Chic@s, admitámoslo: muchas veces conocemos a una persona que nos gusta, empezamos a quedar con el/ella y pasamos de la ilusión inicial al miedo. Tenéis que reconocerme que es una fase habitual: tu crush empieza a estar de manera cotidiana en tu vida (no digamos ya, en tus pensamientos) y te aterra la idea de que un día desaparezca sin más. Estamos traumatizadas por el ghosting.

 

Ojalá pudiéramos mantenernos como al principio. Como esos días en los que no esperas nada, suena un mensaje y se te ilumina la cara al ver su nombre en la notificación. Como esos momentos en los que no habéis llegado a conectar tanto como para hablarle a nadie de él/ella, pero admites que te gusta, que te intriga y que quieres saber más.

 

Pero llega la temida “fase gris”, esa etapa en la que no sois “nada” – al menos oficialmente, no ha habido conversación al respecto– pero tú quieres que vuestra relación avance. Es pronto para exigencias, pero se van consolidando las dinámicas: le echas de menos, esperas sus respuestas, le haces partícipe de cada vez más cosas de ti.

 

 

Entonces echas el frenazo y reflexionas. Te acuerdas de tantas ilusiones que se fueron por la borda a poco que la cosa fue cogiendo velocidad. Te acuerdas de llantos por personas que llevaban poco tiempo en tu vida. O quizá no era por ell@s: era por la magia que empapó tu rutina durante un breve espacio de tiempo, y que de repente, como un truco más, desapareció.

 

Es normal que te asalten las dudas. No sabes si protegerte de otra decepción, la enésima… o ser positiv@ y pensar que sí, que esta persona puede ser alguien con quien conectar a un mayor nivel.

 

 

¿Ponerse la armadura para evitar salir herido, o lanzarte a la piscina? Si te mantienes a una distancia prudencial del fuego, no te quemas, qué duda cabe. Pero con la segunda opción, al menos te queda el consuelo de que lo has intentado, que por ti no ha sido, puesto que has puesto la carne en el asador. Que una relación no cuaje puede suceder por mil motivos. Yo soy de las que piensan que no hay que añadir los miedos personales a esa ecuación.

 

Es una actitud ante la vida. Jugar y poder perder, o no jugar y quedarse mirando. Si juegas, al menos, te habrás divertido.

 

Las Lunas de Venus