Nunca jamás de los jamases he dicho nombres en la cama. Nunca. Me parece algo que no procede, no me sale, no es natural en mí. Entiendo que haya personas que les guste o yo qué sé, conmigo esas cosas no. 

Os pongo en situación, decido volver a abrirme Tinder (porque eso es como una droga que no acabas dejando nunca, te atrapa en las redes de: puede que haya alguien nuevo o algo que merezca mucho la pena y no entiendo por qué me empeño en que eso es así), total que después de jugar un rato aparece Óscar. Oh madrecita Óscar. Un chico alto, guapo, del rollo (así llamo yo a los chicos con tatuajes, gorrita, barba e innumerables accesorios que en realidad no valen nada si no te hace reír). Match. Le hablo y de ahí dos semanas muy intensas de conversaciones interminables. Buenos días, buenas noches, hablamos por Tinder, Instagram, Telegram, Whatsapp… nos faltaba que nos hicieran una app especial para nuestras conversaciones. Chico de 10. Mismos gustos (salvo detalles y tonterías), aficiones que compartimos pero sobre todo aficiones que no tenemos en común y hablamos de aprender y enseñarnos mutuamente; un sinfín de tonterías que hacían que me fuera a la cama con una sonrisa que daba hasta asco verme. 

Propone venir a verme en sus días de descanso y acepté sin pensarlo. Fuera aparte de mis inseguridades tenía tantas ganas de poder hablar con él en persona que me daba igual todo. Llega el día y me entran los típicos nervios que tienes hasta gases incontrolados. Llega y jo, es mucho más alto, más guapo, más gracioso y más de todo en persona. Yo estaba en la nube mágica de Dragon Ball, pero cierto es que tampoco es que estuviera encoñada o que fuera amor a primera vista, era como una ilusión muy bonita que no quería que acabara en ningún momento. 

Nos pasamos el día de cañas y tapeo enseñándole la ciudad. No me había reído tanto con un chico en mucho tiempo. Al fin se lanzó, me besó. No fue como esperaba para qué mentir, no noté esas mariposillas pero estaba muy cómoda y a gusto. Seguimos de cerveceo y acabamos en mi bar favorito jugando al billar y a los dardos. Hago siempre la misma: digo que soy un hacha jugando y que atención a aquel que me desbanque. Evidentemente no sé como me lo monto que acabo ganando sin saber jugar. Son cosas que no entenderé nunca pero oye que para ligar están de lujo. 

Nos empezamos a liar como unos adolescentes y decido que es la hora de subir a casa y bajar un poco todo (o subirlo depende por donde se mire). 

Bueno aquí es donde me corono como la “Reina metepatas”, “Miss Universo de las cagadas máximas”, “Presidenta de los bocachanclas”, sí soy, sí. 

Estamos disfrutando mucho, toqueteos por aquí, besos por allá y llega el momento en el que él baja y se pone manos a la obra conmigo. Yo no sé si era éxtasis porque lo estaba haciendo genial o que mi cerebro cortocircuitó porque en pleno orgasmo le dije: “Dios joder Sergio”. Sergio… ¿Quién cojones es Sergio? Yo no conozco a ningún Sergio ahora mismo. 

Para, me mira y hace como que no ha oído nada. Pensé en lo perfecto que era porque yo me habría agobiado bastante. Seguimos y la cosa se va animando, estoy encima de él. Y sí… lo volví a hacer. Sí amigas, yo llevando la batuta en un polvazo impresionante y le vuelvo a llamar Sergio. 

Os diría que no he pasado tanta vergüenza nunca porque mentiría, mi vida es un continuo vaivén de meteduras de pata. 

El final creo que os lo podéis imaginar, Óscar como buen caballero no me pidió explicaciones a pesar de que me disculpé unas cuantas veces. Se volvió a su ciudad y de vez en cuando hablamos para reírnos un poco del tema. Como historia está bonita pero como mujer que nunca ha dicho nombres en la cama me preocupó bastante el tema. 

Mi cerebro saboteó un poco esta cita pero quiero pensar que por algo sería. Eso sí, necesito saber quién es Sergio y por qué me jode el subconsciente.

 

Sandra Regidor