Supongo que no soy la primera ni la última que he tenido o tendré una madre gordófoba.

Y me imagino que cada uno vivimos la experiencia de una forma completamente distinta. He leído testimonios auténticamente desgarradores que realmente hace que piense que ciertos señores no deberían ser padres.

Mi experiencia también fue dura. Fue muy dura. Desde interminables dietas, hasta insultos y discriminaciones constantes acerca de mi físico. Yo crecí sin hermanos y totalmente convencida de que no merecía ni empatía, ni amor, ni una familia que me quisiera.

Salir de esa programación mental no es nada sencillo. Si vosotras habeís pasado por esto, sabeís de lo que os hablo. Y no sólo eso, es muy jodido el valorar a tus padres de una manera justa, porque lo único que ves y lo único que sientes es ese dolor, ese desprecio y ese odio que te han hecho sentir por tu propio cuerpo.

Tener una madre gordófoba es duro. Cuando tienes tanta toxicidad construída en tu autoestima es prácticamente imposible ver lo positivo que tus padres han hecho por tí.

Después de terminar mis estudios, me independicé y entonces fue cuando empecé a sanar. No sólo me distancié emocionalmente de mi madre, si no que además me distancié fisicamente, ya que me cambié de ciudad y pasé de verla todos los días a verla 1 vez cada dos meses.

Al principio, me daba envidia cuando veía que mis amigas llamaban a sus madres y teneían conversaciones como adultos normales. Pero según fueron pasando los meses lo que sentí fue un tremendo alivio.

Durante los primeros años de independencia no hablaba con mi madre más de 1 vez al mes. Cada vez que hablábamos me sometía a exigencias respecto a mi físico, me preguntaba sobre mi peso y no salía del puto bucle gordófobo de mierda.

En muchas ocasiones quise cortar contacto con mi madre. Hasta que un día tomé la decisión de intentar educar a mi madre.

Bueno, a ver, entendedme: educarla respecto a mi libertad, a mis sentimientos y a mi bienestar.

Ella siempre había sido la típica madre gordófoba, así que antes de empezar a trabajar en ello le llamé.Le dije que su actitud me hacía infeliz y que si no trabajábamos en establecer una relación sana, debería de cortar el contacto.

Ella se asustó y me se prestó voluntaria a trabajar conmigo en nuestra comunicación. Y no, no fue nada sencillo. Es más, fue realmente jodido, porque mi madre, como hija de su tiempo, hay cosas que jamás se había planteado hasta que empezamos a tener ciertas conversaciones.

Me comprometí a que cada vez que hablaramos, yo tenía que señalar el comentario que me había molestado. Además debía de explicarle el significado de lo que decía y cómo me hacían sentir sus palabras.

Llegamos a un punto en el que mi madre se asustó del poder y del calado de sus frases. No sólo eso, si no que ella misma alucinó con la cantidad de comentarios hirientes que podía decir en sólo 10 minutos de llamada telefónica.

Mis visitas a su casa se convirtieron en visitas más cortas de lo habitual que nos servían para hacer ese trabajo en formato físico.

Y que quereís que os diga, «trabajar» con mi madre gordófoba fue un proceso duro y largo en el que las dos lloramos mucho.

Tomé la decisión de trabajar en mi relación el 1 de septiembre de 2020 y sólo a día de hoy he podido decir por primera vez en toda mi vida, que tengo una relación sana con mi madre.

Estoy por primera vez empezando a darme cuenta de que mi madre, como cualquier ser humano tiene cosas maravillosas. Y es verdad, mi madre había sido siempre una madre gordófoba. No es fácil querer a tu familia cuando te lo han hecho pasar tan mal. Pero poco a poco siento que empiezo a empatizar con ella, a comprenderla y a hacer equipo.

La esperanza es lo último que se pierde.

Me siento orgullosa de haber tachado de la lista de gordófobos a mi madre.

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]