Cuando era pequeña y mis padres me proponían alguna actividad que no me apetecía mucho, les decía que lo haría cuando tuviera nueve años (sí, muuuy pequeña) por complacerles quizás, pensando en que quedaba mucho y que al llegar el momento me apetecería o que ellos se habrían olvidado.

Por ejemplo, mi padre soñaba con que practicara algún deporte de combate o artes marciales (mi queridiño policía siempre intentando que me proteja por todos los medios), y yo le decía “cuando cumpla los 9, papá”.
Al final no me puse un cinturón blanco en mi vida (quizás en esa década horrible de los ‘00, pero para bailar a Gabri Ponte y no para pegar patadas karatecas).

Los años fueron pasando y los 9 llegaron, y con ellos el posponer a otra edad mayor se fue aplazando a los 14, a los 18, a los 20… a las típicas edades en las que de niña piensas que “serás mayor”.

Hoy a mis 31 sigo siendo aquella niña que pospone cosas para “cuando crezca”, y sobre todo, sigo siendo aquella niña que pensaba que de mayor lo sabría todo y todavía no sabe nada (y eso que de niña los 30 eran ser muuuy pero que muuuy mayor).

Pero de entre todo lo que todavía no sé y todo lo que me queda por aprender, en estos años sí he sacado algunas lecciones importantes que solo se aprenden a base del “prueba-error” y del “causa-efecto” que te regalan las vivencias:

