Yo nunca quise tener hijos, lo supe desde muy jovencita.

Mi absoluta falta de instinto maternal y de ganas de reproducirme me costaron varias relaciones, pues, al menos por aquel entonces, daba la sensación de que todos los hombres del mundo habían nacido con el instinto de procrear y asegurarse uno o varios herederos a los que pasar su legado. Tuve la suerte de encontrar el amor varias veces, aunque no de afinar la puntería y dar con alguien que estuviese de acuerdo conmigo en ese tema en concreto.

Mi relación más relevante, duradera y con quien ya puedo definir como el amor de mi vida todavía continúa en la actualidad. Le conocí cuando yo tenía 42 años y él 50. Cuando yo tenía una vida asentada, una hipoteca y un perro anciano, y él tenía un divorcio a las espaldas, dos hijos adolescentes y un montón de problemas para verlos.

A esas alturas de nuestras vidas, que yo no quisiera ser madre no fue un problema. Él no quería tener más niños y a mí no me importaba que él ya los tuviera con otra mujer. Aunque al principio no fue fácil, para cuando nos casamos las aguas ya se habían calmado, la relación con su ex se había estabilizado y sus hijos iban y venían a nuestra casa prácticamente lo mismo que a la de su madre.

Con eso y todo, yo nunca sentí que hubiera experimentado la maternidad a través de los hijos de mi pareja. Ni lo sentí, ni quería hacerlo ni lo buscaba. No tuve hijos porque nunca, jamás, quise tenerlos. Ni tampoco entré en el rol de madrastra. Tengo muy buena relación con los hijos de mi marido, pero nada parecido a una relación materno-filial, todos los implicados tenemos y hemos tenido claros nuestros roles. Yo, desde luego, siempre he sabido ocupar mi lugar.

Al menos hasta que estos chavales tuvieron sus propios hijos… porque resulta que los nietos de mi marido son mis nietos. Aquí, esta señora que siempre supo que no quería ser madre, se ha convertido en abuela sin pasar por el trámite intermedio. A mucha honra y por decisión propia.

Porque la maternidad nunca me llamó la más mínima atención, pero ojito con la abuelidad. Es que me encanta ser abuela. Me gusta estar con esos niños, verlos crecer y que me dejen ser partícipe de ello. Yo no estoy criando ni educando ni mucho menos dando lecciones a nadie. Solo estoy, ayudo cuando me necesitan.

Disfruto lo que puedo de un cargo que me llegó de forma natural, aunque también repentina. Un día era yo, la de siempre, al siguiente era toda una abuela orgullosa. Es que me muero por esos nietos a los que muchos consideran que no debería llamar así. Pero yo lo hago igual, porque sus propios padres, después de preguntarme qué me parecía, les han enseñado a que me llamen Abu Lu.

Y yo ejerzo de abuela con una alegría que aún no me la creo y que no se me pasa. ‘Mi nieto’ mayor tiene 14 años y todavía se me cae la baba con él. Es más, yo creo que, cuanto mayores se hacen, más me gusta esta figura de abuela adicional que hemos creado entre todos y de la que no me pienso apear.

 

Lucía

 

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