Sabéis eso de que para conocer a Andrés hay que vivir con él un mes, ¿no? Pues yo diría que para conocer a Andrés igual te basta con pasar unos días con su familia en la casa del pueblo. Porque… madre mía. Todavía estoy calculando los daños y decidiendo qué hago con mi vida y con él. Porque llevamos menos de un año juntos y nunca hemos convivido, pero lo que yo he visto en esa casa ha marcado un antes y un después. Palabrita.

Mi Andrés en concreto es un chico genial. Tiene muy buen fondo, es un chico sano, transparente, sin dobleces. Sabe lo que quiere y, por el momento, sabe que lo quiere conmigo. Y a mí me gusta, me gusta estar con él y creía que podría haber un futuro juntos. Matiz importante el de conjugar ese ‘creía’ en pasado.

Admito que, cuando me preguntó si me apetecía ir a pasar unos días con su familia, dudé qué hacer. Solo conocía a uno de sus hermanos y de un encuentro casual. Tenía miedo de verme abrumada al tener que conocer a la hermana que me faltaba, a los padres, e incluso al abuelo que vive con ellos, así de sopetón y en pack. Y, encima, teniendo que compartir baño. Sin embargo, al final acepté porque pensé que antes o después tendría que presentarme a su familia y, de esa forma, me sacaba el trámite todo de una sola vez. Además, qué mejor que hacerlo cuando el ambiente fuese distendido y estuvieran todos relajados por las vacaciones.

Llegamos allí a media tarde, hacía sol, acababan de llegar de la playa y me acogieron con los brazos abiertos, aparentemente felices de conocerme. No tardé en descubrir que eso de que estuvieran relajados no sería algo bueno…

 

De verdad, fueron tantas cosas en tan pocos días que tengo la sensación de que aún no lo he asimilado del todo. La familia de mi novio es… especial. Del primero al último son especialmente especiales. Y no por nada agradable. No son malas personas, no voy por ahí. Lo que son es chillones, groseros y unos guarros. GUARROS, con todas las letras y en mayúsculas. En aquella casa nadie ha pasado un mocho desde que se construyó, y de eso hace mínimo treinta años. El baño, dios, el baño. Menos mal que me llevé unas chanclas y que estoy acostumbrada a hacer equilibrios en aseos públicos. Que yo no digo que uno tenga que pasarse las vacaciones limpiando, ni mucho menos. Pero hay un trecho muy largo entre eso y vivir en la mierda, literalmente entre mierda.

Si en el desagüe de la ducha se veían pelos rojos entre la maraña inmunda de pelo y suciedad que había. Le pregunté por ellos a mi novio por si había alguien más a quien fuera conocer y el tío me dijo que no, que es que el año pasado su hermana se lo había teñido de ese color. Yo duchándome en chanclas con la arcada asomando, y él descojonado de la risa. Porque eso es lo peor de todo. Que he descubierto que mi novio es igual de cerdo que los demás miembros de su familia. Ahora ya no tengo tan claro que su piso esté en las condiciones que está (aun así le da mil vueltas a la casa del pueblo) por culpa de su compañero. Su habitación medio me ha engañado porque solo hay una cama, una cómoda y un armario demasiado grande para la ropa que tiene.

 

Y, si fuera solo eso, pues quizá tendría un pase. Lo que ocurre es que no solo son unos guarros porque no les importa moverse en la inmundicia. También son supermaleducados. Eructan durante las comidas, se rascan sus partes sin pudor, se tiran pedos estén donde estén y con quien estén. Y se parten de la risa cuando se acusan entre ellos de estar podridos. ‘Todo el mundo caga y tiene gases, mujer; tú tampoco te cortes, que estamos en confianza’, me dijo el padre la primera vez que dejó caer un gas silencioso y nauseabundo mientras jugábamos todos juntos a las cartas. Imagínate mi cara para que el hombre se viera en la necesidad de explicarse.

Juro que yo no soy ninguna maniática ni nada tiquismiquis, pero lo de esta familia es para verlo y vivirlo en primera persona. Así que estoy muy rayada porque siento que no conocía a mi novio de verdad hasta que le visto con su familia. Hasta que no hemos discutido porque todo lo que a mí me parecía asqueroso y maleducado, a él le parece de lo más gracioso y natural. Y yo no sé si quiero hacer mi vida con alguien que puede vivirla de esa manera.

¿Estoy exagerando?

 

 

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