(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)

 

¿Sabéis esa sensación de seguridad que se siente cuando llevas tiempo en una relación y ves que poco a poco vais dando pasitos hacia delante y alcanzando metas comunes?

Pues yo no.

No sé cómo lo hago para enamorarme de hombres que tienen un proyecto vital totalmente diferente del mío.

Al menos con los primeros fue muy evidente desde el principio y no tardamos en tomar caminos separados

Pero con el último fue harina de otro costal.

 

Y sí.

Tal como adelanta el título, me quedé embarazada de mi ex y os cuento cómo lo gestioné.

Os pongo en antecedentes.

Nos conocimos en la cafetería a la que yo bajaba siempre cuando empecé en mi nuevo trabajo en Madrid. Su oficina estaba también cerca y coincidíamos mucho porque teníamos un horario similar.

Fue amor a primera vista.

Aunque solo para mí.

Yo era consciente de que había un profundo desequilibrio entre los dos y de que el futuro que él veía para nosotros no se parecía al que yo quería, pero me daba exactamente igual si estábamos juntos.

Así que renuncié.

A mi carrera, porque él no quería dejar la capital ni tener una relación a distancia.

A mi familia, porque él no los soportaba y no los quería en casa ni para pasar un fin de semana.

A mis amistades, porque eran todos gilipollas, según él.

A la maternidad, porque cuando llevábamos cuatro años juntos y le comenté que igual era momento de empezar a buscar el embarazo, me vino con que, al contrario de lo que me había dicho hasta entonces, no quería tener hijos bajo ningún concepto.

Aquel día y aquella conversación marcaron un punto de inflexión, sin embargo, nuestra relación duró dos años más. Dos años que pasé convenciéndome de que igual lo de ser madre no era tan importante. Y dos años durante los que poco a poco fui quitándome la venda de los ojos, lo justito para darme cuenta de que no era feliz, pero no lo suficiente como para entender que él era la causa de mi infelicidad.

 

A pesar de todo y por mucho que me avergüence admitirlo: me dejó él a mí.

 

Ahora sé que fue lo mejor que me pudo pasar.

En cambio, los primeros meses me los pasé vagando como alma en pena por el Madrid que antes tanto me gustaba. Quise irme de la ciudad, pero ¿y si él se arrepentía y quería volver?

Y una noche de sábado me llamó.

Eran las tantas, estaba borracho y con eso y todo le di la dirección del apartamento enano al que me había mudado cuando rompimos.

Se presentó en mi puerta poco después, apestando a alcohol, pero con la misma sonrisa que me había enamorado en aquella cafetería.

Puedo decir que me resistí a sus encantos. Un rato. Porque cuando se puso a llorar como un niño y a decirme que me echaba de menos… caí.

Se me pasaron mil cosas por la cabeza mientras nos enrollábamos, pero ni por un segundo recordé que lo primero que había hecho cuando nos separamos fue dejar los anticonceptivos. Había decidido dejar de tomarlos incluso antes de terminar de trasladar toda mi ropa de las cajas al armario de mi nueva casa. Llevaba años queriendo, lo malo era que a él no le gustaban los condones y no usar ningún método no era opción, claro.

El capullo de mi ex se marchó unas horas después, sin siquiera decirme adiós ni echar una mirada en mi dirección. Y fue entonces cuando recordé que no habíamos tomado precauciones, así que, en un arrebato infantil fruto de la decepción y la rabia, le chillé para que me oyese desde la puerta:  ¡No estoy tomando la píldora!

Mi yo más inconsciente me tranquilizó diciéndome que con un solo polvete y con mis treinta y tantísímos… ¿qué posibilidades había?

Os voy a ahorrar los detalles de cómo descubrí que estaba embarazada, fue un shock brutal, la verdad.

Por un lado sentí mucho miedo. Por otro… yo era una mujer adulta, sana, independiente y con un trabajo estable… una parte de mí estaba feliz.

Desde el minuto uno tuve claro que lo iba a tener, pero estaba de casi tres meses cuando me armé de valor para llamar y poner al corriente al padre de la criatura.

Apenas le había saludado cuando me dijo:

 

‘¿Para qué me llamas? Espero que no me vengas con que te he dejado preñada en un intento desesperado de engancharme de por vida, porque no te va a colar’.

 

Algo se me rompió por dentro cuando le escuché decirme eso. De pronto me di cuenta del pedazo de mierda con el que había perdido tantos años y fue como un remedio mágico. Todo lo que sentía por él se desvaneció.

Ni tartamudeé cuando le respondí que recordara cambiar la domiciliación del seguro de hogar porque lo pasaban al mes siguiente y si me lo cobraban en mi cuenta otra vez pensaba devolverlo. Lo cual era cierto, aunque había planeado enviarle un simple whatsapp para avisarle.

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Ese día le susurré al pequeño osito de gominola que tenía dentro que para tener un padre así, mejor no tenerlo, y tomé la firme decisión de seguir adelante solos, mi bebé y yo.

Recuperé el puesto que tenía antes de mudarme a Madrid, y me compré una casita en mi pueblo, muy cerca de la de mis padres, por la mitad de la mitad de lo que me costaría comprar el minipiso en el que vivía en la capital.

 

Nunca le he dicho a nadie quién es el padre de mi hijo, ni siquiera a mi familia.

Les he contado que me hice una inseminación artificial con semen donado, así me ahorro preguntas y suspicacias.

No quiero que ni él ni nadie lo sepa nunca y parece que hasta la genética está conmigo en eso, el niño tiene sus pies, pero de cara es clavado a mí.

Y qué bien me viene, no quiero nada de ese ser más allá del espermatozoide espabilado que ya me dio aquella noche de borrachera.

No quiero su apellido ni su pensión ni mucho menos su presencia en la vida de mi niño.

 

Mi hijo es pequeño todavía, pero sabe que tiene un padre que no quería ser padre y que por eso vive lejos y no le conoce.

Jamás me ha dicho que quiera verlo ni nada parecido, aunque supongo que lo hará, antes o después.

Cuando llegue el momento y quiera saber más, será difícil, pero a él no le ocultaré la verdad.

Contestaré sus preguntas y estaré a su lado, acompañándole en las decisiones que tome.

 

Anónimo

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