La noche que Fernando terminó conmigo me sentí aliviada. Por fin uno de los dos tuvo el valor de acabar con algo que llevaba roto mucho tiempo. Llevábamos cinco años de relación, tres viviendo juntos, no teníamos hijos, no teníamos una hipoteca, la casa era de alquiler, por no tener no teníamos ni muebles, la mayoría eran del propietario del piso, así que preveíamos una ruptura limpia y cordial.
“Ya no siento por ti lo que sentía antes” me dijo compungido y con lágrimas en los ojos. Le pregunté varias veces si había otra persona, y me respondió que no todas las veces. Aunque hacía meses que no hacíamos el amor y que más que pareja parecíamos compañeros de piso, me alivió saber que no me estaba dejando por nadie, que tanto él como yo sabíamos que la relación estaba dañada de muerte y agradecía de corazón que se atreviera él a dar el paso.
Desde hacía aproximadamente un año y medio la cosa se había enfriado. Para los demás éramos la pareja perfecta, nunca discutíamos, nos queríamos mucho, teníamos buenos trabajos y una vida acomodada. Y durante mucho tiempo así fue, pero hubo un hecho que lo cambió todo; en una revisión médica rutinaria me detectaron hipertensión y el colesterol bastante alto. Yo siempre he sido una chica gordita, me gusta comer y soy bastante sedentaria, pero jamás había tenido ningún problema médico hasta ese día. Supongo que los cuerpos van cambiando con la edad y lo que a los veinte no te afecta, a los treinta sí. Por salud, decidí cambiar mis hábitos alimenticios y comencé a hacer deporte. No me puse a dieta ni me pasaba tres horas diarias en un gimnasio, simplemente comencé a comer mejor, más fruta, más verdura, menos grasas saturadas y azúcares. Dejé de usar el ascensor, subía escaleras, cogía menos el coche y caminaba hasta el trabajo, y hacía tablas de ejercicios en casa.
En pocas semanas comencé a ver resultados. En un año y medio pasé de una talla 50 a una 44. Y que conste que yo me veía estupenda con una 50, pero mi cuerpo me estaba pidiendo un respiro y tuve que dárselo. Por supuesto no me quedé súper delgada, me quedé en un peso normal que me permitirá tener una buena salud.
El problema es que empecé a sospechar que mi novio también me veía estupenda con una talla 50. Según iba adelgazando, cada vez teníamos menos sexo; ya no me piropeaba, ni me buscaba por las noches en la cama, ni me acariciaba cuando nos acurrucábamos en el sofá. Pasamos de follar casi a diario a no tener relaciones en semanas.
Yo le pregunté en varias ocasiones si ese era el problema, si no le gustaba más delgada, y él me quitó aquella idea de la cabeza, echaba la culpa al estrés del trabajo. Recientemente se había cambiado de empresa a un puesto mejor, de más responsabilidad, y aquello lo tenía totalmente absorbido. Al final nos acabamos distanciando, él cada vez trabajaba más horas y yo cada vez tenía menos ganas de estar con él.
Nuestra ruptura fue limpia, madura, hablamos como dos personas adultas y llegamos a la conclusión de que lo mejor era dejarlo. Él se quedaría con el piso y yo volvería a casa de mis padres.
Tan solo habían pasado unos días de nuestra ruptura, yo ya estaba empezando a empaquetar mis cosas para mudarme, y fue cuando descubrí todo el pastel. Había bajado a la calle a comprar pan y se había dejado el móvil en el salón cuando le llegó un WhatsApp, yo jamás en diez años de relación le mirado el móvil, pero aquel día vi la pantalla iluminarse y me asomé. Una tal Cris trabajo le había escrito y alcancé a leer “Qué ganas tengo de que se vaya de casa y poder estar juntos”.
Sé que no estuvo bien, pero en ese momento cogí el móvil y lo leí todo. Me sabía su clave porque nunca hemos tenido secretos, nunca habíamos tenido nada que escondernos, o eso pensaba yo. Por lo visto llevaba unos tres meses engañándome con aquella chica, más un montón de meses de tonteo. Entonces entendí el porqué de echar tantas horas en este nuevo trabajo…
Leí conversaciones muy fuertes en las que él le prometía casarse y tener hijos, cuando a mí me decía que no quería ser padre ni casarse, la llamaba por todo tipo de apelativos cariñosos y sexuales, y alguna que otra charla subida de tono. Pero para mí lo más impactante fue la foto de perfil de aquella chica… era una chica gorda, quizás más gorda que yo cuando estaba gorda. Cuando vi su foto volvió a mi mente la idea de que nuestra relación se había ido al traste porque yo había adelgazado.
Cuando volvió a casa se lo conté, que había mirado su teléfono y que lo sabía todo. Él no lo negó y por fin me reconoció que físicamente había dejado de gustarle porque había perdido mucho peso.
Me di cuenta en ese momento de que había perdido años de mi vida con un niñato inmaduro, que obviamente no me quería, porque si me hubiera querido le hubiera importado un pimiento mi físico. No fui más que un fetiche, un juguete sexual para aquel chico obsesionado con la obesidad, que sólo sentía atracción por mis kilos de más, y no por mi persona. Pobre Cris trabajo, espero que no adelgace.
Anónimo
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