Cosas graciosas que pasan durante el sexo y de las que parece que nadie habla
Siempre recordarás «aquel polvazo inolvidable del 15 de septiembre de 2018», pero la realidad en que, en asuntos sexuales, la norma es otra cosa.
Todos nuestros polvos pueden ser polvazos, porque todos son especiales de una forma u otra (aunque suene a frase manida de Mr. Wonderful), pero la norma es que ocurran desastres con bastante frecuencia.
Pero, ¿sabéis qué? Yo creo que es mejor así, que los polvos se disfrutan más cuando nos queda la anécdota, ya sea para bien o para mal, aunque en el momento más que alegría te da vergüencita y lo único que quieras es que la tierra te trague.
Así que, sin más dilación, os presento un catálogo de las cosas graciosas que me suelen pasar con relativa frecuencia durante mis relaciones:
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Pedos cuando te corres.
¿No os ha pasado nunca que (ya sea por lo que hayas comido, porque seas de gases fáciles o por la postura que estás adoptando en ese momento), te entran unas ganas horribles de tirarte un cuesco y piensas que no vas a poder aguantarlo en el momento de la liberación del orgasmo?
En mi caso, a duras penas, la mayoría de las veces consigo evitar que ocurra en ese momento. Ya sabéis, intento no romper la «magia» del momento… Pero a veces es insoportable: porque, si pienso en no peerme cuando me corra, no me corro por el estrés que me produce no querer peerme…
Al final intento desechar la idea de mi cabeza, dejar fluir y… ¡Que sea lo que Dios quiera!
Lo bueno de tener la misma pareja desde hace casi 9 años es que las competiciones de gases pueden trasladarse a la cama y pueden llegar a ser divertidas… Y os juro que no tenemos ningún fetiche con los gases.
(También os digo que a mi chico se le han escapado más pedos que a mí cuando se ha corrido, ¿eh?).
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Que te venga la regla en mitad del acto y lo dejes todo perdido de sangre.
Las desventajas de ser bastante irregular con la regla es que «es como una caja de bombones, nunca sabes cuándo te va a tocar» (y ahí va mi cutre referencia a Forrest Gump… Sin comentarios).
Las chicas que tengáis la regla perfectamente sincronizada, medida y marcada en vuestros calendarios quizá no sepáis de lo que os hablo.
Las demás… I feel you, sister.
Estás ahí, dándole al tema y (no sé por qué, pero siempre pasa cuando no hay luz para ver qué está pasando), de repente, empiezas a notar que estás muy pero que muy lubricada, pero notas algo raro, aunque no sepas muy bien lo que sucede hasta que la fiesta se termina y llega el momento de hacer pis y limpiaros los respectivos fluidos.
Pasas el papel por tu chirri y… ¡sorpresa! ¡Matanza de Texas al canto!
Miras a tu chico y tiene sangre en las manos, en el pubis, en los muslos, y puede que hasta en la barba.
Regresáis al dormitorio y miras el destrozo: no sabes si lavar las sábanas, tirarlas o, directamente, prenderles fuego.
A ver, que follar con la regla no está mal… Siempre y cuando hayas tomado las «precauciones» necesarias.
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Hacer varios squirt y manchar hasta el colchón.
Los squirt son como las Pringles, «cuando haces pop, ya no hay stop» (no sé qué me pasa hoy con las referencias…): cuando descubres cómo hacerlos, no puedes parar de querer y conseguir replicarlos.
¿Cuál es el problema? Que mojan. En algunas ocasiones sólo son gotitas, pero en otras puedes parecer una puñetera fuente (no solo es cosa del porno, os lo juro por Snoopy).
Lo peor de todo es que, como pasa cuando te pones a hacer zumo de naranja, nunca sabes si te va a tocar una con cuatro gotas de jugo o si vas a poder llenar un vaso con una sola.
Es por esto que no tomas las medidas necesarias (poniendo una toalla, por ejemplo), y no vas a parar el tema para solucionarlo, ¿verdad?
¿Os lo imagináis?: «Espera, espera, vamos a parar, que tengo que poner una toalla porque presiento que voy a hacer un squirt». Y, ya está, ya se ha cortado el rollo y ya no vas a poder enseñarle tus habilidades de actriz porno a tu amante.
Así que, sí, yo he llegado a hacer varios squirt en una única sesión de sexo. Y, sí, he tenido que darle la vuelta al colchón para poder dormir esa noche.
