Follodrama: Mi primera gorda, chispas

 

Hola.

Yo soy esa primera gorda del título.

Soy gorda desde que tengo recuerdos y no una de esas gordas con cuerpo de reloj de arena. Tengo poco pecho, muchas mollas y un muslamen importante.

No tengo un cuerpo perfecto según los cánones, pero es el mío, funciona como es debido y nunca ha supuesto un problema a la hora de conocer e intimar con chicos.

Bueno, si a alguien le ha supuesto un problema, a mí me la ha traído al pairo.

Como la gran mayoría de las mujeres gordas, he sufrido gordofobia. Lo que pasa es que tengo una autoestima muy trabajada desde la más tierna infancia y hace mucho que soy un junco hueco y todo me resbala. En cuanto a lo relativo a mi físico y a cualquier otra cosa.

Pese a esto, debo reconocer que hace poco viví un episodio relacionado con las formas de mi cuerpo que me dejó superdescolocada.

El artífice de mi descoloque fue un tío que conocí en la mediana de mi calle, que es la zona con vegetación más próxima a mi piso y el lugar al que llevo al perro cuando voy apurada y no me da tiempo a darle un paseo en condiciones.

Pues resulta que el chaval, que se acababa de mudar al barrio, hacía lo mismo y en torno a la misma hora.

El primer día nos dijimos un escueto ‘hola’ mientras nuestros respectivos animales se olían sus partes. El segundo hablamos de los perretes. El tercero de los perros y del tiempo…

Total, a las pocas semanas, después de haber coincido como una docena de veces en nuestro paseíto del pis perruno de la noche, empecé a meterle fichas.

Y como a los dos o tres días, él entró al trapo.

Resultado: magreos debajo de una farola fundida del parque y la promesa de mucho más en cuanto tuviésemos ocasión. Aunque no llegamos a verbalizarlo.

La ocasión llegó ese mismo fin de semana.

Dado que no nos habíamos dado los teléfonos, dependíamos de las rutinas de nuestras mascotas para vernos.

El viernes a última hora de la tarde crucé los dedos, me duché, me vestí como si fuera a salir a romper la noche, le puse la correa al perro y me dispuse a clavar los tacones en la hierba de la mediana de la calle.

Justo a la hora que había previsto, apareció él con su mascota.

Les dimos el tiempo justo para echar un pis a los perros y subimos a mi piso. En cuanto cerré la puerta de la terraza a la que había llevado a los canes, cogí al chico de la manita y me lo llevé a mi cuarto.

 

Él no es Chris Hemsworth, ni mucho menos, al igual que yo no soy Gisele Bündchen. Es un hombre normal, ni guapo ni feo, pero es el típico tío guasón con labia que resulta muy atractivo.

No sé, a mí me daba en el alma que me lo iba a pasar muy bien con él. Y entre eso y las ganas acumuladas, buff.

Empezamos a darle al tema como si no hubiera un mañana. Que te como todo, que me comes toda. Pongámonos así, pongámonos asá.

En un momento dado noto que él no va a aguantar mucho más. Le hago rodar, me pongo encima y me empiezo a tocar mientras boto sobre él como mejor me sé.

Entonces él se me agarra de las caderas con fuerza, empuja a más velocidad y me suelta:

 

‘Joder, joder… Si llego a saber el gusto que da follar con gordas, lo habría hecho mucho antes’.

 

¿Perdona?

Siguió percutiendo unos segundos y se corrió. Cosa que yo no fui capaz de hacer porque el comentario me cortó tanto el rollo que el orgasmo que venía en camino se volatilizó y no me quedó ni el recuerdo.

Tardó unos segundos en notar que me había quedado más fría que la Elsa de Frozen el día de San Valentín, pero cuando cayó de la burra, va e intenta arreglarlo diciéndome:

 

‘Venga, ¿no me digas que te ha parecido mal? Tú no eres para nada la típica gorda acomplejada’.

 

Su puta madre, con perdón.

Le pedí que se vistiera, me despedí de su perro y le abrí la puerta de la calle para que le quedara claro a la primera lo que esperaba que hiciera.

Que lo mismo me lo estoy tomando demasiado a la tremenda, pero con esta gorda no vuelve a follar.

 

Anónimo

 

 

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