Os presento a mi amiga, la reina del drama y los giros inesperados.

Imagínatela. Ella, que lleva dos años dándole vueltas al divorcio como si fuera su mayor anhelo, planeando y haciendo girar cada tema de conversación en torno al sueño de disfrutar de nuevo de su soltería. Ella, que cinco años antes presionó a su pareja para casarse y conseguir el pack heteronormativo básico de vestir de blanco y engendrar una piara de churumbeles.

Como si eso no fuera suficiente, en estos dos últimos años, decide alegrar con una chispa de fantasía su vida con un amante casado. Todo esto después de dar a luz un retoño y no tener independencia económica alguna.

Se enamora hasta las trancas, pero el amante bandido que se había buscado tenía más claras sus prioridades que ella y le para los pies. Al menos el tipo sabía que lo suyo era echar una canita al aire y luego cada mochuelo a su olivo. Para de contar.

Pero ella, loca de amor quiere reversionar a Los Serrano y unir sus respectivas familias. Entonces decide darle un últimatum al marido: “o firmas el divorcio o cojo al niño y me piro”. Y ahí es cuando la cosa se pone todavía más emocionante. 

Un domingo por la mañana nos despierta a un par de amigas con un mensaje urgente: «Necesito ayuda, id a por la pastilla del día después». Ella, tras una bronca de las gordas, se acostó con su señor esposo y echaron un polvete de reconciliación.

Para colmo en un intento desesperado por retenerla, hubo corrisión sin previo aviso ni precaución. Vamos, que lo hicieron hasta el final y sin condón. Pero ella nos cuenta que no lo supo hasta que ya era demasiado tarde. Menudo dramón y menudo cabrón.

Saltaron todas las alarmas. Las amigas, preocupadas, vamos rápido a socorrerla buscando una farmacia de guardia en el pueblo, ofreciéndole asilo y todo lo que estaba en nuestra mano.

Y aquí viene el remate de los tomates. Cuando parece que ya va a acabar el culebrón, ella nos revela que han tenido una constructiva conversación en la que él confiesa que también le estaba poniendo los cuernos con otra mujer, se perdonan mutuamente y, ¡tachán!, quieren buscar otro hijo. ¿En serio? Pues como te lo cuento y ni corta ni perezosa se ponen al lío. 

Ahora estamos en vilo esperando la foto de un palito de embarazo positivo. Nos cuenta con ilusión lo mucho que su marido ha cambiado y lo equivocada que estaba con el otro tío que tanto la ha decepcionado. Hasta se ha hecho un calendario para lo de la ovulación y esos rollos. Va a tope con el control de la fertilidad. Después de habernos llevado el mal rato, no descartamos que a la criatura haya que hacerle hasta un test de paternidad.

Ya hay que tener ganas. En estos casos no sé si perder la esperanza en la humanidad o ponerle velitas a algún santo. ¿Tan malo sería instaurar el “carnet de padres” obligatorio?

Nosotras, ante este culebrón hemos hecho mutis por el foro. Porque, sinceramente, ya tenemos bastante con esos propios dramones que no nos hemos buscado.