‘Hombre casado, hombre castrado’.

Esto lo decía mi abuela cuando veía la novela de la sobremesa, pero se ve que hice caso omiso a ese consejo.

Mi última relación, por llamarla de alguna manera, ha durado casi un par de años y se ha transformado totalmente.

Conocí en el trabajo a ‘Don Perfecto’. Siempre olía bien, vestía elegante y su sonrisa podría iluminar mi barrio entero. Era divertido, dulce y me tiraba la caña. Yo no tenía intención de tener relaciones y me parecía excitante hacer el papel de que solo era compañera de trabajo, ocultando nuestra atracción y todo lo que pasaba entre nosotros.

La cosa está en que siempre quedábamos en mi casa, las citas se limitaban a un sexo extraordinario y nunca nos veíamos los findes. Si se lo hubiera contado a mis amigas, puede que me hubiesen advertido de que igual estaba casado, pero es que no se lo quise contar a nadie.

Me enteré de esta perlita cuando un día su mujer vino al trabajo a por él. Claro, cuando nos vio hablar, casi le da al pobre un parraque, pero yo seguía dentro de mi papel y debo admitir que se me da de lujo.

Esta noche vino a mi casa y me contó que le gustaba mucho lo que teníamos y que no quería que se acabase. La cosa está en que, desde ese día, fui su paño de lágrimas. Me contaba las discusiones con ella, que siempre le rechazaba cuando quería intimar y que le frustraba el pensar su matrimonio se iba a acabar. 

Se ve que dentro de mí hay una psicóloga que desconocía y, mientras que mi vida era un puto desastre con las relaciones amorosas (y para ejemplo un botón), empecé a darle consejitos a mi cariñito.

¿Has pensado que igual está agobiada y necesita salir de la rutina?

¿Por qué no la reconquistas con juegos de coqueteo?

¿Y si empiezas a comerle mejor el coño?

Nuestras conversaciones empezaron a ser eternas y nuestros polvos eran sesiones prácticas de lo que debería y no debería hacer. Vamos, que me convertí en su ‘coach del amor’. 

 

Sí, le fui de gran ayuda. Ella viene mucho más a por él y la encuentro radiante. Él y yo somos amigos, hay algo de tonteo, pero ya no tenemos nada, la verdad. Lo cierto es que ni me siento culpable ni orgullosa de lo que pasó, pero creo que a veces solo necesitamos escuchar y ver otro punto de vista, en lugar de engañarnos a nosotros mismos.

 

Anónimo

 

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