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Pedos vaginales.
Los pedos vaginales, como sabréis, no son pedos realmente. No es más que aire que nos entra y que, al hacer el movimiento de émbolo de la penetración, sale por la «holgura» existente entre las paredes vaginales y el pene (hasta aquí mi master class…).
Aunque todos sepamos que no son pedos, suenan como pedos. Y no sé qué tendrán los pedos que a todos nos hacen tanta gracia escucharlos (porque, en el fondo, nunca dejamos de ser infantiles…).
Así que nos topamos con una sensación curiosa, sonora, que hace gracia y que, si es la primera vez que te pasa y te pilla desprevenida y desinformada, te puede dar hasta vergüenza.
Pero déjame decirte que, si estás muy lubricada y/o si el pene llega a salirse por completo y se vuelve a introducir, si te gusta que te den fuertecito (y no sé si por algún motivo más), es muy probable que te pase con relativa frecuencia.
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Calambres cuando estás a punto de correrte y tienes que parar.
«¡Espera, espera, que me ha dado un tirón!». Y hay que parar el juego porque has cambiado los gritos de placer por unos de puro dolor.
Si consigues que se te pase rápido y no vuelva a producirse, has triunfado.
Si, por el contrario, te toca un mal día… Puede que tengas que dejar el polvo para dentro de unas horas o, incluso, para dentro de unos días.
La verdad es que no sé por qué digo que es una «cosa graciosa que pasa durante el sexo», porque no tiene ni puta gracia, pero creo que a todos nos ha pasado.
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Que te entre la risa.
¿Alguna vez os habéis descojonado, aparentemente sin motivo, mientras os corríais o mientras vuestra pareja está súper concentrada para correrse o no correrse?
Yo sí y, por lo que se ve, es perfectamente normal.
Tened en cuenta que, al igual que con otro tipo de roces cariñosos, durante el sexo se libera serotonina, que es un neurotransmisor que regula nuestras emociones, nuestro estado de ánimo, nuestro apetito sexual… Así que, cuando nuestras emociones están a flor de piel, una de las formas de canalizarlas es riéndote a carcajadas.
Puede pasaros que algunas parejas se lo tomen a mal y se crean que os estáis riendo de ellos… ¡Pero es que el sexo es divertido, leches!
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Que empieces a llorar.
Si antes pensaste «bendita serotonina», en este caso pensarás todo lo contrario.
He llegado a llorar a mares justo después de correrme.
No ha sido un llanto fuerte, solo lágrimas de… ¿emoción? (Supongo que esa es la mejor forma de denominarlas).
Puedes llegar a asustarte porque no sabes por qué estas llorando. E, incluso, lo más seguro es que llegues a asustar a tu pareja sexual.
Pero, repito: es perfectamente posible y normal.
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Que ese día te huela el chichi un poco fuerte.
Durante la ovulación, los días previos a la regla, los días de regla… Básicamente en cualquier momento de nuestro ciclo menstrual, el olor, color y consistencia de nuestro flujo puede variar y (si, voy a volver a repetirlo) es perfectamente normal.
No te preocupes demasiado por ello (a no ser que sea excesivo, porque puede suponer un problema de hongos, por ejemplo), y disfruta del estado de tu chichi en cada una de sus fases del mes.
Lo más probable es que tú aprecies más los cambios de olor de tu vagina que tu pareja sexual. Ten en cuenta que tú sabes cuál es su olor «normal» porque convives con ella los 365 días del año.
Y, sí, yo también he llegado a rayarme porque me parecía que mi chimichurri olía fuerte, pero… ¡Nadie se me ha quejado, oiga!
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Que estés tan lubricada que el pene se salga fácilmente.
¿Y qué le voy a hacer si a menudo me excito tanto o me corro tantas veces seguidas que no hay forma de que el pene se mantenga en «su sitio»?
A veces puede resultar bastante frustrante, porque además de salirse se pierde sensibilidad por ambas partes (ya sabéis, a mayor lubricación, menor fricción), pero también se puede parar un poquito y continuar con otros juegos que no impliquen penetración vaginal y sean igual de placenteros para ambos.
La moraleja de todo esto es: relájate, disfruta, que sea lo que tenga que ser y ríete mucho (antes, durante y después del encuentro sexual), porque… ¡el sexo es para gozarlo!
Anónimo