  1. La edad es solo un número: Y sé que esto suena a persona que no asume su edad y quiere ser eternamente joven. Pero no me refiero a tener el “síndrome de Peter Pan”, sino a que con los años me he dado cuenta de que la gente sigue siendo aquel adolescente inseguro durante toda su vida.
    Puede que sean personas de apariencia segura, con la vida resuelta y con problemas de adultos. Pero en el fondo, allí donde no todos nos podemos asomarnos, tendrá momentos en los que dude, en los que sienta celos, inseguridades y dolores como aquella persona inmadura que un día fue.
  2. Los amigos se cuentan con los dedos de una mano: Al llegar a los treinta vienes de una década gloriosa en cuanto a vida social se refiere. Haces un montón de amigos en la universidad, o a través de amigos del instituto, los amigos de los amigos… todos sin “mochilas”, con pocas obligaciones y todo el tiempo del mundo para invertir en conoceros y pasarlo bien.
    Pero cuando los “veinti…” van llegando a su fin, las vidas se van encauzando y los caminos se van separando. Algunas amistades sobrevivirán a esto y otras se quedarán por la travesía. Incluso algunas nuevas aparecerán y serán aún más fuertes. Pero lo que está claro es que llegados los 30 te das cuenta de que puedes tener un montón de colegas, pero los amigos se cuentan con los dedos de una mano, esos a los que llamarías si tuvieras que enterrar un cadáver y lo único que preguntarían es “¿Llevo yo la pala o tienes tú?. Y como mantra de mi vida “que la calidad supere siempre a la cantidad”.
  3. Un título universitario no da la inteligencia: Imagino que muchos antes de cumplir los 30 se habrán dado cuenta de eso, pero con el paso de los años eres más consciente de que la “titulitis” no da en absoluto la inteligencia. Que el “dime de qué presumes y te diré de qué careces” es una verdad como un la copa de un pino, y que a veces es mejor callar y parecer tonto que abrir la boca y demostrarlo.
  4. El dinero no da la clase y mucho menos la felicidad: Siguiendo la línea de lo anterior, cuando eras más joven y veías a los típicos “niños con pasta” con su ropita nueva cada semana, con sus vacaciones en los mejores sitios… sentías una punzada de envidia (y no de la buena) por no poder tener esos lujos. Ahora, no los quiero. Mucha esa gente que un día me pareció envidiable por su dinero ahora me doy cuenta de lo elitistas que pueden ser y sobre todo de lo infelices que pueden ser (que no quiero decir que toda la gente con mucho dinero sea así en absoluto). Que enseñar que tienen un barco a lo mejor les supone tener la nevera vacía, pero las apariencias son vida para alguna gente. Y yo, soy muy feliz sin esa apariencia y permitiéndome los lujos que ahora me doy cuenta que lo son. Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida al final es lo que te hace feliz de verdad. Y estas no se pagan con dinero. Dame mil momentos con los míos para guardar en el recuerdo impagable y no me des un coche de lujo, una mansión o un yate.
  5. El mejor plan del mundo puede ser “empijamarse” todo el día y disfrutar de un sábado noche de Netflix: Antes no concebías un sábado sin salir de fiesta a darlo todo, y ahora cada vez más sueñas durante la semana con el sábado en tu casa sin hacer nada más que disfrutar del calor de una manta y unas buenas palomitas con una maratón desde el sofá.
  6. Los mejores regalos que te pueden hacer ya no son modelitos para sábados noche, si no cosas útiles en las que a ti te cuesta invertir la pasta: Electrodomésticos o lo que sea pero vamos, que jamás te habías imaginado que tu mejor regalo estas navidades fuese un calefactor para el baño para las duchas mañaneras (sí, fue uno de los míos y… ADORO).
  7. Nunca es tarde: Sé que suena a topicazo, pero es que a partir de los 30 empiezas a saber (y no de todo) lo que quieres, y sobre todo, lo que no quieres. Y quizás con la inmadurez de los 18 años empezaste un proyecto de vida que en ese momento creías adecuado o por consejos ajenos, y ahora, una vez vivida la experiencia te das cuenta de que no era lo tuyo, y no pasa nada, porque siempre es mejor cambiar a tiempo (sea cuando sea “a tiempo”) y probar que estar toda una vida arrepintiéndote de no haberlo intentado.
  8. La brevedad de la vida: Empiezas a sufrir pérdidas de seres queridos que por ley de vida se van, incluso empiezas a sufrir pérdidas de seres queridos que se van siendo todavía muy jóvenes. Y abres los ojos pensando “joder, hoy estoy aquí, mañana no lo sé” y sabes que tienes que vivir cada día tan intensamente “como si fueras a morir mañana” (como diría el gran Leiva).
  9. La primera impresión no debe ser la última: Tendemos a crearnos primeras impresiones que pueden estar totalmente sesgadas por un millón de factores y si les damos toda la importancia a éstas, igual nos estamos perdiendo conocer a alguien maravilloso.
  10. El amor no es posesión: Cuando nos adentramos en eso del amor solemos pensar que nuestra pareja es solo nuestra, que si se fija en la belleza de otro/a será que no nos quiere, que si comparte tiempo con otra gente es que no lo quiere pasar con nosotros. Amor tóxico. Al llegar a los treinta te das cuenta de que eso es todo lo contrario al amor. El amor es compartir tu tiempo, que es tu bien más preciado con quien quieres. Y no tiene que ser el 100% con tu pareja. Tú te enamoraste de una persona, no de un apéndice de tu ser. Y la libertad es lo que os hará más fuertes. Juntos pero libres, de la mano y sin correas que nos aten.
  11. La vida da un millón de vueltas: Y es que ya es una tónica en tu vida, te paras a pensar en dónde estabas y qué pensabas hace 10 años y jamás te imaginarías en dónde estás ahora, o con quién estás.
  12. Los complejos viven más en nuestra cabeza que en nuestro cuerpo: Y aún los tendrás, con 30, con 50 o con los años que sean. Pero con suerte, estos han pasado a un segundo plano y hoy aprendes a convivir con ellos.
  13. Estar soltera es maravilloso: Pues también, llega un momento de la vida en que por lo que sea no tienes pareja, y te descubres a ti misma, y piensas “cómo me quiero y qué bien estoy conmigo misma”. Llegar al punto de no necesitar a nadie para alcanzar la felicidad es de las mejores cosas que te pueden pasar.
  14. Disfruta de los tuyos mientras puedas: ves que vas cumpliendo años, pero por desgracia los tuyos también, y te das cuenta de que tienes que disfrutar de ellos mientras puedas. Que se puede sacar tiempo para todo, y no decir siempre “ya iré a ver a mi abuela”, “ya la llamaré mañana”porque no se sabe si habrá mañana para nadie.
  15. Solo sé, que no sé nada:Sobran las palabras. Solo sé que superados mis 30, no sé nada, o lo que sé no sé si lo sé (que me pongo en modo Friends de “Ellos no saben que nosotros sabemos que ellos saben que nosotros sabemos”). Que hoy puedes creer con toda la seguridad una cosa, y con los años darte cuenta de lo equivocada que estabas. Y así es la vida, una rueda de constante aprendizaje. ¿Y sabéis qué? Me encanta rodar y rodar.

Marta Freire