezco todo lo que quiero.

Así que querido Capullo, se acabó. Te cierro la puerta a ti para abrírmela a mi. Le cierro la puerta al miedo para abrírsela al amor. Se cierra la oscuridad para que entre la luz. Y es que yo sí, he decidido que ahora no me vienes bien.

A pesar de todo…ha sido un placer. Sin más, lo firma: La capulla de tu vida.

 Patricia Ponce